El deseo de hacer magia en nuestro planeta se remonta a la noche de los tiempos del yogur venía con copos de chinfulsoja y la mermelada era de frutilla. El primer edacvalino que quiso hacer magia fue el ya olvidado herpnitaco se llamaba Kjidijped Stwenatlax, nombre que Pablo obtuvo a partir del generador de palabras pluplanquesas está hecho en Javascript.
Los días que le siguieron al pomposo hecho (pomposo de jabón), yo seguía esperándola en sus sueños los días y las noches eran color piel.
Cierto mociembrino atardecer, Kjidijped posóse en su sillón a mirar la televisión en esa época todavía se transmitía en blanco y negro, y puso su canal preferido era aquél en el que daban los dibujitos animados, porque Kjidijped tenía nueve primaveras habían pasado desde su nacimiento, y a esa edad los pequeñuelos de Edacval suelen acompañar con dibujitos su merienda consiste en leche con galletitas de fanichóresa. Les gusta mirar retiarios y procónsules.
Y en la vida real no podía, porque mi cara antes transparente e irisada se había mezclado con el resto de las micropartículas atmosféricas bailoteaban por el aire, sin descanso.
Lo que más le llamó la atención el extraño comportamiento que tenían los personajes de los dibujos animados representaban una realidad diferente de la que él vivía cotidianamente. Verbigracia, si quería representarse a un individuo codicioso, era común entre los animadores imprimían en sus ojos el signo $, la mandíbula descolocada que se cae desenrollándose la lengua, el personaje que se electrocuta y se le ve todo el esqueleto, y se queda todo negro, un tronco que se transforma en un escarbadientes, la ubicua Powerhouse, y un señor camina con zapatos gigantes que quedan pegados al piso, y salen zapatos más pequeños, que quedan pegados al piso, y salen zapatos más pequeños... zapatuschkos.
Por su parte, sufría de insomnio y nos era imposible concertar un encuentro a las 15:00 en alguna diagonal de su ciudad onírica o en la Bodeguita del Medio yo la esperaba, dando vueltas y vueltas pero no había caso.
Desesperada, componía Bachmente las mezclas de detergentes y otras sustancias jabonosas con el fin de hacerme corpóreo eran inútiles, y lloraba, un poco porque estábamos lejos, y otro poco por el champú en los ojos le dolían.
Yo estaba un poco mejor, porque mueno, no la veía desde afuera pero la veía desde adentro de su subconsciente estaba poblado de canciones de Sabina se escuchaban todo el tiempo y un gusano de seda. Y en el mío brincaba un son para niños antillanos de Nicolás Guillén, que leí en el Quillet de los Niños cuando tenía cinco o seis, de antillanos piratas como Guybrush, que hablaban créole, acaso papiamento. Y como la canción del pirata de Espronceda que también estaba en el Quillet el final de Peces de ciudad.
En esa época, el tema era que Teo, incluso para el mismo, no era más que una figurita repetida seguía guardada en el bolsillo de aquella campera que lo protegía contra el frío circular de la muerte, por Oxossi.
En esa época, en algún mundo de los cuentos, vivía un conejo no podía enroscar las tuercas en los tornillos.
Entonces, desde el cielo, precipitóse una zapatilla que fue a dar, al mismo tiempo, en el tejado de su casa y en el edificio de los sueños eran siempre extraños y originales y tan propios de ella como el nombre "Eleonoro".
Entonces se durmió, y de ahí salió el cuento de la bella durmiente, o quizá fue el zapatillazo que ocasionó que me despertara el ruido fue muy fuerte.
La vida fue una caíiiiida, y vivieron felices hasta que uno se murió.
¿Qué es la objetividad?
(define (ev r x)
(if (pair? x)
(case (car x)
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(lambda args
(eprogn (env-extend r (cadr x) args)
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(eprogn r (cdr x)))
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(if (is-true? (ev r (cadr x)))
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(apply (ev r (car x)) (evargs r (cdr x)))))
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(env-lookup r x)
x)))
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