Mesina

Pendeja fantasmal de mis anhelos
que no consigues conciliar el sueño.
Ciertas angustias vienen a cernirse
como este jote que devora sueños.

Como esta noche que devora noches.

Una palabra te agarró pebete.
Te elevó por los aires colosal,
te agarró por el cuello hasta el final,
te dio de puntapiés en el ojete.

Doce inviernos apenas
azotaron los brazos de la niña.
El pulóver raído
no sosegó los vientos.
Ana exhaló fantasmas.
Fue trazando su aliento en la mañana
nebulosas figuras,
blanquecinos retazos, formas blancas.

Lo que está siempre está por extinguirse.
No se puede aferrar la juventud,
ni el amor, ni el placer, ni la salud.

A esta súplica irrísona y morosa,
a toda presunción de raciocinio,
las diluye el placer que un perro negro
tiene al descerebrar tu mariposa.

Niña de mis anhelos, ¿por qué lloras?
Tu porvenir es un ocaso eterno,
tu vida el cementerio de las horas.

Koan

Publican tonterías laborales:
que hoy robé una corona de diamantes.
Mencionan que mis planes son brillantes
en ciertas ocasiones especiales.

La noche se coló por el pasillo.
Todavía me duele la cabeza.
Vi sangre azul que fue de una princesa
escurrir por el filo del cuchillo.

El juego terminó. Me desconcierta.
No dejo de pensar en lo que hice.
No me olvido el chirrido de una puerta.

Y sin embargo lo que nadie dice
es cómo envidio el sueño de una muerta.
Los diarios no publican que la quise.

La añoranza

Cuando el ordenador lo despertó
habían transcurrido dos milenios.
Briggs se despabiló de un largo sueño.
No lograba enfocar, y forcejeó.

Al fin la vastedad de las estrellas
franqueó la córnea como un cuerpo extraño.
Y por primera vez en dos mil años
pensó en la Tierra, en su familia, en ella.

–¿Qué día es hoy? –pensó–. ¡Pregunta inútil!
Si los pibes, las calles, las ciudades,
las bibliotecas, las celebridades,
ya no iban a volver. Todo era fútil.

Se quiso hacer una chocolatada,
corrió hacia la cocina entusiasmado.
–Mierda –exclamó–. La leche estaba mala.

Se acordó de la vida en Escalada,
del manto negro en el cemento, echado,
de él juntando excremento con la pala...

Los pulpos y el tiempo

Antes de que posar fuera en Rigel
la mirada Hiperión, antes de Sion,
del Sinaí, del Ponto, del Pelión,
de Afrodita dorada, de Babel,

antes de que el andar bajo este sol
fuese atributo propio de las minas,
antes de que emergiesen viperinas
las sierpes primigenias del crisol,

ya había La Criatura abominable
callada y en el Ártico fecundo
dormitando, remota, en lo profundo;

ya sus pupilas inconmensurables
acecharon trirremes. Y hoy te esperan,
con hambre de tus pocas primaveras.

Trivial 1

Marchan tus ancestrales camisetas
dándome verdes uvas en un óbolo,
dejándome el racimo entre las manos.
Regina, vos, del pópulo romano;
yo, no más que un estólido gusano.

Tremulaste adelante de esa duda,
las uñas me clavaste,
ya emperatriz vacuna y cojonuda,
huidiza suricata ya, y moruna.

¿Qué te llevó a menear así las trenzas
(mis yemas te hinqué yo)
en una convulsión desaforada,
más vulgar que el latín de las legiones,
más corriente que el pan y la manteca?

En una concesión arrepentida,
supo aflorar lo arcaico de tu vida.
Como en la afirmación desafirmada
que acaso es una simple negación,
o quizá negación que al ser negada
deviene en oración afirmativa.