Expunctiones chrysalidæ



– 0: Último poema que escribo –

Nos vemos al espejo, pero siempre cuidando de ponernos la máscara.
Sería insoportable encandilarse frente a la corrupción del propio rostro.
Sería insoportable verse a los ojos y descubrir que somos el enemigo.
Me acuna la canción del simulacro:
sería imposible dormir tranquilo si canta a medianoche su incesante verdad el pajarraco.
Se recomienda siempre hacer de cuenta que no hay alguien helándose.
Las naranjas se pudren en los naranjos y enjaulamos a los muertos de hambre.
Admitamos que sería más útil arrojar tu cadáver a los buitres
que la ficción de que servís para algo permutando letras en la pantalla.
El pueblo debería alzar los puños y ponernos revólveres en las sienes
a los hijos de puta que dormimos en camas con almohadas.
Esa sería la única justicia.
Pero habrá que vivir con la hipocresía del derecho a brindar con vino espumante
sobre la alfombra roja de la sangre todavía caliente de los cuerpos.



– 1 –

Rompe contra los monstruos de piedra-madre tu garganta-oleaje.
Anda en la playa sola de mi suicidio-corazón tu bicicleta.
Quise acunar tu nombre entre mis dedos como a un sol-noviembre.
Mutilaste pedazos de tu cuerpo para darme las partes que me faltaban.
Toleraste las laceraciones del hielo para darme el abrigo de tu cuerpo.
El hambre te consumió-redujo a pellejo para darme alimento.
Y si fuiste lo que más quise en el mundo:
¿por qué me encierro voluntariamente en un frío de cuevas y de silencios?

Sigo trazando mis laberintos-multiplicaciones en las hojas-paredes de los árboles.
Todo el mundo en la calle repite persignándose nuestros nombres.
Me sigo preguntando si estoy loco:
si el conejo mecánico me mastica en la urgente medianoche.
Pero sé que mis huesos te esperan en lo helado de la tierra
con la delicadeza de la estampilla japonesa de una crisálida.

Cuando el ave desova presiente que morirá antes que el retoño.
Los afluentes de mis capilares reflejan lo celeste de tus uranos.
Descendemos a lo tupido del bosque donde impera el chillido polirrítmico de los pajátos.
Remontamos el tiempo como se hunde la linterna-batiscafo en el agua.
Brillás como un mojón de madrugada en esta noche eterna que tengo adentro.

Somos solamente peones en el ajedrez de alguien sin cara.



– 2 –

Por sorpresa desembarcaron con las carabinas en casa los que mordían.
Como las fantasmales conjugaciones de los verbos me encapucharon.
Transmutados en toros blancos los dioses arrancaron en un rapto mi sexo.
Inerme alcé mis manos como en aquel cuadro de Goya.
Mis guardiacárceles jugaban a la pelota con la cabeza descosida de una criatura.
Así se cimienta sobre esqueletos de subversivos la capital del mundo:
hormiguero de túneles de detritus, decadencia y miseria,
usina financiada por la industria de aviones de la muerte
y caballos de fuerza de trabajo de pueblos esclavizados como bueyes.
Y ante los odios, y ante el simulacro, y ante las balas,
y ante los teatros, y ante la desfiguración de la historia,
y ante el pico sangrante de palomas amorfas a golpe de cascote,
despierta, sin embargo, como una telaraña de angelicales filamentos áureos,
en una cuna, la sonrisa del hijo,
y la apertura torpe de su mano es el latido más diminuto posible.



– 3 –

En estos días de intimar con la sombra
sueño que soy nuestras consciencias al mismo tiempo,
se yergue como torres de exponenciales la fobia de la recursión elemental
y ejércitos febriles de álguienes mitológicos flagelan mis esternebras
recubiertas de piel traslúcida saponificada de momia.

La vez que nos caímos fui consciente de que todo se cae al piso:
de que los días corren como granos de arena por la garganta de los tiempos,
de que ya hay barro sobre nuestros párpados
y de que los abrazos que nos daremos pueden enumerarse con los dedos.
Sin embargo me seguiré entregando al vórtice de penas que me arrastra,
seguiré persiguiendo el horizonte vacío con ansias de desenterrar el pasado,
buscando profanar la sepultura de las aves que fueron mis días felices.
Cabalgaré en el arduo mediodía para cumplir con mi palabra.

Sé que nadie cuestiona la eternidad de los ángeles
ni la necesidad negra de exterminarte.
¿Pero hay alguna manera correcta de encaramarse al árbol?

Voy a seguir tratando de configurar mi identidad a través de etiquetas transitorias,
de medallas que encarnan el aval de personas que no veremos nunca,
de la consecución de llaves que no abren puertas,
de la experiencia cinematográfica de navegar las costas de la terra mirabilis
(como el que busca un color fuera de sus ojos).
No obstante la mentira de hay algo que dura, de que no va a terminarse la vida,
vas a estar destruyéndote
y mis manos querrán en cambio aferrar las nubes en lugar de darle abrigo a tus manos.

Tantas noches de garras de niebla carcomiéndote inmóvil boca arriba mirando el cielorraso,
tanto contener lágrimas y apretar la garganta y hacer del corazón un puño de hierro,
y de pronto una fuerza luminosa ha prendido como una flor en tu adentro.
Y abajo me desangro.



– 4 –

¿Cómo hacer la poesía de la calle?
Una semilla se convirtió en árbol que produjo manzanas con semillas.
Pero no hay un recuerdo que permanezca más allá de la herrumbre de la memoria.
Ni siquiera es certero que se establezca nuestra costumbre de la primavera:
no hay algo que separe tu cara fría de la promesa de la losa muerta
ni hay un número mágico que pueda devolverte desde la tierra.
Quizás el horizonte verdadero se encontraba en el cuenco de tus manos que no abrigué.
Quizá el megalosaurio radiactivo derrumbó el rascacielos con el descontrol de su rayo láser.
Sabés que la poesía está en el arte de meter un escupitajo en el plato,
de la delicadeza de una rosa prendida del esfínter de un caballo.
Como en la fragua Hefesto agarra a mazazos las incandescentes espadas,
así hay que arremeter nuestros principios hasta hacerlos esquirlas.
Cabalgan los soldados flameando sus estandartes marciales.
Puedo encontrar refugio en el hecho de que sus ametralladoras resuenan como carcajadas de pájaros.
Tu recuerdo es incómodo como un grano de pimienta en el ano.
Después de la sequía van a brotar de nuevo como de un manantial tus palabras.
Siempre haciendo de cuenta que el corazón es duro
pero llega la noche y te rompés como un vidrio en mil pedacitos.



– 5 –

Acuden, ante el himno del pífano a Cibeles,
a sus flautas las náyades: tensa un fauno su lira
y, la concha caliente, contempla Deyanira
la espalda del fornido centauro que alza mieles.

Y al libar Neso el cáliz que en su fruto reposa,
y al rasgar el ebúrneo velo del frágil higo,
salpican de lechoso néctar el casto ombligo
los equinos tremores de la verga leñosa.

Del carro de Selene tiran bueyes sombríos
pero no se han teñido los peplos de escarlata.
Invoca, la que fuera prometida del río,

a Ilitía que embrida y se lleva al potro entonces,
y embistiendo la lanza que la vida arrebata
deja un charco de sangre vertida por el bronce.



– 6 –

Luna, tu círculo resplandeciente y el-fil crepuscular de tu creciente
vuelve a encender un lento simulacro:
se iluminan senderos como metrópolis de las terminales nerviosas,
las nervaduras arden y se dibujan en la epidermis-pétalo del cuello
al tacto de tus huellas digitales sensibles como rebanadas de fósforo.
Seguimos entregándonos al rito
de que todos los álguienes solían amarse tanto como nos amamos,
y a fornicar como estroboscópicas moscas nuestro mecánico pero degenerado martillo,
abanico danzante de los múltiples sensuales brazos y piernas
como tejen los devas ungidos con oleaginoso rocío dirigiendo al zenit los ojos en blanco,
desorbitados.
Pero el pueblo que grita desgarrándose los músculos vocales
procede a serrucharse los metatarsos.
El olor de la pólvora prendida es nuestro sándalo.
Nos han acorralado como a gallos.
Hay una lastimadura en la noche: el hueco de la luna no cicatriza,
y las plegarias siguen multiplicándose
mientras llueven cadáveres de elefante.



– 7 –

Mientras tus manos podan con destreza
la geometría exacta del helecho,
me brotan los tubérculos del pecho
y enreda mi cadáver la maleza.

Mientras vuelve tus planes satisfechos
la metódica orquesta de tus piezas,
la lluvia va empapando de tristeza
mis comodines de cartón maltrecho.

Ya intenté resguardar celosamente
la planificación de los cimientos,
la construcción fugaz de nuestra historia.

Hoy me queda el consuelo del presente:
de rendirme a escuchar que sopla el viento
borrando la esperanza y la memoria.



– 8 –

Hay ideas que nunca pensó nadie.
Y hay ideas tan largas
que no habrán de caber en una mente que aspire a contemplarlas.
Pero existe una tira más bien corta de símbolos
que haría que te tires a llorar en el piso.
¿Es reducible la naturaleza a su descripción simbólica en dígitos?
Si el sentido preciso de las palabras
lo dan proposiciones sobre las cualidades de la experiencia,
¿qué denota un verbo en tiempo futuro?
No sería lógicamente posible concebir un instante en el que estoy muerto.
Lamento no saber cómo entrenarme para cuando desaparezcan los sentidos.
Y si mi identidad no está en la imagen,
voy a ser aquello que permanezca cuando se desvanezcan las imágenes,
voy a ser aquello que permanezca cuando se desvanezcan los sonidos,
cuando se desvanezca el pensamiento,
cuando se desvanezca la memoria.
Voy a ser lo que quede cuando no quede nada:
soy la conciencia atrás de las conciencias.
Somos todos la atención trascendente al ilusorio transcurrir del tiempo.



– 9: Los monos fantasma –

La mensa está tendida y el generoso púrpura vierte la mano en el cristal del cáliz.
Simios encarcelados tras la clave de fortificaciones laberínticas
ríen a carcajadas mientras mascan pedacitos gomosos adobados de muerte.
Puertas afuera rondan en ciclópeas ultraterrenales motocicletas
máscaras antigás con escopetas del ejército oscuro de monos centinela
prestos a silenciar las letanías de los monos fantasma acribillándolos.
Desconsuelo de ancestros espectrales y plañidos de mono:
¿de qué sirve llorar sobre el desierto
si la sal de mis lágrimas no logrará fertilizar la arena?
La muerte es un camino entre los caminos.
La flor que crece sola entre las piedras es una cosa más entre las cosas.
El cielo se ha rajado y atrás del aire azul nos desnuda el viento.
Embisto con un grito desgarrado
como las olas rompen en las playas,
como un mono rompiendo un cráneo con una maza,
el delicado espejo de mi garganta.
Sabés que fue difícil pero fuimos felices a pesar de las balas,
a pesar del incesante pájaro blanco que acudió a pernoctar en nuestra ventana.
No tengo corazones para darte: puedo entregarte solamente mierda.
Pero arranco de cuajo la angustia entera que se arraiga en la soledad del vientre,
arrojo los despojos de mi carne a tus hambrientas fauces de acantilado
y te vomito estiércol en las manos
para que, en una de esas, agarres y florezcas.