Falso contacto



– 0 –

Hoy el campéon del mundo se retira
con nostalgia en los ojos que miran a la distancia queriendo recobrar pasadas memorias.
Tantas fechas publicaron titulares los diarios
con las fotos impresas de mi padre con los puños ensangrentados en alto.
Como a un caballo muerto ya le han comido huecos los globos oculares los gusanos de mosca.
La gloria es la fragilidad de un espejo
que refleja una imagen imposible de asir.
Y en el germen del vidrio se cifra la promesa de romperse en pedazos,
de que habremos de enfrentar cabizbajos nuestro torso desnudo venido a menos.
Habrá un día en que lo pulido del vidrio seguirá reflejando los azulejos
mientras tu calavera se acueste en la madera de una caja.
El otoño se está cayendo al piso y el tiempo nos revienta como a burbujas
y esta tarde me duelen como huesos de un árbol deshojándose tus abrazos vacíos:
tanto quise acunarte entre mis manos y tanto te hice tajos con mi filo.
Te voy adelantando que las aspiraciones son una víbora
de cuya mordedura venenosa no vamos a poder recuperarnos.
Hay que aprender la lengua en que los monstruos se comunican.
He aquí las estadísticas:
de cada cinco niños hay cinco niños que se convertirán en cadáveres.
Me resigno al aroma nauseabundo de flores sobre el perfume dulce de los muertos.



– 1 –

En agosto una voz por el bilingüe pero antiguo teléfono de disco comunicó la muerte de mi abuelo.
Sentí nostalgia de sus manos ásperas, pero no hubo sorpresa ni otras palabras.
Hacía mucho tiempo desde el abrazo fuerte que habíamos sido.
El lunes me tomé un expreso al pueblo, con la intención de rescatar un álbum de fotos.
Fue el martes a la tarde que apareció en la puerta el "chino" Hermosilla,
un hombre que atesoraba memorias como si el transcurrir del tiempo le fuera ajeno.
El hábito de montar a caballo le había dibujado el rostro de líneas.
Con la gastada excusa del tabaco salimos al palenque a ver las estrellas.
Lamenté haber dejado el abrigo adentro porque estaba empezando a levantar fresco.
Hermosilla apagó un fósforo sacudiéndolo mientras seguía un cirro con la vista.
Va a estar fiero mañana dijo pitando y exhalando tiró el fósforo negro al piso.
Me enteré que a tu viejo lo fusilaron.
Tu abuelo me dejó sus manuscritos cifrados en una lengua de sangre.
Hacía mucho tiempo que nadie me miraba atrás de la cara,
que nadie revelaba aquel secreto de un corazón que me latía adentro
y de la incrustación de un pichón en llamas y del fuego y del ámbar.
Tu abuelo descubrió que no somos alguien sino permutaciones de símbolos.
Un rayo rubricó el cielo un instante, frágil y hermoso como el vuelo pausado de una polilla.



– 2 –

La pupila diminuta del fuego parpadea en la vela
como tu mano asiéndose a mis manos insiste en titilar en el pabilo.
En el aire de la azul medianoche flota fresco un perfume mustio de lirios.
Baby, nos arrancamos mutuamente las lenguas húmedas,
epidérmica extensión de las yemas, recorrido de lo convexo y lo cóncavo,
succión de la pelusa de un tentáculo de un capullo vedado de lepidóptero,
equitación de súcubos posesos sobre hipertrofiadas venas de mármol.
Pero el corazón de un pichón muriendo mancilla la blancura sedosa de los muslos.
Naciste y tus milimétricas uñas eran lo más chiquito del mundo.
Tu risa era mi risa y andabas con la bici por el patio.
Estampida de pájaros y silencio.
Ramo de rosas blancas para el entierro de una nena muerta.
En el líquido amniótico de tu vientre se constituyó mi cráneo infantil.
Fecundaste de primaveras el día.
Y ahora la también muerta, la rosa blanca, se despetala sobre la madera del féretro.
Horror angelical de los sepulcros y virgen de rodillas.
No me animo a mirar tus ojos líquidos por temor a despertar al bebé dormido.
Pero el acaso ave Archaeopteryx yacía exánime
sobre la hoja de muérdago cincelada sobre la sepultura de mármol.
Donde otrora se alzaran las irisadas vetas del plumaje
y en el sol donde antaño se erigiera la blancura del ala
se emplazaban ahora solamente desnudas protuberancias de piel de pollo.
Seguís andando en bici por el interior de mi llanto
y me aferro como a un amuleto al miedo de pronunciar tu nombre en el silencio.



– 3 (Invasión extraterrestre) –

Holográficos tridimensionales cromados obelíscos'de
tatuado urbano cielo.
Dormido metálico animal'de respiración.
Piramidales mutantes esféricas resplandecientes órbes'de
latido como corazón en el cielo.
Centrifugación y regurgitación de serpiente omnisciente madre.
Firmamento de espeluznante eléctrico de anaranjado xántico.
Crustáceo'de jéta'la báculo'con deidádes'de desove.
Digestivos tráctos'de exposición negro espérma'de viscosidad
tentáculos inflorescencia uvular.
Solemnidad hierática invasores extraterréstres'de
transmutación de millones de ojos en tiempo,
biología y mutilación de órganos de bueyes.
Cápsulas traslúcidas embriones de azul resplandeciente aparentemente de hemípteros.
Sincopado tránsito vehículos'de orbitando y acelerando
en direcciones ortogonales a las geodésicas.
Esclavitud de multitudes en caldo primigenio,
estridencia silencio sirena en advertencia de catástrofe.
Horror y lágrimas de hileras encadenadas
desnutrición'de lastimaduras vivientes'como.
Vislumbra por el arcano cuenca del Naga
desde los confines interdimensionales galácticos.
Zoológico de la suspensión de la eternidad.



– 4 –

Lo llamaban el Ancho como al ancho de espadas:
era un apóstol guacho de delicadas páginas de evangelio y encuadernación nácar,
y era cuatro jinetes apocalípticos de una mano de baraja mal dada.
Si hacíamos silencio se escuchaba pulsar su sangre en el aula.
Le decían el Ancho y en la jeta tenía rubricada la sutura-relámpago de un rebencazo.
En el recreo a veces descuartizaba muñecos articulados
o cagaba a gorriones a cascotazos.
Era hablante nativo del silencio
y se sonaba los mocos con la mano.
Me parece que se llamaba Lucas o Marcos.
Juraban que al contacto de su mano se multiplicaban las galletitas.
Se jactaba de haber memorizado el arduo decálogo de la tabla del siete.
La señorita Weimler nos dictaba el procedimiento que rige el cómputo de los denominadores
(a falta del algoritmo de Euclides):
los factores comunes y no comunes, y de los comunes el mínimo,
y él preguntó si no sería por eso que se alineaban
los trenes en Retiro cada veinticuatro minutos.
Una vez faltó una semana entera
porque se había ido al cielo el hermano.
Diez, once, años y el Ancho
conocía la ausencia que adviene con la noche,
y el olor al estancamiento de los renacuajos del agua,
y el rito de los mates como sucedáneo del tiempo.
Dominaba el arte de la contemplación del aparente errar de las estrellas,
de la flor y el envite,
de la lenta humectación de la yerba,
y de la sustracción de números fraccionarios.
Una vez sola hablamos:
dijo que gustaba de la Corina
y que mis papás eran re millonarios.
Otra vez en el charco junto a los mingitorios vi cómo acariciaba con la lengua
el codiciado filo de una navaja.
Nunca volví a tener noticias del Ancho,
pero es probable que haya corrido la misma amarga
suerte que sus hermanos,
este nuestro miserable destino de ser sotas de bastos:
puertas descascaradas que no pueden abrirse sin empujarlas.
A veces, y se me humedecen los ojos,
aguzo las orejas recostándome, y parece, contra el piso de barro,
que escucho todavía su latido de paredes temblando.



– 5 –

Viendo Febo bañarse a la impúdica Afrodita
a orillas de las aguas plateadas del Riachuelo,
desabotona el áureo botón que lo limita,
la mira ungirse aceites en su ondulado pelo.

La descubierta Venus cubriéndose lo invita
vacilante al enigma del temblor y el anhelo:
se estremecen los dedos, los alientos se agitan,
las pieles se transforman en incendios y en hielo.

Y así como cayeran Ícaro con sus plumas
por la hibris de arrimarse demasiado a tu ardor,
así, Apolo, deseando rendir ante tu amor

a la diosa dorada nacida de la espuma,
tu chamuscada antorcha vacila de repente
y el asta derrumbándose va a dar en el poniente.



– 6 –

Hay árboles que duran más allá del nacimiento y la muerte
de las aparentemente irreversibles revoluciones.
Hemos decapitado a la mariposa monarca
pero los estados diversos de la maduración de la planta
se suceden en el desfile cíclico de la precesión de equinoccios:
semilla, brote, tallo, capullo, estambre, pulpa, lapso-maduración del fruto,
carozo putrefacto y otra vez semilla en el humus.
Los capullos sedosos de la oriental crinalis se han abierto como el despertar al sol de los párpados,
la flexibilidad del nectario ha cedido a la espiritrompa de los averjos.
¿Tiene sentido la edificación minuciosa de nuestra fortaleza de mecanismos
cuando se vislumbra el desmoronamiento del cielo?
Hay palabras que duran más allá del efímero vuelo del lepidóptero:
desove, ninfa, larva, cresa, pupa, capullo,
vuelo nupcial, danza de apareamiento, canibalismo y rito del desove.
Nos han amenazado con la humillación pública, y el lapidamiento, y la horca:
mi imagen es el puño que arremete el espejo
y también los pedacitos de espejo como ocelos
que reflejan tu imagen desfigurada en fractura de ángulos.
Fecundación del óvulo, cigoto, fase embrionaria, feto,
y otra vez el revestimiento uterino y el espermatozoide en el óvulo.
Mi bisabuela qolla supo cargar la Puna entera en la espalda:
elementos de geometría del aguayo
y ascenso bajo el rayo del mediodía mascando hojas de planta
hacia el silencio íntimo de montaña.
Acordate de que te estás muriendo,
como también se mueren las estrellas y han de morir un día las galaxias:
tu vela consumida se está apagando.
Acordate de que vemos el universo
como aquel que no comprende las letras y ve manchas amorfas en las páginas.



– 7 –

Dicen (pero más sabe el dionisíaco
arcángel que describe el esotérico
Lemegeton) que a un geómetra, Adalbérico
de Hartwich, bajo el signo del Zodíaco

del León, le reveló su demoníaco
teorema un ojo primordial y esférico.
Cuarenta soles persiguió el numérico
secreto tras la sal del amoníaco:

y, cuando al fin halló la rigurosa
demostración de que ninguna cosa
constituye evidencia irrefutable,

comprendió lo fatal de aquella empresa:
no hay verdad que no sea inalcanzable
ni hay esperanza alguna de certeza.



– 8 –

Hace un rato yo era el agua sucia de un balde
y me usabas para escurrir el piso con el trapo.
Hace un rato florecen los falos de los sátiros en mi cáliz menstrual.
Vuelvo a ser la silla de ruedas de la hemipléjica
que impregna de óxido la transpiración de tus palmas.
Vuelvo a ser esa sombra encapuchada que se arrodilla
sobre el filo de las escamas calcáreas de conchas trituradas de caracol.
Vuelvo a ser los filamentos de sangre que ruedan enhebrándose por las tibias.
Hace un rato vi en mi cara el abismo de la pupila negra,
como el agujero negro sobre el que orbitan todos los cuerpos de la galaxia,
de la meditación eterna del elefante que es el universo y el tiempo.
Me agarro de tu mano, me agarro fuerte,
sé que es la última vez, sé que no queda
más que soltar los días.
Sé que hemos sido apenas el parpadeo de alas escamosas de polillas a contraluz.
Hay que dejar caer al fondo del agua las piedras que aferramos con el corazón hecho un puño.
El tránsito incesante de la corriente va a arrastrar los andrajos
de mi cuerpo violeta descomponiéndose.
Y otra vez mis pedazos se aunarán al torrente de la vida.



– 9 –

Adónde va el Nenuco, las zapatillas rotas,
el ánima en jirones, el nudo en el estómago,
los sueños destrozados esféricos de vidrio impactando el piso.
Adónde van los sueños del Nenuco,
el terror de la multiplicación de las caras
y el espejo en penumbra,
la niebla frente al abismo de la memoria,
el índice parsimonioso de qué ángel impera su arrodillación anegada,
su precipitación desde los cielos,
el horizonte mamarracheado con el descontrol de la motricidad sísmica
y la punta desguasada del lápiz que rasga el velo córnea del celeste,
la ausencia de alas,
y el duelo, y el delirio, y la presencia
simbólica ancestral de tu fantasma.
¿Adónde fuera que se fue el Nenuco
buscando una quietud
en la centrifugación del bastión del tiempo?
Pero los silencios están enfermos, Nenuco, no se puede
redirmirse del rigor calcinante del sol en el desierto
sin dejar a tu espalda los cadáveres
de los que han de alimentarse los ciegos.
Adónde te habrás ido, Nenuco mío,
los ojos quietos, planeación susurrante del murciélago atroz del aire,
clausura de las tumbas,
y aterrización como hambruna
sobre poblados lánguidos como osamentas de perro.