Examen de la obra de Bí Á


Ha muerto la poetisa en Plaplamalpa.

En su libreta tímida y rayada
con una tapa de los Looney Tunes,
nos es dado leer la última línea
que en su vida escribió.

"Un concilio de seres mitológicos."
fue lo que redactó nuestra poetisa,
la de los ojos llenos de pupilas.

Y ahí se quedó en blanco.

Un dios payasiforme y un sombrero
(dicen los que en escuelas
quieren dictar Diseño Inteligente)
se enfrentaban en lúgubres penumbras.

Inspirada en tan noble enfrentamiento,
Bí Á trató de reflejarlo así:

"Tremulan ampliamente del sombrero
las alas, y pretenden con grandeza
del horizonte aminorar la alteza.

"Lucen ante el payaso las praderas
descoloridas. Ante el arte pop,
la des-saturación: como una herida
que abre la esponja atroz del Photoshop.

"Y un sinsonte enmudece. La gran puta.
De estos dos gladiadores los detalles
le confieren al valle cristalino
un aspecto de ráster comprimido con pérdida de información.

Más allá de lo escrito por Bí Á,
que ganó el premio Grammy,
lo que pasó realmente se asemeja
un poco más al diálogo siguiente:

-No te comás los mocos. -Pendejito.
-A lavarse la boca con jabón.
-Meteteló en el culo, el auto a pilas.
-Si se tira de un puente Blimviznurrin
¿vos te tirás también, sombrero puto?
-¿Quién no dijo una vez "tocá el tambor"
o "ponéte la capa de tu tío"
?
-Yo le voy a contar a mi papá,
que hace karate y es cinturón negro.
-Dale, bufón, prestáme la sonrisa.
Dale, vos la tenés todos los días.

Cuando Bí Á cumplió los quince años
tuvo una débil iluminación:
cuando ella fuera vieja
toda la gente vieja iba a estar muerta.

Cuando Bí Á cumplió los dieciséis,
determinó que no era necesario
vivir eternamente.

La biyección entre una semirrecta
y un segmento finito

era desde Zenón cuestión resuelta.

Para ser inmortal le suficía
con que cada segundo
fuera el doble de largo que el siguiente.

La nefanda Bí Á.
Sus diestras manos
trazaron pentagramas en la tierra
e invocaron en una lengua muerta
insondables presencias.

"Un alambre de púas,
qué cerca patológica y ecléctica,
(y qué lejos también)
rondaba la mansión de un oso panda
de manera dudosa enriquecido.

Y la cosa es que un mago,
barbas de virulana, ojos de tiempo,
señaló con el índice a un petiso,
a una persona gris, para gritarle
versos atemporales al oído.

Y esto trazó la pluma en el papel:
"Un concilio de seres mitológicos.
Un hombre que, se dice,
no tiene olor a chivo,
una mujer más joven que sus hijas,
un guardia de una cárcel para hormigas."

Y estaba por seguir a la otra estrofa
cuando aparece el hijo que se mofa.

Cual gallo canta el Ñoqui
que se viste con jeans adrede rotos,
el pelo largo atado,
la gorra de visera paratrás,
y que infla un globo rosa hecho de chicle
que se parece a Krang.

Bü Zí, el padre, en la hamaca paraguaya
se ceba unos amargos en pantuflas.

La poetisa Bí Á con pluma escribe,
con lapicera fuente y con secante.

Y mientras, esperando, en la cartera
hay un lápiz labial muerto de risa.

Llegó el Ñoqui agitado
de andar en patineta.
El tocado picudo revelaba
que le gustaba usar sombreros negros.

-Madre, tu frágil rima,
no es más que una fulera,
pedante ostentación de sustantivos;
es demasiado una enumeración,
vacua lista de compras,
remedo de poesía, estrofa rota.
Nunca contás ninguna historia -dijo.

-Un poco de razón tenés.
Lo que se puede hacer, acaso, Ñoqui,
es encerrar el verso entre comillas,
fingiendo que morí.

"En eso llega el Ñoqui.
Siempre iba acompañado de su hermano.
Eran iguales y distintos,
iban tomados de la mano.

"Un concilio de seres mitológicos."

Y después, todas páginas en blanco.

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