Expunctiones chrysalidæ



– 0: Último poema que escribo –

Nos vemos al espejo, pero siempre cuidando de ponernos la máscara.
Sería insoportable encandilarse frente a la corrupción del propio rostro.
Sería insoportable verse a los ojos y descubrir que somos el enemigo.
Me acuna la canción del simulacro:
sería imposible dormir tranquilo si canta a medianoche su incesante verdad el pajarraco.
Se recomienda siempre hacer de cuenta que no hay alguien helándose.
Las naranjas se pudren en los naranjos y enjaulamos a los muertos de hambre.
Admitamos que sería más útil arrojar tu cadáver a los buitres
que la ficción de que servís para algo permutando letras en la pantalla.
El pueblo debería alzar los puños y ponernos revólveres en las sienes
a los hijos de puta que dormimos en camas con almohadas.
Esa sería la única justicia.
Pero habrá que vivir con la hipocresía del derecho a brindar con vino espumante
sobre la alfombra roja de la sangre todavía caliente de los cuerpos.



– 1 –

Rompe contra los monstruos de piedra-madre tu garganta-oleaje.
Anda en la playa sola de mi suicidio-corazón tu bicicleta.
Quise acunar tu nombre entre mis dedos como a un sol-noviembre.
Mutilaste pedazos de tu cuerpo para darme las partes que me faltaban.
Toleraste las laceraciones del hielo para darme el abrigo de tu cuerpo.
El hambre te consumió-redujo a pellejo para darme alimento.
Y si fuiste lo que más quise en el mundo:
¿por qué me encierro voluntariamente en un frío de cuevas y de silencios?

Sigo trazando mis laberintos-multiplicaciones en las hojas-paredes de los árboles.
Todo el mundo en la calle repite persignándose nuestros nombres.
Me sigo preguntando si estoy loco:
si el conejo mecánico me mastica en la urgente medianoche.
Pero sé que mis huesos te esperan en lo helado de la tierra
con la delicadeza de la estampilla japonesa de una crisálida.

Cuando el ave desova presiente que morirá antes que el retoño.
Los afluentes de mis capilares reflejan lo celeste de tus uranos.
Descendemos a lo tupido del bosque donde impera el chillido polirrítmico de los pajátos.
Remontamos el tiempo como se hunde la linterna-batiscafo en el agua.
Brillás como un mojón de madrugada en esta noche eterna que tengo adentro.

Somos solamente peones en el ajedrez de alguien sin cara.



– 2 –

Por sorpresa desembarcaron con las carabinas en casa los que mordían.
Como las fantasmales conjugaciones de los verbos me encapucharon.
Transmutados en toros blancos los dioses arrancaron en un rapto mi sexo.
Inerme alcé mis manos como en aquel cuadro de Goya.
Mis guardiacárceles jugaban a la pelota con la cabeza descosida de una criatura.
Así se cimienta sobre esqueletos de subversivos la capital del mundo:
hormiguero de túneles de detritus, decadencia y miseria,
usina financiada por la industria de aviones de la muerte
y caballos de fuerza de trabajo de pueblos esclavizados como bueyes.
Y ante los odios, y ante el simulacro, y ante las balas,
y ante los teatros, y ante la desfiguración de la historia,
y ante el pico sangrante de palomas amorfas a golpe de cascote,
despierta, sin embargo, como una telaraña de angelicales filamentos áureos,
en una cuna, la sonrisa del hijo,
y la apertura torpe de su mano es el latido más diminuto posible.



– 3 –

En estos días de intimar con la sombra
sueño que soy nuestras consciencias al mismo tiempo,
se yergue como torres de exponenciales la fobia de la recursión elemental
y ejércitos febriles de álguienes mitológicos flagelan mis esternebras
recubiertas de piel traslúcida saponificada de momia.

La vez que nos caímos fui consciente de que todo se cae al piso:
de que los días corren como granos de arena por la garganta de los tiempos,
de que ya hay barro sobre nuestros párpados
y de que los abrazos que nos daremos pueden enumerarse con los dedos.
Sin embargo me seguiré entregando al vórtice de penas que me arrastra,
seguiré persiguiendo el horizonte vacío con ansias de desenterrar el pasado,
buscando profanar la sepultura de las aves que fueron mis días felices.
Cabalgaré en el arduo mediodía para cumplir con mi palabra.

Sé que nadie cuestiona la eternidad de los ángeles
ni la necesidad negra de exterminarte.
¿Pero hay alguna manera correcta de encaramarse al árbol?

Voy a seguir tratando de configurar mi identidad a través de etiquetas transitorias,
de medallas que encarnan el aval de personas que no veremos nunca,
de la consecución de llaves que no abren puertas,
de la experiencia cinematográfica de navegar las costas de la terra mirabilis
(como el que busca un color fuera de sus ojos).
No obstante la mentira de hay algo que dura, de que no va a terminarse la vida,
vas a estar destruyéndote
y mis manos querrán en cambio aferrar las nubes en lugar de darle abrigo a tus manos.

Tantas noches de garras de niebla carcomiéndote inmóvil boca arriba mirando el cielorraso,
tanto contener lágrimas y apretar la garganta y hacer del corazón un puño de hierro,
y de pronto una fuerza luminosa ha prendido como una flor en tu adentro.
Y abajo me desangro.



– 4 –

¿Cómo hacer la poesía de la calle?
Una semilla se convirtió en árbol que produjo manzanas con semillas.
Pero no hay un recuerdo que permanezca más allá de la herrumbre de la memoria.
Ni siquiera es certero que se establezca nuestra costumbre de la primavera:
no hay algo que separe tu cara fría de la promesa de la losa muerta
ni hay un número mágico que pueda devolverte desde la tierra.
Quizás el horizonte verdadero se encontraba en el cuenco de tus manos que no abrigué.
Quizá el megalosaurio radiactivo derrumbó el rascacielos con el descontrol de su rayo láser.
Sabés que la poesía está en el arte de meter un escupitajo en el plato,
de la delicadeza de una rosa prendida del esfínter de un caballo.
Como en la fragua Hefesto agarra a mazazos las incandescentes espadas,
así hay que arremeter nuestros principios hasta hacerlos esquirlas.
Cabalgan los soldados flameando sus estandartes marciales.
Puedo encontrar refugio en el hecho de que sus ametralladoras resuenan como carcajadas de pájaros.
Tu recuerdo es incómodo como un grano de pimienta en el ano.
Después de la sequía van a brotar de nuevo como de un manantial tus palabras.
Siempre haciendo de cuenta que el corazón es duro
pero llega la noche y te rompés como un vidrio en mil pedacitos.



– 5 –

Acuden, ante el himno del pífano a Cibeles,
a sus flautas las náyades: tensa un fauno su lira
y, la concha caliente, contempla Deyanira
la espalda del fornido centauro que alza mieles.

Y al libar Neso el cáliz que en su fruto reposa,
y al rasgar el ebúrneo velo del frágil higo,
salpican de lechoso néctar el casto ombligo
los equinos tremores de la verga leñosa.

Del carro de Selene tiran bueyes sombríos
pero no se han teñido los peplos de escarlata.
Invoca, la que fuera prometida del río,

a Ilitía que embrida y se lleva al potro entonces,
y embistiendo la lanza que la vida arrebata
deja un charco de sangre vertida por el bronce.



– 6 –

Luna, tu círculo resplandeciente y el-fil crepuscular de tu creciente
vuelve a encender un lento simulacro:
se iluminan senderos como metrópolis de las terminales nerviosas,
las nervaduras arden y se dibujan en la epidermis-pétalo del cuello
al tacto de tus huellas digitales sensibles como rebanadas de fósforo.
Seguimos entregándonos al rito
de que todos los álguienes solían amarse tanto como nos amamos,
y a fornicar como estroboscópicas moscas nuestro mecánico pero degenerado martillo,
abanico danzante de los múltiples sensuales brazos y piernas
como tejen los devas ungidos con oleaginoso rocío dirigiendo al zenit los ojos en blanco,
desorbitados.
Pero el pueblo que grita desgarrándose los músculos vocales
procede a serrucharse los metatarsos.
El olor de la pólvora prendida es nuestro sándalo.
Nos han acorralado como a gallos.
Hay una lastimadura en la noche: el hueco de la luna no cicatriza,
y las plegarias siguen multiplicándose
mientras llueven cadáveres de elefante.



– 7 –

Mientras tus manos podan con destreza
la geometría exacta del helecho,
me brotan los tubérculos del pecho
y enreda mi cadáver la maleza.

Mientras vuelve tus planes satisfechos
la metódica orquesta de tus piezas,
la lluvia va empapando de tristeza
mis comodines de cartón maltrecho.

Ya intenté resguardar celosamente
la planificación de los cimientos,
la construcción fugaz de nuestra historia.

Hoy me queda el consuelo del presente:
de rendirme a escuchar que sopla el viento
borrando la esperanza y la memoria.



– 8 –

Hay ideas que nunca pensó nadie.
Y hay ideas tan largas
que no habrán de caber en una mente que aspire a contemplarlas.
Pero existe una tira más bien corta de símbolos
que haría que te tires a llorar en el piso.
¿Es reducible la naturaleza a su descripción simbólica en dígitos?
Si el sentido preciso de las palabras
lo dan proposiciones sobre las cualidades de la experiencia,
¿qué denota un verbo en tiempo futuro?
No sería lógicamente posible concebir un instante en el que estoy muerto.
Lamento no saber cómo entrenarme para cuando desaparezcan los sentidos.
Y si mi identidad no está en la imagen,
voy a ser aquello que permanezca cuando se desvanezcan las imágenes,
voy a ser aquello que permanezca cuando se desvanezcan los sonidos,
cuando se desvanezca el pensamiento,
cuando se desvanezca la memoria.
Voy a ser lo que quede cuando no quede nada:
soy la conciencia atrás de las conciencias.
Somos todos la atención trascendente al ilusorio transcurrir del tiempo.



– 9: Los monos fantasma –

La mensa está tendida y el generoso púrpura vierte la mano en el cristal del cáliz.
Simios encarcelados tras la clave de fortificaciones laberínticas
ríen a carcajadas mientras mascan pedacitos gomosos adobados de muerte.
Puertas afuera rondan en ciclópeas ultraterrenales motocicletas
máscaras antigás con escopetas del ejército oscuro de monos centinela
prestos a silenciar las letanías de los monos fantasma acribillándolos.
Desconsuelo de ancestros espectrales y plañidos de mono:
¿de qué sirve llorar sobre el desierto
si la sal de mis lágrimas no logrará fertilizar la arena?
La muerte es un camino entre los caminos.
La flor que crece sola entre las piedras es una cosa más entre las cosas.
El cielo se ha rajado y atrás del aire azul nos desnuda el viento.
Embisto con un grito desgarrado
como las olas rompen en las playas,
como un mono rompiendo un cráneo con una maza,
el delicado espejo de mi garganta.
Sabés que fue difícil pero fuimos felices a pesar de las balas,
a pesar del incesante pájaro blanco que acudió a pernoctar en nuestra ventana.
No tengo corazones para darte: puedo entregarte solamente mierda.
Pero arranco de cuajo la angustia entera que se arraiga en la soledad del vientre,
arrojo los despojos de mi carne a tus hambrientas fauces de acantilado
y te vomito estiércol en las manos
para que, en una de esas, agarres y florezcas.

La mariposa china en el cielo muerto



– 0 –

Un año más, y el rito cotidiano
de mirar nuestra cara en el espejo
vuelve a quedar en el pasado, lejos,
como el río rozándonos las manos.

Lo constante es que cambia tu reflejo:
mutamos como mutan los gusanos.
Sólo nos quedan estos días vanos
y la costumbre de volvernos viejos.

Somos como el agave, cuyo empeño
por florecer abriga la ignorancia
de que la flor se llevará su vida.

Somos la vaga evocación de un sueño
cuya inasible, efímera, sustancia
es la memoria de lo que se olvida.



– 1: Axioma y absurdo –

La ceguera en los ojos de madre-luna única nos sigue cincelando:
madre puede hacer magia con las palabras,
su maternal abrazo la piedra nos convoca,
nos abarca el creciente ovulatorio de su añil nada nueva.
La nana acuna delicadamente el andar paulatino de nuestras pústulas.
La vana búsqueda de trascendencia, la pretensión de nuestras identidades
se revelan a la reverberante muchedumbre simbiótica de los gorgojos ciegos
como la reiteración de un mantra-juego infantil.
La insignia de afirmar rupturas violentas
queda desnuda ante otra vez los ojos:
y arrancada de los bulbos raquídeos
la piamadre
se convierte en el diluvio-con-fuerza de llantos ancestrales.
Las agujas nos pinchan la garganta:
ya desteñidiblancas nuestras felicidades
vuélvense lo sangriento de nuestras ruinas.
El parquet levantado por el anegamiento del desagüe
ya se ha vuelto a secar y el sedimento malamente ha estropeado la madera de roble.
El sarro contornea manchas amorfas de corolas dentadas ondulantes.
Como una bestia la naturaleza ha vuelto a disipar el artificio:
se ha inmiscuido en nuestro simulacro del insostenible progreso.
El piso nos devuelve las pisadas con la mirada gacha
de quien ha presenciado su propio entierro.
Y en un rincón-cadáver del diablicuarto muerto
junto a los banderines de Vélez Sarsfield y abajo del rosario
cuelgan con ominosa decadencia los racimos-cascada de tus ojos abiertos.
A vos, que no supiste, que fallaste, que te rompiste sobre los fracasos,
que no te diste cuenta de lo que habías hecho,
de cómo amordazaste lo que nunca se nombra
y arrojaste al silencio mis últimas palabras,
me arrebataste el cielo de las manos
y cubriste de sombra cada naciente pétalo maltrecho
que estaba floreciéndome en el pecho:
sé que va a llevar tiempo erigir monumentos sobre las ruinas,
subsanar las heridas abiertas como ríos a quirúrgico filo de caballo.
Sé que será imposible pronunciar todavía lo que está tácito.
No hace falta que escondas lo que ya es evidente.
Ya tuve tantos rostros, tantos disfraces, que no cabe otra cara en el espejo.
Sé que va a llevar tiempo, pero puedo intentarlo:
te voy a dar mi verdadera cara,
voy a tejer mi historia con la tuya, que tu infancia se convierta en mi infancia,
voy a acabar de lleno mi energía en la consecución minuciosa de los detalles.
Tantos años pasaron y no doy todavía con el funcionamiento de las palabras
pero, hoy, de las infinitas actividades, elijo la de estar acá al lado tuyo.



– 2 –

Llegará, hermana mía, como es inevitable el sol, probablemente,
hermana que cabalgamos llanuras detenidas más antiguas que todos los horizontes,
la primera mañana de todas las mañanas en la que el otro falte.
Entremos a acordarnos de que somos los demasiado pocos que nos quedan de los no tantos días de nuestras vidas.
Ha de haber una consecución de plegarias en las que uno esté vivo y el otro pudriéndose.
¿Habrás de agonizar más lentamente que el andar de la víbora emplumada por las constelaciones?
¿O habrá de arrebatarme como al cardo el hocico del lobo que ha de juzgarme?
¿Cómo serán las manos del que calibre la balanza en la que pesarán nuestros órganos?
¿Qué seremos más que la radiación cósmica?
¿Éramos antes?
Alguien cortará flores para vestir los muertos mientras tomamos mate sobre las tumbas.
Me postro de rodillas ante el borroso enigma de los sueños:
pilares erigidos de la misma materia que la incólume noche.
Algo viene de donde la tiniebla circuncida los ritos
y el fulgor de un relámpago nos arranca de la nada a la vida.
La alfombra carcomida y un perfume penetrante de muerte.
Se configura materializándose la humareda de aquello que no ha nacido,
el ocaso se posa a horcajadas sobre mis muslos.
Ya la vida se dobla como caminos.
Ya el negro de los nimbos es una arremolinada pesadilla.
Ya se disipa el humo.
Ya ronda el mago entre la dentellada de las bestias.
Ya se repiten todos los sufrimientos.
Ya las sacerdotisas de la lógica establecen la buena fundación de sus órdenes.
Ya los rayos del sol despliegan mil abanicos que se ramifican en aperturas.
Ya el punto ciego imparte con su látigo los duelos.
Ya en su vuelo cruzan los pájaros los puentes de los asnos.
Ya graban en el cielo la proposición quinta del libro primero.
Y todo es rectitud,
y todo es caos,
y todo es una rauda pincelada de vórtices.
Y en el cortejo fúnebre se calla
mi corazón que sigue volviéndose negrura.



– 3: Descomposición de los cuerpos –

Soy tuerto.
Cuando tenía siete
irme de las palabras me costó el ojo izquierdo.
El cinturón de padre casi me deja ciego.
¿Dónde habrá ido a parar el ojo que me extrajeron?
¿Junto a cuáles residuos patogénicos se habrá podrido?
¿Las fauces de qué lobos se habrán alimentado de mi humor vítreo?
Busco en la zanja caras de los próceres
y cruces recrucetadas de cobre.
Tengo hambre.
Sacrifiqué a mi hermano bebé para comérmelo.
La sombra de tu sol que me posee
ya me hace balbucear en una lengua polinésica.
Junto plumas sanguinolentas coagulándose del ave Roc.
Mi cuerpo se fragmenta:
me afano a golpes sobre mi propia cara violentamente con un martillo.
Cerceno en rebanadas pedazos de mi cuerpo.
Mis suertes están echadas:
me lanzo como lanzando dados de hueso
cabeza abajo al pavimento.



– 4: La semidesnuda –

Semidesnudas vos y yo en esta pieza,
descalzas entre el frío de las baldosas,
lavándosnós los dientes y en bombacha.
¿Ud., cómo llegaste, no será acaso
otra vez a encontrarme la Dra. Dilanzio?
Me corté con los bordes filosos de un poema que recitábamos.
La maldita Dra. que la Dilanzio, que otra vez fuiste Sonia: la que Dra.,
la Dilanzio que pariste a tu madre,
la Dra. carajo ¿cómo fue que viniste? ¿cómo que puta?
¿Cómo me reencontraste?
¿Cómo fue que Dra. te sacaste la máscara?
¿Sos acaso Dra. la madrastra postiza de la Dr. Dilanzio?
Bajo la vela tenue, como un súcubo,
de proporciones áureas e iluminada por los polvos áureos:
te adoré como a un querubín macabro
galopando a caballo sobre mi cara.
La Dra. Dra. que la Dilanzio, la a secas la Dilanzio,
la Dilanzio Dra. que la urgente Dilanzio:
un día fuimos álguienes, Dra., pero se han desplomado las cortinas,
se disipó la niebla, ya no nos conocemos,
ya no nos hemos conocido nunca,
ya hemos vuelto a ser nadies que no se cruzan.
Dra., ¿no es acaso Ud. Dra. la Dra. de sombra que no es acaso sombra
la Dilanzio de luces que no es las luces, la Dilanzio de luz que no es Dilanzio,
la Dra. de miedo no es acaso Dra. la Dra. que no es acaso el hambre,
la Dilanzio de proyección etérea portal del hipercubo en tu fantasma?
Pero como centauro me siguen acosando los ruidos del disparo:
amanezco soñando que matan a tu padre.
¿Será acaso Dra. de figura quirúrgica que cercena los órganos?
¿Hay Dra. Dilanzio Dra. acaso algo que sea acaso Ud. Dra.?
Sé que en tu desconsuelo te aferrabas a lo que subrayé antes de morirme.
Pero en este paraje desolado de los caballos muertos
y esternones como troncos raquíticos
todavía hay el canto de un ave que florece.



– 5 –

Todos los días el reloj da la hora de tu muerte.
El lógico intuicionista se pegó un tiro
para tener una demostración constructiva.
Pero los muertos que dejamos han venido a buscarnos.
¿Cuál es el horizonte más lejano del mundo?
¿Cómo se pueden aflojar los nudos que me aprietan?
Compartimos tantos ratos insípidos,
tantos ramos de flores de lavanda tan viejos,
que adquirieron su perfume de nada.
Disfrazados como Papá Noeles siniestros,
¿vienen a aprisionarme los recuerdos en sendas bolsas de basura?
¿Cuántas palabras vanas van a salir del pulso que me tiembla
antes de que aparezca la lechuza a buscarnos?
Hubo un día en que ya no hablaba nadie y todos se afanaban sobre las máquinas.
No hay cómo detener el sufrimiento salvo matarse.
Y el gusano se abraza sin embargo a los pocos momentos que le quedan de vida.



– 6 –

Adentro de esta casa resonaron las risas de amigos y de hermanos:
alguien quemó un mantel con un cigarro,
alguien manchó la alfombra con pisadas de barro,
alguien puso la mesa, rompió un plato,
alguien derramó el vino de los vasos.
Adentro de esta casa se metió un polvoriento trapezoide de sol por la ventana,
alguien puso la pava para cebarse mates a la mañana,
alguien se desnudó para ducharse y revoleó las medias en una silla.
Una vez esta casa oyó los alaridos nauseabundos del diablo
y hubo bebés de fuego con los ojos en blanco poseídos llorando.
Una vez dibujamos tu sigilo macabro con los dedos de hueso sobre un vidrio empañado.
Una vez hubo ruido de los pasos de los chivos-basilisco satánicos subiendo la escalera,
y una vuelta de llave de la muerte con los fémures y el abrigo mojado.
Ahora me encuentro solo visitando la casa venida a menos
y hojeo el álbum de fotos de mis hermanos y nuestro pacto con satanás.



– 7: El horizonte inalcanzable –

Somos tablas de arcilla sobre las que un escriba acuña los días
hasta que volvamos a ser arcilla.
Somos copias carbónicas de las copias carbónicas de cintas ancestrales
destinadas al deterioro y la ausencia.
Pero cuando se desaten al final de los días los estruendos del rayo
y el ígneo corazón irrumpa en vómitos de la piedra volcánica,
y el dedo de los dioses rasgue la tela del espaciotiempo:
¿seguirás sosteniendo tu postura de que es posible atribuirle significado
a lo que no es polinomialmente verificable?
Ya han quedado tan lejos que no podemos emprender la vuelta
a aquellas costas de las que zarpamos:
nuestra casa no volverá a ser nunca más que un punto diminuto en el mapa.
Hoy comienza otra etapa: hoy dejás de sostener las columnas
que cargaste en la cervical como una cariátide.
Acaso se desplome el mausoleo
y se extingan las brasas que tan celosamente conservabas.
Hoy te empezás a convertir en madre
y hay que acunar el simio entre los brazos.
Aquello que pensaste que era la esencia de tu vida
mermó como las fulguraciones del agua.
Tus memorias pasadas son esa persistencia
indeleble del sol en la retina.



– 8 –

El sol imprime en los atrios con luces matiz granada
la liturgia de las laudes que anuncian las campanadas.
En una intimidad del antepatio se escuchan relinchar los bichofeos:
la vida se me hace callo de tanto que la golpeo.
Una de las esclavas de mi madre dicen que era haragana,
mamá dice que es mala,
sabe fregar la ropa la muy tacaña
en lo turbio de un arroyo de un campo.
Bajo un arco carpanel, recortada por las gárgolas
queda una torcaza muerta. Y, cobijado en sus alas,
el pichón de pelo hirsuto y alas de plumitas blancas
esperando por su madre a despertarse la llama.
Vamos a ir fabricando de {ardor al orinar} el universo:
Alegan que una vuelta se fue al pasto:
dejó de su patrón la frágil beba en el jardín dormida
se fue a tender al sol las polichinelas.
Y a la beba desnuda se lo comieron toda las hormigas.
Me recosté en el traumatismo en el cráneo:
y la extensión narigular de mi cuerpo
se convirtió en la cúpula circular
bajo la cual cuchicheaba un concilio de mantis.
No vi una cosa más hermosa y triste que la sonrisa que me dirigías
la noche interminable que te fuiste y me juraste que regresarías.
No temás equivocarte porque es humano pifiar:
propio del grande es fallar sin por eso estar en falta.
Que hasta a la acacia más alta se sube el tero a cagar.
Me sigue salpicando el culo el ruido de guijarro de tu nombre.
Probablemente ya no es un recuerdo
sino que es un recuerdo de un recuerdo.
No se pueden cuidar todas las flores:
hay flores que tendremos que dejar que fallezcan.
Y el corazón parece que floreciera
como ese perro que toreaba a la luna
y tuvimos que dejar que muriera.
Te vuelvo a ver después de tantos años,
y estás tan hecho mierda,
y entonces me doy cuenta de que vas a morirte:
¿cuál de estas manos escaldadas por las aguas hirvientes
sostendrá el aleteo de tu intestino?



– 9 –

La cantidad de estados de la mente
es, aunque vasta, una noción finita:
es decir que habrá un ciclo que repita
los estados mentales precedentes.

Y, si no hay atributo que permita
distinguir dos instantes diferentes,
volverá en el futuro este presente
que el paso de los días regurgita.

La concepción del tiempo es ilusoria:
la crisálida en larva se convierte,
el olvido precede a la memoria,

la mustia flor se torna florecida,
y es tan inevitable nuestra muerte
como es inevitable nuestra vida.

La cosa que no era

– 0 Canción de cuna para una nena de telaraña –

La niña de telaraña
un día se despertó
sobre una cuna de asfalto
y un plato de se acabó.
La niña de telaraña
un día se fue a dormir,
soñó con un arcoíris
y con flores de jazmín.
La niña de telaraña
un día se despertó
al desamparo del cielo
y al abrigo del dolor.
La niña de telaraña
un día se fue a dormir,
soñó todas las estrellas
y los árboles de abril.
La niña de telaraña
un día se despertó
en una ciudad con hambre
y un mundo sin corazón.
Duerme pequeño bebé
que tu madre ya está muerta.
Tus tiernos brazos nacidos
no pudieron sostenerla.
Duerme pequeño bebé
que este cielo son tus sábanas.
Que hoy no hay calor ni comida,
y habrá hambre y frío mañana.
Duerme pequeño bebé,
que brilla la luna negra,
que tu vida son los ríos
y tu cuna las estrellas.
La niña de telaraña
un día se fue a dormir
y no quiso despertarse
para dejar de vivir.


– 1 Ojos que ya no tengo –

Llénense las tinieblas de cáncer.
Ave que renaces de tus cenizas:
llévame hacia el pasaje, la abadía y la espada.
Si todo aquello que creí haber sido
está dejando de permanecer.
Ave que me conduces a la muerte:
la envergadura de tu lomo emplumado
es la mano de fierro que me aferra y me suelta.
Planeamos por los bordes fractales de la arena de la memoria.
El ojo de la mente va iluminando los complejos accidentes de un atlas.
Descenso plácido sobre tus alas.
Vista panorámica que me ofrece.
Ya no hay características inherentes a mí.
Acampo en la planicie sembrada de mi propia mandrágora.
Ya soy todas las conchas.
Voy comprendiendo al fin que mis manos no me pertenecieron.
Las memorias se despojan al final de sus máscaras.
Los recuerdos desnudos se revelan como figuraciones ilusorias.
Las formas y siluetas se desvanecen
como al asir el éter en los sueños.
El pájaro me deposita en la noche y se va volando.
Quedo en la soledad de la negrura
derramando mis desconsuelos en lágrimas.
Ya ni siquiera queda ese agujero
que suele aparecernos en las panzas.
Finitud de los álguienes.
Eternidad de pájaros que eclipsan la multiplicidad del ocaso.


– 2 –

Vuelvo a soñar tu nombre que me grita,
vuelvo a escribir el eco de tus pasos,
con las últimas fuerzas de mis brazos
riego el recuerdo de tu flor marchita.

Me asomo a la negrura que me habita:
sé que sólo me quedan tus pedazos,
que el alba se convierte en el ocaso,
que todo muere y nada resucita.

El sol iluminó tu entierro un día
y hoy ilumina tu pared vacía.
La ausencia de tu flor entre la mierda,

la esencia de tu piel en las almohadas,
cada instante que pasa me recuerda
que fuimos todo y no seremos nada.


– 3 –

Todavía conservo en una vitrina
el corazón que aquella tarde me prestaste
como un secreto que resguardábamos
de las inclemencias del tiempo y de los otros.

Susurrabas entre las sombras de los lapachos
tu anhelo como un mosaico ya reducido a añicos
de acunar en tus brazos una criatura.

Decías que los años eran relámpagos
que fulguraban con la brevedad
de la placenta desgarrada por la luna.

Todavía conservo en una vitrina
el corazón que aquella tarde me prestaste
como las flores de manzanilla que desecabas en los misales,
como una plegaria que murmuro devotamente
con la certeza de que no puede salvarme.


– 4 –

Bajo su férrea luz, que rige el día
y el cálculo del rumbo de las naves,
el ejército persa alcanzó el grave
esplendor que precede a la agonía.

Su exacta, luminosa, tiranía
dicta el canto y la calma de las aves,
y en su reflejo circular se saben
cifrar las fases de la hechicería.

El sol, que ha atestiguado la caída
de los imperios, de sus vagos rastros,
como un inmóvil y omnisciente ojo,

ha iluminado nuestras breves vidas.
Y algún día, las luces de los astros
habrán de iluminar nuestros despojos.


– 5 –

No habrá uno solo entre los atributos
infinitos de Dios que permanezca,
ni habrá una sola rosa que florezca
sin prometer su venidero fruto.

Entre estos algorítmicos minutos
no hay un segundo que nos pertenezca,
ni hay un retoño cuya sombra crezca
sin evocar su inevitable luto.

La combustión del tiempo nos abrasa:
nada perdura, todo es transitorio,
un aspecto fortuito del presente.

Y el pensamiento de que todo pasa
tampoco es algo más que un ilusorio
y pasajero estado de la mente.


– 6 –

Postrado ante la arcana signatura
de un volumen del Liber execrable,
fue al descifrar un símbolo innombrable
que vislumbró la eterna conjetura.

La incontenible luz de la locura
le reveló el secreto interminable
del tiempo, que comprende la incontable
procesión de las múltiples criaturas.

Y al desgarrar el velo de la mente
comprendió que la vida es ilusoria:
que no hay instante fuera del presente

ni hay otra opción más que seguir despierto.
¿O cuál será el fulgor de tu memoria
después del día en el que te hayas muerto?


– 7 –

Una vez más los párpados se entregan
al designio arbitrario de las vagas
horas en que lo claro se rezaga
y las constelaciones se despliegan.

Sueño tu larga efigie que me indaga,
mi cuerpo turbulento que navega,
tu abrazo que me turba y me sosiega,
mi corazón sin rumbo que naufraga.

La ventana recorta la simétrica
silueta blanca de la blanca luna.
Bajo la calculada luz geométrica

abro en vano los labios y te llamo:
el eco de tu ausente voz me acuna
y entiendo finalmente que te amo.


– 8 –

Las llamas consumieron las hermosas
cartas que me escribiste, y sus cenizas
que frágilmente se volatilizan
son el polvo de negras mariposas.

Me convoca una antífona monstruosa:
el ángel te ha arrancado. Y, sin tu risa,
mis llantos en la noche me esclavizan
y caigo como un cuerpo en una fosa.

La incesante, morosa, gota cae
pero al fin el océano desborda.
Una vez más el día se termina:

la tarde derrumbándose me trae
la agitación amortiguada y sorda
del corazón que se convierte en ruina.


– 9 –

Se han de borrar los rastros de alegría
y se han de disipar las presurosas
gotas de sal que ruedan lacrimosas
por las tibias mejillas. Todavía

mi pecho alberga la ilusión vacía
de que perdure al menos una cosa,
pero no hay en la esencia de la rosa
nada que permanezca. La poesía

transmuta este fugaz momento en versos:
y aunque nuestros minutos son escasos
y en cambio inagotable el universo,

brota en mi corazón el afán vano,
ante las parcas luces del ocaso,
de tus ojos, de verte, de tus manos.


– 10 Las mariposas cúbicas –

Con las manos manchadas acorralé mi corazón rebelde.
Asfixiado por acogotamiento latió mi corazón al cielo abierto.
El arcángel montado sobre el centauro trotó en la ensilladura de la luna
con su rayo bramante seccionando en pedazos a los hemisferios del cielo.
Anuncio de los truenos como piedras rompiendo su violencia contra las almas:
cabalgares maniáticos de corceles de fuego por el desierto.
Al término del día, cuando amainó la fuerza de la tormenta,
ya los cielos clareantes y las playas en calma,
se multiplicaron las larvas
descomponiendo un cuerpo agusanado.
Moraban en mi madre las alas de murciélago.
Bajó la diosa negra vestida en terciopelo:
las flores venenosas bordadas en su manto
hicieron permanentes quietudes de tu llanto.
En otro tiempo no estuvimos muertos.
En otro tiempo fuimos las estrellas:
sostuvimos el cielo con las manos.
Al fin mi corazón fosilizado rimó con el silencio.
¿Hay lo más amarillo?
¿Hay lo más luminoso que el reflejo temblando
del sol sobre las aguas de los cántaros
adonde acuden a beber las polícromas, cúbicas, mariposas?