Bucólicagada



i.


Hoy cruzá los semáforos en rojo,
sacale fotos al David con flash,
estacioná en la entrada del garage,
entrá a nadar y contagiales piojos.

Fumá en la clínica y los ascensores,
ingresá con bebidas y alimentos,
pisoteá el césped de los monumentos,
suministrale alcohol a los menores.

Asomá el brazo por la ventanilla,
colate y excedete de sección,
fijá carteles, chicles en las sillas,

charlá en la biblioteca no parlante,
sacá a pasear al perro en el Colón
y arrojá en la vereda este volante.



ii.


Una vez a un tipo le picaba atrás de la rodilla y se lo quiso decir a la esposa, "me picó un mosquito acá", pero se dio cuenta de que ese lugar ahí atrás donde se flexiona la pierna no tiene nombre, y en su calidad de visionario supo ver en esa omisión el potencial de un negocio, lo que lo impulsó a fundar esa tarde misma un startup que lucraba con la enajenación de partes del cuerpo olvidadas por el diccionario: rascar.

Al otro día, como había mandado a poner un aviso de la compañía en uno de esos carteles de Su Publicidad Aquí, le llegaron varios e-mails de señores afirmando exaltados que la parte del cuerpo en cuestión sí tiene nombre y se llama hueco poplíteo, y que podría haber buscado o preguntado a un experto antes de embarcarse en una empresa desde el vamos obsoleta.

El flamante CEO y único empleado de la PoME recibió la novedad inesperada como una piña ya que aparentaba dar por tierra con el emprendimiento, pero se sentó igual y solito en una mesa de ejecutivos disponiéndose a conjurar un brainstorming a ver qué otras partes tiene el cuerpo a las que nunca se haya catalogado. Se le ocurrió de inmediato ese valle como el cauce sucinto de un río ya seco que va desde la nariz hasta el labio, pero resultó que se llamaba filtrum o surco subnasal, y barajó también esa piel que nos hace un poco parientes de los patos uniendo el dedo pulgar con el índice de la mano, pero una consulta rápida le permitió cotejar que tampoco podía vender el nombre de las membranas interdigitales porque ya tienen, y esa noche se fue a la cama desahuciado porque a la cosa no le veía prospecto.



iii.


Ayer en la espesura de los bosques
me cogí a un elfo.
Me miró con sus ojos cristalinos,
le tembló el cuerpo.
Entre las ingles escondía el sexo.

Qué orejas puntiagudas que tenía.
Besé su pelo.

Acabé sobre sus muslos de mármol.
Le chupé el cuello.

Anoche entre el silencio de los árboles
me cogí a un elfo.


iv.


Torturé al condenado: le inyectaba en los ojos
las lágrimas, y viéndolo, le lastimaba el morro
todavía la anchura de aquel cielo bastó
para tres noches.
A la mañana fría lo recibió la escarcha.
Lo enterró un hombre grande con la cara cansada.

Rebané cada cosa que no querés saberlo.
Era como una planta que el viento mece, el muerto.
Calma de las verdades que me ciegan y atrasan.
Horizonte de negro como un reloj sin pilas.

Vuelvo a la vida cotidiana.
Jabón en polvo.
Dos kilos de papas.
Llevar a remendar el pantalón.

Quizá algún día busqué el cielo pero no busco más.

Y el semen estalló en el espejo:
rendición que la melancolía traza en su regocijo de ascos.

¿Dónde me encontrarán sus manos,
los libros añorados,
el cucú que ya no miro pero igual canta?

Verdad de aquellas cosas que no se dicen nunca.


v.


Vi un dragón desplegar sus alas largas
recortando el celeste firmamento
y al montarlo me dolían los huevos
del sacudón que les pegaba.


vi.


La niebla de sus ojos
(me miró el archimago)
era un enigma de milenios.
Era eternidad omnisciente
de los irremediables destinos.
Murmuraban sus labios
palabras como gemas
de sabiduría en cristal:
"no comprés esa marca de papel higiénico
que es más barata pero trae
solamente treinta metros".


vii.


Los enanos marchaban
con mantones y hachas
con las barbas cobrizas
trenzadas.

Se tronaban los dedos
y cantos entonaban
empuñando sus picos
y palas.

Cuatrocientos enanos
recorrían el valle.

Y al salir de la luna
se contaron historias,
cantaron y rieron,
comieron y bebieron
milanesas a la napolitana
con guarnición de papas fritas
y una fanta.


viii.


Oí el croar de mil distintos bichos
y retazos de sol colandosé
entre el rugir de los yaguaretés.

El sendero perdido
se adentraba en el bosquecillo.

Bellotas, hojas secas.

Y en el costado un hada
con la bombacha baja en los tobillos:
un hada haciendo caca.

Se escondía la luna tras el velo
que el sutil aleteo de sus frágiles alas contorneaba.

Qué te comiste un muerto.
Qué baranda.