Rompecabezas de un dragón

-I-

Hubo un hombre que plástico
conjugando al elástico cantaba:
«1 Nada. 2 Luego, colores.
¡Sí señores
por entrega en fascículos
llega al barrio de Flores el demiurgo!».
Fijate que indicaba los versículos
con entusiasmo propio de eclesiástico.

Y era un hombre enigmático
porque enfático siempre repetía:
«Yo te amo todabía, semidiós,
puedo ver tu reflejo
mitológico
cada vez que me miro en el espejo».
Fijate que cantaba
con faltas ortográficas
y aunque era cien-por-ciento-mente lógico,
por ello lo tachaban de lunático.

Se perpetuaba místico
su errar flogístico, su avión fantasma:
«Soy ectoplasma, el álef y el omega,
López Rega, Platón, Corto Maltés,
Neftis, Moisés, o alguna diosa griega».
Fijate que el chabón esquizofrénico
no supo ni acertar el alfabeto,
ni nombrar a Perséfone ni a Leto,
lo que lo delataba anomalístico.

De aquel tipo tal fue la mala suerte
que lo metieron donde no hay salida.
¿Cómo podremos aceptar la muerte
si no sabemos aceptar la vida?

-II-

Cuentan de un kaijū que surcó los cielos,
y juran que orientó a los orientales
con sus tegobi y barba siderales
que eran vía lácteas sobre Dardanelos.

Cuentan de su dorado y largo pelo
que rozó los confines imperiales
decretando los signos zodiacales,
los axiomas de Fraenkel y Zermelo.

Sahumaba con sus napias el planeta
exhalando flameantes como fustas
lengüetas ígneas del Averno augustas
y recortaba el sol con la silueta.

Quiso al-Farghānī concederle nombre
cuando en suspenso sobre el ancho piélago
lo vio batir sus alas de murciélago
y lo nombró en la lengua de los hombres.

Su epitelio escamado cabalgaba
la montura invisible de los vientos
por la extensión de todo el firmamento,
serpentino y viscoso como baba.

Cenital ouroboros infidel
que apestaba sulfúrico y añejo,
de ovíparo y estrábico pellejo,
al maloliente culo de Luzbel.

Concéntricos se erguían en su mueca
formando hileras aguzados dientes
los que, se dice, masticaban gente
como un cuchillo corta la manteca.

Tanto sembró el pavor con la mordida,
tanto el Virá ordenó su urgente caza,
que en las estrellas de una noche rasa
fue a yacer su carcasa fallecida.

Al mirar el Virá la bestia trunca
vio achurado el milagro de la vida,
y viendo de ambición su esencia henchida
lloró y pidió no haber nacido nunca.

Shakespeare - Soneto 1

De la grey más hermosa ansiamos cría,
que así jamás ha de morir la Rosa,
y en cuanto el tiempo al más maduro extinga
han de heredar sus brotes su memoria.

Y vos, prendado de tu luz radiante,
nutrís tu llama con tu propio ser,
sembrando el hambre donde la abundancia,
vos tu rival, y ante vos mismo cruel.

Hoy que del mundo sos la fresca fuente
y único heraldo del primor vernal,
bajo tu seno sepultás tu germen,
y es, muchacho, un derroche tu acopiar.

Apiadate del mundo, o sé el glotón
que trague su deber: tu tumba y vos.