La contraseña perdida

En el sueño de anoche, buscando qué incoherencias,
congelado,
el mar era tan frío que te yeló los huesos,
los ovarios,
o quizás un testículo.
Gozar, sufrir, dolerse no son más que procesos
incansables,
mentales, que definen tu efímera existencia
de bovino.
¡Pase al pasado, pase a la máquina de Crono!
conminaba
aquel letrero torvo de la quermés barrial
olorosa.
Allí un gorjear remoto de caburés errantes,
anecdóticos,
que harán omiso caso de tu haber sido antes
ser humano,
alborotaba helechos. Y tu testa de mono
pretencioso
cayó en el horizonte de las aguas llamadas
Panthalassa.
Morirá entre ammonites de eones antiquísimos,
devónicos.
Serás un fósil, nafta, coníferas y sombra,
ranforrincos,
y quemarás el karma entre pistones, carros,
o bujías.
Reencarnarás entonces en la piel de un jurel
escamoso
o probarás ser paria, y en Benarés mendigo
siempre el hambre.
Sería interesante ver tu mente desnuda
frente a frente
y al ir por el camino tropezar con el Buda.

El bebé que paría una mujer por día

Hoy el bebé berreaba su son de vidrios rotos
y lo acuné en mis brazos queriendo apaciguarlo,
pero afloró un torrente de murciélagos blancos
de su pecho latiendo como un trotar de potros.

¡Niebla de mariposas y alas blancas en corro
batiéndose y chillando con fulgores macabros!
Géiser de luces cósmicas, alaridos humanos,
brotaron replicados por su caleidoscopio.

Y al ver esa tormenta de bestias diminutas
supe que algo terrible y a un tiempo angelical
albergaba en su seno la incipiente criatura:

no eran las represalias de un pacto con Satán,
ni el efecto hechizante de la hipnótica luna,
¡eran sólo el reflejo de mis propias angustias!

Basura (n + 1)

Supura la República. Y el tumor es de castas:
se postulan febriles, inzanjables, abismos.
Cicatrices abiertas del criollo contra el indio,
sangre que oscura o clara corre en venas hermanas.

Tal falaz brecha impregna con desprecio las almas
recelosas y opaca con odio el raciocinio.
Los profetas profesan la guerra hacia uno mismo,
o, equivalentemente, la guerra entre las razas.

Mi tierra coloreada en tantas tintas:
si acá abolió la esclavitud la historia
¿por qué somos esclavos todavía

de estas enemistades ilusorias?
¡Acaso un día habremos de cebar
el tan ansiado mate de la paz!

La pisería del diablo

Jamás despreciés, guacho, si te ofrezco la nada,
ni permitás que auspicie la ausencia tus lamentos.
Volteá tu rostro informe de imberbe berberecho,
seguí pateando cuadras con la cabeza gacha.

En su transcurrir lento las hienas se agazapan:
acá empieza la calle que concluye en cortejos.
El cuento es un futuro y el ayer es un cuento;
la vida es una sombra que imprimen las palabras:

es fulgor de un relámpago y es la lluvia que amaina,
son platos que se rompen rayados por el uso
y un suceder de trenes que pasan y que pasan.

¡Embrión inconcebible que no sos más que engrudo,
jamás despreciés, guacho, la nada que te ofrezco,
si ni la vida es nada ni es nada el sufrimiento!

π²

Llegando a sus rodillas la blanca cabellera
de Lechuça recortan su ruta los relámpagos.
Pateando va arrabales con pezuñas obscenas
y brotan de su pico juramentos sarcásticos.

Allí es donde amó un búho y él no la quiso a ella,
donde el sándalo aroma callejones de sexo,
de maquillaje en plumas y cruces en iglesias,
café humeante en las tazas y el arrope del perro.

Rezó un quintal de cabras por el Pipito suyo:
otra vez, madre mía, la gravidez, la calle,
plegarias maquinales ahogadas en susurros,

la cama de adoquines, y el Pipito de sangre.
La Lechuça se duele, las plumas ya están negras;
escampa, y se aproxima la próxima tormenta.

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-lIs-

Me estremecen: tu flor,
tu cintura escamosa,
tu sanguíneo licor, tu excelsa prosa.

Me estremece el primor
con que cuajan los meses,
y el latín de tu canto me estremece.

Me estremece, sirena,
la pena con que cantas:
me anuda como un nudo la garganta.


-kIIngs-

Acabado el encuentro de barajas,
el juego de ajedrez, dados e tablas,
con languidez torácica
expiró el carnaval.
Su algarabía de cartón pintado
tosía una sonrisa terminal.
Se organizan las masas
de antifaces ficticios.
El rey vuelve a ser rey. Febo, Dionisio.


-sIIIze-

Grande será el dolor de quien te mande
cuando al grande poder de tu opresor
grite tu grande vozarrón mejor
que lo grande es inmensamente grande.

Es tan grande lo grande que lo grande
mismo es más grande que lo grande mismo;
más grande que el más grande cataclismo,
que la grandeza del grandor más grande.

Y te engrandecerá tu grande pieza
cuando a lo grande opongas lo más grande
que encarnás con grandiosa sutileza:

cuando lo grande pongas en la mesa
y el glande grande, grande, grande, grande,
contraste con mi grande pequeñeza.


-cumulonIVbus-

El mundo me figuro dos cielos espejados:
el mar es el de abajo, y el otro es un enigma.
De vez en cuando enfoco los cirros con la vista,
y ese instante, al instante, ya quedó en el pasado.

No tengo más las cosas que en otro tiempo tuve,
o al menos he perdido la ilusión de tenerlas,
todo nace y se borra como una primavera
y aún nos queda el consuelo de mirar esas nubes.


-Vsentidos-

Si olfateases mi aliento o si lo olieses,
si mirases mi vida o la observases,
si escuchases mi voz o si la oyeses,
si palpases mi piel o me tocases,
si gustases mi boca o la supieses,
y orates impertérritos soeces
u hostigadores viles montaraces,
vinieran a decirte, mi pistinga,
que el diario no te miente,
desenterrá las bombas
y aprovechá el principio de explosión.


-precVIco-

Por ese no sé qué de la alborada
al que loás en fumancheras coplas
cuando suenan así, tin tin, los dracmas,
y en tu címbalo un cúmulo hay de notas;

por ese qué sé yo todo tachado
con crayolas rojizo bermellón,
y aquel okey anglosajón que el bardo
sabe al tuntún soltar si tu reloj

así lo indica: dame una cebolla.
Una cebolla por las dudas íntima,
porque así la metemos en la olla.

O un recuerdo del año ochenta y cinco
que me induzca a llorar como hizo el SIDA
cuando te quise visitar, amigo.


-noVII-

No nos vengas a hablar de nuestra muerte:
de la muerte ya estamos enterados.
No vengas a decir que estás cansado
si te cansaste de la buena suerte.

No vengas a pedir que me despierte
¡si soñar es mi sueño más soñado!
ni vengas a decir que estás callado
si te abstenés, hablando, de abstenerte.

No vuelvas tuya mi razón omisa,
ni certifiques nunca lo maldito,
ni te mueras muriéndote de risa

que de risa se mueren los payasos
y a vos te necesito así: vivito
y coleando como un zapatillazo.

Tregua

Una vez un conejo me dijo seguila.

Y yo, que soy de escucharlo, me quedé mirando sus pasos (los de ella). ¿Pero cómo obedecer el consejo sin incurrir en exageraciones? Porque una cosa es seguir, y perseguir es otra.

Ella tenía un repertorio de innúmeros vestidos, unos de raso y otros floreados que parecían estampillas japonesas. Intercalaba saltos con un andar gracioso pero recto, de oficinas y tacos y arrabales porteños. Los ojos sonreían atrás de los lentes más que la boca, manchada de tristeza.

Hoy dos siluetas caminaban en silencio en un paraje alejado y rojo como el cielo marciano, en la cornisa de un acueducto de balaustres, atravesando las aguas ígneas de un río surcado por góndolas lentas.

Sobre la ribera, los tipos que, ajenos al paso del tiempo, estiban desde siempre bolsas de arena y cal. Naves de otro siglo, de maderas húmedas hasta el alma, anclas, naufragios, y cadáveres negros de peste bubónica. Barcos descomunales que parecen mil candelabros, de fiestas en salones, minué, lluvia salada, y marinos fumando en pipa tabaco viejo en un camarote.

Vuelta a nacer.

El sol pegaba en el cemento porlan. El cielo parecía un cíclope y el sol el ojo único. Las nubes pasaban rápidamente como en cámara rápida, y el astro inmóvil siempre. Se asomó una gotita de transpiración en la sien.

Despetalar una margarita. Me quiere mucho, poquito, nada.

Y finalmente, como bien adelantara el conejo, el problema se redujo a la congruencia módulo tres de la cantidad de pétalos de la flor.

Seguimos caminando y por fin llegamos a un claro.