Al mazo

El fracaso de los títeres

—I—
–Voy a contarte Nenuco.
–¿Lo qué me vas a contar?
–Voy a contarte una hitôria
que me contó mi papá.
Mi papá Roquerralino
se vino cruzando el mar
cuando lo barcos andaban
a remo y a nada má.
Tanto remara mi padre,
sacó por brazo un chañar.
La epalda se le hizo dura,
de cuarzo la voluntá.
Mi papá fue un oso panda
que se vino de Catay
para zafar de la peste,
del hambre, de la humedá.
Ciento osos eclavizados
con ansias de libertá
viñeron bucar fortuna
pero ella no etaba acá.
Vino a eta tierra del Plata,
pensó que era literal,
se encontró con la suspresi
de que fuera basural.
Te preguntará Nenuco,
cómo llegó mi mamá.
Esa hitôria no la cuento,
porque en nuetra sociedá
el modelo de familia
sigue siendo patriarcal.

—II—
Los oso pensamo siempre
que la vida de verdá
nunca etá donde vivimo
sino en algún otro lar.
Por eso somo viajero,
jamá dejamo de andar,
por eso vino mi viejo
en dicha nave a embarcar.
Dicen lo títere sabio
que moran en el altar
que Degü labró los astros
y después se echó a torrar.
Degü por si no sabía
viene a ser una deidá
que dicen los aujereado*
supiera el poniente ornar.
Depué le hablara al oído
al Rey de Titeridá,
y a lo títeres enteros
ficieron así jurar:
que aquellos que no le diesen
al Rey de Titeridá
sus hijas y su riqueza
se lo devore al crepar
el Michús, un môuntro fiero
que mete miedo al junar,
mita y mita cocodrilo,
roquefores y ananá.
Juran lo títere sabio
que ê ciento por cien verdá.

—III—
Degü, quien pintara el cielo,
es una abstracta entidá
que sólo le habló al oído
al Rey de Titeridá.
Ya dichas estas palabra
nunca le habló a nadie má.
Por eso en honor al Rey
hicieron una ciudá,
y pa ecuchar al Degü
contruyeron un altar
en que lo títere sabio
lo intentan sintonizar.
Un día, la martioneta
viñeron a visitar
la tierra que gobernaba
el Rey de Titeridá
y viñeron con relato
de su remoto lugar,
el valle del Etantión
donde brota el manantial
de la má rosada lesia
que tú pueda sopechar;
donde lechuças gorjean
tras focos de albo llamear;
donde maêtro reunidos
saben bien filosofar
mientras peluches esclavos
los vienen a abanicar.
¡Qué fuera de martionetas
sin el don de esclavizar!

—IV—
Cuando llegara el maêtro
martioneta a chamuyar
sobre la mucha bondade
de con su gente trabar
in sæcula sæculorum
una fecunda amistá,
en la lengua de lo títere
fuérale Rey a ladrar.
Sonaba como mil pedo
que en simultáño al tronar
salió diparando el mae
como quien lo ve al Cheitán.
En eso baja del techo
y fue de casualidá
el mimísimo Degü.
Del Rey de Titeridá
apropincuóse a la oreja
y quiso así susurrar,
o al menos eso refiere
dede su lecho mortal
en sus autobiografías
el Rey que acabo 'e nombrar:
–Al pueblo de martioneta
que al mae quiso enviar,
pagos donde dulces lesias
vienen del piso a manar,
y en donde sabia lechuça
su trino suele entonar;
al pueblo de martioneta
–le dijo– lo detruirás.

—V—
–¡La martioneta ha venido
a nuetra etirpe burlar!
–dijo a la turba de títere
el Rey de Titeridá–.
–La martioneta son raza
deleznanda en su total;
detentan desde hace añare
del Etantión majestá
valles de ensueño, dorados,
que fueran mi propiedá;
rechazan mugrientas de alma
al que puso a Aldebarán
en el rincón de la noche
desde el que lumbre nos da*;
pervierten su propias hija,
no tienen moralidá,
se roban nuetro trabajo,
le pegan a tu mamá,
son dueño de lo negocio
má grande que siempre habrá,
y erutan que ni te cuento
cuando toman uvasal–.
Lo títere boquiabierto
por aquella novedá
se ragaban lo chitone,
se mesaban por acá.
Y la nata xenofobia,
la albergada mequindad
–¡Martioneta hija de puta!–
comenzaba así a aflorar.

—VI—
–¡Degü, mis títeres míos,–
así prosiguió el Rajá
–me dio la misión de al pueblo
de martioneta arrasar!–
Lo títere vitoreaban
enloquecido de atar,
como un perro de la calle
si le das para morfar.
Se les iban olvidando
su ratro de humanidá,
aunque nunca siendo humanos
êto no era de etrañar.
Perdió el títere el recuerdo
de cuando fuera rapaz,
se olvidó que martionetas
tienen hilos por atrás
y los títeres aujeros
pa poderlos manejar,
pero que fuera de aquello
(por adentro) son igual.
Porque etaban asutados
y el miedo te hace matar,
lo títeres exaltado
palos iban agitar.
Áhi ensillan los equino,
áhi van en la ocuridá,
soñando con martionetas
con alfanjes degollar.
Con recobrar Etantión
para la Titeridá.

—VII—
Cuando lo títere arriban
y van a Etantión sitiar,
la cosa no fue tan fácil
como lo era en su soñar.
Lo músculo fatigado
ni lo dejaban parar,
las barriga haciendo ruido
pidiéndolés de cenar.
La tenían los caballo,
los tenían hasta acá,
relinchando los kinoto,
relinchando sin cesar.
–No ê factible contruir–
rezaba un viejo refrán
–un catillo sin que el tiempo
corrompa, ya el material,
ya el cuerpo del arquitecto,
antes de finalizar–.
Ninguno se daba cuenta
de que "rey" ê nada má
que una palabra inventada
por lo que quieren mandar.
Por eso le hacían caso
al rey que ordenó atacar
porque supo convencerlos
que Degü le vino hablar,
porque etaban confundidos
entre verbo y realidá,
como si llamarla "Vida"
pudiera a Muerte burlar.

—VIII—
Resumiendo, en Etantión,
la cosas marchaban mal:
las catapultas y arietes
y máquinas de sitiar
presuponen resistencia
por parte de la ciudá;
en cambio frente no pueden
hacerle a la inmensidá
del valle de martionetas
salvaje y original,
que no admite geografías
ni su anchura mensurar;
que no conoce fronteras,
ni principio, ni final.
Allá donde fluye el Ñaco*
torrentoso en libertá
y esclavos peluche en cambio
bajo el yugo del feudal
pierden la vida sembrando
lo que no han de cosechar.
Así me contó mi padre
que al lo títere rodear
el valle inmenso de etante
se largaban a llorar,
se tomaban de las mano
y empezaban a entonar
himnos que evocan ayere
de su memoria ancetral.

Naturaleza muerta

Bajo bananas verdosas,
verdes manzanas también.
Arrepolladas lechugas,
¡lo que te pinta!
y lechugas mantecosas.
Sobre este lienzo cuadrado;
cuadro pintado. Aburrida
naturaleza.
¡Naturaleza morida!
Bajo los cocos y las toronjas,
albaricoques y nectarinas,
yacen las minas.
Bajo estas frazadas rotas,
duerme la crota,
yace la manca
bajo estas sábanas blancas.
¡Bajo estas sábanas blancas!
Adónde se fue la nena,
con Avicena,
con Averroes
a vender flores fructificadoras fundamentalmente;
parca de velo, de ruiseñores
que no la vieron más. Que adónde fue.
Que no me respondás
que ya lo sé.
Así la tipa transpira.
Así transpira ¿y por qué?
Lago salobre, peludo
finés y fingidor y costilludo.
La cuenca accidentada del Salado.
Grotes(naturalez)casesinado.
Que por tu frente va(ha)sta la almojada.
El ágape bendito, el pororó.
Entre navespaciales borejales,
las lánguidas violetas.
Melocotones sublingulijales
que trenzan riendas por las estréstrellas.
Las mandarinas, consternalaciones.
El pan que fuera flauta, buena espiga.
Avinagrado de este frascadalso,
regándote de migas.
Van dos grosellas van, como pezones
umbilicales de tus sendos senos.
Un tigre triste que es la propia Eleusis,
manchó el mantel,
mancholo de manteca
con el fresco verdín del Juan Bambonga.
Sambonga
la mesa chonga
que la banganga rezonga.
Sambonga que se prolonga
la conga que te parió.
Pues que la quiten
legómenon.
Que me la quiten y ya.
Abajo de las estrehias
–me dijo ehia–
cuando una copa e vino pidió en tonse
y mientra sho pedía una botesha.
Y así se van los largavistas suecos,
agazapados sobre la mesa.
La vieja
salió de fiêta,
cruçó la meta
y, acubalada
la deslutaban
los almanaques.
Las dos manzanas que causaron líos.
Los ríos, y los ríos, y los ríos,
y los ríos, los ríos, y los ríos.
No habremos de alcanzar el firmamento.
En esta tierra maldita
por jesusesjesusesjesusesjesusesjesusesjesusesjesusesjesusesjesusesjesuses.

Trivial 2

Lo sé, vas cabizbajo, y es que el pretal te aprieta,
es que un dolor te inquieta de la una a la otra vértebra,
que el rabo entre las patas te pincha al inspirar.
La voz atroz, secreta, repica en tus orejas
no cesa ni se acalla tomando un mejoral.
Tu jenga insostenible de cartas españolas
lo soplan el pampero y el fiero temporal
que amaga con dejarte y en otra terminal.

De donde partió Roquerralino

En las ajadas páginas de un libro
que redactó la virginal Lirife
se detallan los seres y los hábitos
de la tierra de Bjes, esa remota

y atemporal ensoñación. Refiere
su escrupulosa crónica los soles
en que reinara el gran Virá de Bjes.
No decretó el Virá que edificasen

jamás, para albergar sus alegrías
por un finito número de días,
suntuosos aposentos. El volumen

describe la precisa arquitectura
que supo darle a aquella sepultura
donde aún hoy sus despojos se consumen.

Pa que se te pudran la vena

Mira Nenuco etás no son pamplina,
no me sorprende que tú etés agreta,
vino eta mina, la Analeta, dede su oficina,
para venderme una chaqueta de tonina.
Le repondí: Analeta,
cachigordeta,
¿puedes quedarte algún minuto quieta?
Si, analfabeta, tu ladrido te incrimina,
si eres más dulce que un terrón de sacarina,
y tan coqueta como son la gallina.
Que a mí no me fascinan esas manganetas
tus golosinas, ni tus operetas,
ni tu silueta de latina cheta,
ven Analeta, que te tengo sujeta,
con una cadeneta de mandarina,
con un vagón de bayonetas esterlinas,
un cargamento de cien gramo de paleta,
y una croqueta de lavandina,
para que sigas una dieta fina.
Prepárate, Nenuco, para la fieta,
que la Analeta se vistió divina,
que eta mañana se sacó la careta.
Y que así juega sobre la banquina
y recarga gasolina la muñeca.
Ella camina con do pierna chueca,
orina en la letrina y se seca,
y se reclina, como un árabe a la Meca,
enciende la turbina, con una mueca,
la muñeca se inclina y defeca,
te dicrimina,
como un títere volviendo de la biblioteca,
de la piscina pa la discoteca.
Toma una apirina para darte jaqueca.
Nena, ven a mi cena,
que eta quincena te alquilé una limusina,
que la neblina de la noche ta buena,
para una sarta de frases obscena.
Voy a amarrarte en un placar de naftalina,
como te amarra la lechuza en la neblina,
con eta cadena que saqué de la oficina,
con una tormenta de arena transandina,
y margarina
pa que se te pudran la vena.

Mesina

Pendeja fantasmal de mis anhelos
que no consigues conciliar el sueño.
Ciertas angustias vienen a cernirse
como este jote que devora sueños.

Como esta noche que devora noches.

Una palabra te agarró pebete.
Te elevó por los aires colosal,
te agarró por el cuello hasta el final,
te dio de puntapiés en el ojete.

Doce inviernos apenas
azotaron los brazos de la niña.
El pulóver raído
no sosegó los vientos.
Ana exhaló fantasmas.
Fue trazando su aliento en la mañana
nebulosas figuras,
blanquecinos retazos, formas blancas.

Lo que está siempre está por extinguirse.
No se puede aferrar la juventud,
ni el amor, ni el placer, ni la salud.

A esta súplica irrísona y morosa,
a toda presunción de raciocinio,
las diluye el placer que un perro negro
tiene al descerebrar tu mariposa.

Niña de mis anhelos, ¿por qué lloras?
Tu porvenir es un ocaso eterno,
tu vida el cementerio de las horas.

Koan

Publican tonterías laborales:
que hoy robé una corona de diamantes.
Mencionan que mis planes son brillantes
en ciertas ocasiones especiales.

La noche se coló por el pasillo.
Todavía me duele la cabeza.
Vi sangre azul que fue de una princesa
escurrir por el filo del cuchillo.

El juego terminó. Me desconcierta.
No dejo de pensar en lo que hice.
No me olvido el chirrido de una puerta.

Y sin embargo lo que nadie dice
es cómo envidio el sueño de una muerta.
Los diarios no publican que la quise.

La añoranza

Cuando el ordenador lo despertó
habían transcurrido dos milenios.
Briggs se despabiló de un largo sueño.
No lograba enfocar, y forcejeó.

Al fin la vastedad de las estrellas
franqueó la córnea como un cuerpo extraño.
Y por primera vez en dos mil años
pensó en la Tierra, en su familia, en ella.

–¿Qué día es hoy? –pensó–. ¡Pregunta inútil!
Si los pibes, las calles, las ciudades,
las bibliotecas, las celebridades,
ya no iban a volver. Todo era fútil.

Se quiso hacer una chocolatada,
corrió hacia la cocina entusiasmado.
–Mierda –exclamó–. La leche estaba mala.

Se acordó de la vida en Escalada,
del manto negro en el cemento, echado,
de él juntando excremento con la pala...

Los pulpos y el tiempo

Antes de que posar fuera en Rigel
la mirada Hiperión, antes de Sion,
del Sinaí, del Ponto, del Pelión,
de Afrodita dorada, de Babel,

antes de que el andar bajo este sol
fuese atributo propio de las minas,
antes de que emergiesen viperinas
las sierpes primigenias del crisol,

ya había La Criatura abominable
callada y en el Ártico fecundo
dormitando, remota, en lo profundo;

ya sus pupilas inconmensurables
acecharon trirremes. Y hoy te esperan,
con hambre de tus pocas primaveras.

Trivial 1

Marchan tus ancestrales camisetas
dándome verdes uvas en un óbolo,
dejándome el racimo entre las manos.
Regina, vos, del pópulo romano;
yo, no más que un estólido gusano.

Tremulaste adelante de esa duda,
las uñas me clavaste,
ya emperatriz vacuna y cojonuda,
huidiza suricata ya, y moruna.

¿Qué te llevó a menear así las trenzas
(mis yemas te hinqué yo)
en una convulsión desaforada,
más vulgar que el latín de las legiones,
más corriente que el pan y la manteca?

En una concesión arrepentida,
supo aflorar lo arcaico de tu vida.
Como en la afirmación desafirmada
que acaso es una simple negación,
o quizá negación que al ser negada
deviene en oración afirmativa.

Fusium en miso

I

Gidve vensanis,
en dila veloc,
genat nul utfes.
Vogfic at tican
nifilc. Imilen
o funtid nile
pea luranou
dis atufanis.
Las gentes,
que son y punto,
paran el frío.
La estrella que a las mujeres
no entrega. Llueve
el cielo acuoso
sobre las hojas
de los árboles.

II

Mudil limelis,
nast vales posen
o terou vusa
at cor o vogid
ver at lim mufel
seuta dou vordou.
Vi ditvanoou
divnien dosarurn.
Bebé gris,
¿por qué da pena
ese otro sol del atardecer,
que es la luna,
que ilumina el pequeño cuerpo
para cada noche?
En la cama,
yace gélido.

III

O vaug en dosar
at in pelenfes
aucidevficat
ium nile fuvou
tasis alnontis.
Tic fuvis corat
dilar pravindais
nul at or segiv.
Fuego helado
que llora
tramando
agua caliente para la piel
de vuestros pies.
Ella, pielosa, es
la música del amanecer
que amo.

Romancero peluche



Romance del oso y el lacayo


El oso pergaminero
de naturaleza ruin
supo prender al Jogitu,
al Jogitu carmesí.
El Feskito y la Lechuça
miráballos combatir:
ya mirábalos Lechuça
con ojos de yo no fui,
y de ojazos compasivos
mirábalos el jorguín.
La tierra partida al medio
no pudiéronla reunir,
ciertas hay enemistades
que es inútil dirimir.


Romance del Nenuco que partía


Como el higo de setiembre
que tasa el almotacén,
el trigo descabalado
segó el Nenuco à la mies.
Los dientes leche, calados
un dentrífico a la vez,
el pelo desalmenado
del harto ansina correr.
¿Cómo fue a surcar Lechuça
su camino de escamel?
¿Qué ñeco se le interpuso
con parla de ugrofinés?
Las martionetas labraban
a la vera del vergel.
Un títere aceitunado
surciendo en el sardinel.
Nenuco que no volvía,
Nenuco que se fue ayer.
Nenuco que ya no vuelve,
Nenuco que no ha volver.


Romance del Nenuco Nenuquillo


El Nenuco Nenuquillo,
muñeco de nuestra pieza,
con una bala en el vientre
volvió de la biblioteca;
le duele con voz de plástico
el tajo de la su pierna,
le duele que su ojo ciego
no pueda ver las estrellas.
Lo viera el oso maligno
que lo mandara a la guerra
y refiriera estos dichos
con voz de celosa felpa:
» Oh, Nenuco Nenuquillo
muñeco de nuestra pieza
la lámpara poderosa
dictado ha ya tu ceguera.
» Medalla no habrá que supla
lo que quitó martioneta,
no habrá quien vuelva a tu mano
lo que has perdido esta vuelta,
ya Nenuco Nenuquillo
muñeco de nuestra pieza.
Diciendo así el oso fiero
dentróse y cerró la puerta.


Romance del llanto del oso


La Dayana Dayanera,
¿cuántos hijos tengo yo?
Tres hijos de la perrita
y uno es blanco como el sol,
tres hijos que hizo Feskito
salir de la nuestra unión,
dos hijos de la Analeta
que nadie reconoció.
De los dos es uno muerto:
la peste se lo llevó;
fui a verlo en el cementerio,
llevárale de una flor.
Lo viera al otro su padre
pidiéndole de a un Muñón
y no pudiendo ayudarle
por única vez lloró.


Romance del chamar


El bosque de bruscas hojas
de bruscas olas el mar,
chamaron al buen Nenuco
que fuera letificar.
Chamaron a buen Nenuco,
buen Nenuco fue chamar.
Ya sonaron las bocinas,
ya llamaba la ciudad
que volviera buen Nenuco,
volviera letificar.
Buen Nenuco no volvía
se adivinaba jamás.
¿Dónde camina Nenuco
dónde sus pasos marchar?
Al bosque de bruscas hojas,
de bruscas hojas al mar.


Romance de la tierra acolchada


Cruzando los urututus
se esconde ciudad murada
donde hay la risa del ñeco,
donde el incienso y la santa
doctrina ventiladorum
loor rinden a nuestra lámpa.
Ciudá abundante en manjares,
en veredas y anchas camas:
en tapices recamados,
en de lino gruesas mantas.
La lesia de allá es tan dulce
como dulces mil guayabas.
Los ñecos de siete velos
danzando van suyas danzas
y hace el iris de jabones
frondosa espuma en las zanjas.
Un sinfín de patotrayos
se deja escuchar al alba.
La doña buena Lechuça,
sobrevuela las frazadas
y examinando los yuyos
extiende sus alas blancas.
Cruzando los urututus
más allá de la ventana,
la estopa sabe alegrarme
la tierra de la almohäda.

Tengo un sueñito, mis perritos...

No habrá quien nos expulse de esta pieza,
la de la lesia dulce, el almohadón
perenne, que el marino Guareguón
avistó, dando fin a aquella empresa.

Nadie podrá borrar de mi recuerdo
el valor de una estirpe de conejos
que escalando basura y diarios viejos
separaron al Ñeco de los cerdos.

¡Pieza mía! Hoy en día tu baldosa
maculada de sangre de mi hermano
sufre mi sufrimiento silenciosa.

El día llegará, Edredón permita,
que cortes los amarres de tus manos:
¡el sueño que soñara la perrita!

oooxo

La desesperación desesperante
es cuando te persiguen:
es cuando te persiguen, ingorantes,
y te van a violar.
Y vos que no podés ni dar batalla,
en la silla de mudas,
que no podés lidiar con ese arte.
Que te van a sacar lo que tuvistes.
Que van en mierda fétida a encubarte.
Si conocieses los suplicios esos
que se les atribuyen a los presos
o a las mezzosopranos,
abrirías las fauces como un ano
pa que salgan las heces.
Cuando los zombies van a liquidarte,
rebanarte la espalda a latigazos,
a los ponchazos dar de carcajadas,
mientras te cagan, lento, a las patadas.

Cuando estás en las sórdidas tiniñeblas
que a tu rutina intemporal preceden.
Cuando olvidás el arte de escaparte
y, las piernas a todo lo que da,
cede el cuerpo a una danza fútil, cede
a la febril debilidad; tus músculos
no avanzan ni un centímetro cagado.

Mirando para atrás en bicicleta,
y no llegar a ver cuál es tu rumbo
porque vas a los tumbos. Dónde voy,
doblo acá, cuándo bajo y hoy es hoy.
Quién coño es un pebete y quién anciano.
Cuál es tu corazón, cuáles tus manos.
Cuál es tu identidad y cuál tu jeta
que es lejos mi palabra predileta.

Quién es el que te sigue más que un mostro
giganteszco y enano y verrugoso,
asesino y ladrón y muy mal mozo,
ñato, horroroso, pinche narigón.

La pesadilla más pesadiyezsca,
la más desesperante,
más burlesca,
es cuando está cerrado,
digo, abierto,
digo, no sé qué cosa circunfusa.

¿Qué, chiruzsa,
qué, musa, muzzarella, pampelmusa,
qué, mi amor, mi alhelí, mi cariñito,
mi cada palpitó que acá palpito,
qué desesperación desesperada,
más que desesperar, es más que nada,
que, más que nada, es nada?
¿Qué es nada más que nada?
¿Qué más que nada es más que más que nada?

El intervalo entre los eventos



racionalización de asesinato

Si por causas fortuitas o plañadas
sacrificar tuviéraque al Nenuco,
fuera su eunuco fiel, su desposada,
su sodomita ingrato, su archinémesis,
su Abel en el relato aquel del Génesis;

si el sicótico vicio de venganza
de su mansa templanza lo expeliese,
y la pulsión bancar no consiguiese
de de plomo llenar toda su panza;

o si catalizar de su persona,
por estéril, cipayo o vendemæse,
la ausencia fuese cosa meditada,
para en la fosa hurtarle la corona
y gozar de su amada voluptuosa;

dígasé que el Nenuco está decrépito,
sépasé santo, salvo, su Mesías,
quien va a darle por ano el sacramento:
erigir monumento a su memoria,
consolar su lamento y letanía,
elevantar su ehspíritu a la gloria.
Si, total, ¿quién amó su vida plástica?

Expíe así el tenor de tal desgracia
y oblígueló a implorarle la eutanasia.


una esperanza o no

Cuando de canas se te enllene el vello púbico,
cuando te achaque a la final la incontinencia,
    cuando tus piernas se marchiten,
    cuando envejezcas sin arreglo,
cuando el pasado en unas sábanas enjugues;

cuando ya no te me levantes de la cama,
cuando la fiebre te achicharre la memoria,
    cuando te olvides de qué fuiste,
    de las imágenes que viste,
de tus hermanos, de tu casa, de tu nombre,

tu lengua seca igual beberá el agua,
el aire igual elevará tu pecho,
poblará el fuego de color tus sueños,
será de tierra una vez más tu cuerpo.


querer odiar

Antes de dispararte como se mata a un chivo,
compartimos los teses que lo nuestro sellaron
bajo la sombra negra de unos pocos gomeros.
Querer odiarte, piba, fue mi violento oxímoron.


la amenaza del oso

Soplando el humo que exhaló el revólver
le disparé a los pieses del Jogitu.
"Baila" imprequé, y el infeliz bailaba
como un mono de circo.


la memoria de los títeres

De pálidos cabellos
los títeres entonan
sus épicas canciones,
las manos alborotan.
Sus memorias abarcan otras eras geológicas.


el zombi de llavallol

La cosa empezó parece
dijeron en canal trece
con una intrahospitalaria.

Otra que lepra en Samaria,
la cosa se puso fea
cuando la Peste Final,
la bautizaron algunos,
diezmó Ezpeleta, Martínez,
la Capital Federal.

La culpa dijo el Ministro
no es cuestión de repartir,
lo que importa es prevenir.

Cuando la gente se entera
de que se puede morir
(como si eso fuera nuevo),
será para practicar,
se empieza a morir de miedo.

Escuchan casos de enfermos
que dan por televisión
y les agarra un cagazo
que les pesa el pantalón.

Y encima de la salú,
la gente se pone mala,
si te sonás la nariz
capaz ligás una bala.

Si viajás en colectivo
cuando la gente está loca
te pueden mirar torcido
si llegás a respirar.

Suele ponerse agresiva,
será una cuestión innata,
de presión evolutiva,
cuando hay algo que los mata.

La gente usaba barbijo
no fuera a ser que los hijos
enjaulados como presos
en una cárcel de alcohol
conocieran, Dios nos libre,
el mundo de carne y güeso.

Un enfermo gimoteaba
que se cortaba la pija
si no le daban un pan
para calmar esa lija.

Nadie le tiró ni un palo
lo dejaron estarvar.

Y la muchedumbre humana
no se quiso ni acordar
si el tipo que se moría
era chorro o policía.

Los sacerdotes de Kükümagen

Stewart Combs cogió el autobús transurbano que surcaba la carretera de Philadelphia a Baltimore. Era entrado el atardecer. Había transcurrido un año desde que dejó su hogar y partió por trabajo. Su posición económica no le permitió rehusarse. Su jefe era un muchacho altanero de nombre Joe Dominguez, mucho más joven que Combs, que se paseaba por el sitio con una chaqueta grasienta y blue jeans, vociferando órdenes y mascando tabaco.

Pero ahora Dominguez había quedado atrás. Si tenía suerte, pensó, no volvería a ver a ese cerdo. Combs ansiaba llegar de vuelta a su hogar. Su familia lo estaría aguardando. Con lo que había ahorrado este año podrían comprar un pequeño auto. Tal vez tendría tiempo para hacer algunos arreglos en el jardín. Pasaría más tiempo con las niñas. Y con Connie. Oh, Connie...

Mientras subía al autobús recordó un ejemplar de un comic que leyó cuando era niño. Su madre sólo le permitió comprar uno. -No pierdas el tiempo con esa chatarra -solía decirle. Recordaba vívidamente las figuras de la portada, pero por algún motivo no conseguía recordar el título. De pronto creyó tener el ejemplar en sus manos. Podía sentir la textura de las páginas, volvía a oír la voz de su madre regañándolo. -Vamos, Stu, te has vuelto loco -bromeó para sí. No imaginaba lo que vendría.

-¡Madre santa de Benamejí! -lloró como un bebé, una vez que la pelambre del libraco, que rezaba Los sacerdotes de Kükümagen en la tapa, cedió ante él, ante la manaza fornida y peluda de Stewart, disparándose así, y poblando el aire, la aciaga realidad. Sollozó al darse cuenta de que su mente ya no estaba en el autobús, que se encontraba ahora en el cuerpo de Don Molina.

¿Dónde demonios se encontraba y cómo carajo iba a volver?

Hijo de un criollo y una india, Don Zoilo Molina, o de indio y criolla hay quienes dicen, quiso echarse a dormir la siesta en la hojarasca, con el sol de la tardecita pegándole a través de las ramas en el napio. Su animal, a un lado del caldén, se ensañaba con la tarde dándole coces a los yuyos, profiriendo tales relinchos que parecía un ataque de alergia, sacudiendo el pescuezo como en un tic nervioso para acomodarse en las riendas.

Me hacía acordar a ese fulano que se retoca la corbata frente al espejo. ¿A cuál fulano? Al único. Y a todos. Si todos los fulanos son los mismos. Ese mismo fulano que un día es Stewart, otro día Jan Elausson, otro día Connie, un día Joe Dominguez, y al otro Don Zoilo. El mismo tipo que un día fue pendenciero y otro pacifista. Un día víctima y otro victimario. Un día madre, un día feto, un día violador. Un día bella y otro bestia. El mismo que un día es Gregorio Samsa y al otro un bicho. Un día tu hermano y al otro un cadáver. La Reina de Inglaterra, god save the queen. El albañil que hizo esta casa, Adán o Eva, Abel o Caín. Los Quijotes y Sanchos y Dulcineas del mundo. Esopo, que fue un esclavo negro. Zhuangzi, que soñó que era una mariposa. Ese mismo fulano que también, ¡cómo no!, es mengano y zutano y perengano. Ese mismo fulano que sos vos, cuando recién te levantaste, cuando estás en el baño hilodentándote para que no te sangren las encías pútridas, cuando te arrancás la cascarita de la herida, cuando estabas nervioso la primera vez que te diste cuenta de esa euforia que es estar enamorado, cuando tuviste un hijo y no pudiste creer que ese precoz humano que salió de tu vientre tuviera las manos minúsculas y perfectas como cualquier mortal. Ese mismo fulano que es tu vieja, tu viejo, tu hijo, un samurái, un druida y una tortuga de las Galápagos. Ese mismo fulano que de vez en cuando soy yo.

Estaba navegando el nada pacífico helesponto, o acaso el flegetonte. Vadeando cantos de sirenas afrodisíacas, la carabela mohosa transportaba más hambruna y más pestes que tripulantes. Sin divisar jamás tierra firme, el capitán, rendido al sino, consultaba vanamente los arcanos que la alidada y el sextante no le confiesan a cualquiera. Entre los poco gratos efluvios de los marinos, ya fantasmales de lo bronceados y enflaquecidos, un pibe todavía lampiño jugaba a la baraja. Las mareas sistólicas tambaleaban la embarcación con fuerza de mil Hércules; contrincantes triunfales bajaban en abanico un as, dos ases más, y luego otro. El pibe era él, y también, nuevamente era yo.

Eso era lo que soñaba. La descripción chota de su sueño le rememoró que en su última travesía, mientras iba de buque en buque, que de algo hay que ganarse el pan, surcando las aguas saladas y la tempestad, poco más que un lastre humano, limpiando con el lampazo inmundo los tablones vomitados de la nave, lo habían azotado ventarrones impíos que cartógrafos de otrora supieron retratar en bocas de arcángeles, insuflando nubes malignas, arrastrando soles que extendían sus brazos hacia los confines del poniente.

Pero no: ni el bamboleo incesante de las naves, ni el trajín estrepitoso de ese puerto lleno de extraños, que confabulaban en una macedonia ininteligible (qué adjetivo de mierda) de romance y vaya uno a saber qué, de ladinos siempre dispuestos a embromarlo a uno, eran para él, que se había criado en el silencio litúrgico de la llanura, a la vera del charco y reventando sapos a piedrazos. Mejor el hambre. Que él había elegido los pagos de por acá en el pueblo, y acá se quedaba carajo. Aquí donde en los tiempos de Roca los Torres y Balbuena supieron instalar sus fincas; donde por la noche la luna llena refulgía espléndida y sin peros; donde en el crudo julio un paisano cualquiera te intuía a oreja limpia el cabalgar de un jinete a media legua. Tal era la magia negra de los lugareños.

Mientras el amigo dormitaba, vino a pasar por el sendero un gringo a caballo. Y acá es donde entra en juego la figura ineludible de la vieja. La vieja que una vez, cuando era chico, nos mostró una foto de los tiempos del ñaupa, que retrataba a ese gringo, Johann Elausson, cuyos ojos azules penetrantes habían sido ya eliminados por arte del tiempo.

Encorvada en la rueca, siempre hilando diligente como una oruga su crisálida, la vieja pálida sonrió ante la cuestión y recordándolo entornó la frente en cuanto señalé la figura, no mucho más ni mucho menos pálida que ella: la foto clara, oscura, monocroma, desteñida, añeja, de un tipo. Rendida por la huella que inexorable plasmara en ella el almanaque, apenas se distinguían en esa mueca un ojo, un labio. La vieja se afanaba sobre su tejido como rezando un padrenuestro, sin dejar nunca de hilar, con los garfios diestros y arrugados como guantes, que tiranizaban la aguja. Esa vieja que terrible, blanca, evoca en mí un sentimiento inconcebible: el de la nostalgia de una época que nunca he vivido.

Así me dijo la vieja: el borrón, la imagen que hoy se puede ver en la foto, antes de ser una mancha en un papel fue un muchacho, muy buen mozo, parido en la nación. Me pregunto si la vieja y él habrán tenido algo, un affair, más no sea platónico, pero descarto al momento la hipótesis por no ser falseable, condición imprescindible de toda proposición que pretenda calificar de científica. No obstante, al guacho, de linaje nórdico hasta el tuétano, de estirpe sueca, ya dijimos que se apellidaba Elausson, procedente de esa lejana patria, ¡ay! de negarle, recalcó la anciana, su sangre criolla, que áhi te quiero ver. La lengua escandinava y castellana, y el jinetear sin tregua bajo el sol que le surcaba de líneas los anchos pómulos, le confirieron un aspecto heroico: el de un Wotan campestre en bombacha montando su Sleipnir pampeana y yegua.

Y aquí es donde las historias están próximas a intersecarse, donde Don Zoilo lo fue a conocer al sueco Elausson. Trenticinco minutos a caballo viniendo paracá de General, juraban los paisanos que Elausson hizo un alto en una fonda, y que en ese bar de mala muerte un gordo en curda vino a tacharlo de gringo. Hubo quienes entretuvieron que ese reto era un clamor perverso de Mandinga. Pero la reflexión es tautológica: ¿acaso no te aguarda el portador de luz a la vuelta de cada esquina, en el fondo de cada trago, en el reverso de cada naipe, en la culata de cada revólver, en la ceca de cada centavo, en el desengaño de cada metejón?

Algunos postularon que el gordo mismo, incluso, era el Ángel Caído. La cuestión fue que los tipos casi se van a las trompadas, tras referirse a las mutuas madres, y que si esa noche no se tiñó la posada de la sangre de estos dos compadritos fue de pura casualidá. Algún cristiano le frenó el carro a Jan cuando ya había desenvainado el puñal, y lo blandía entrecortando los erutos, antes de que cometiera una imprudencia.

El gordo le batió no sé qué cosa y concertaron, finalmente, una pulseada. El Diablo le ha ganado pulseadas a medio mundo; pero esas historias abundan. Esta es la historia de la vez que perdió. Elausson le dejó todos los dedos machucados y doliendo que el gordo se retorcía en la banqueta, ya abatido. Al sueco se le subieron los humos y salió entusiasmado porque quería decirle a su papá -Viejo, no sabés, le gané una pulseada al Diablo -solamente que lo diría en sueco, lengua que no me gustaría mentirte que manejo.

Pero el caballo que lo sintió al Ángel en el corazón, porque viste que los animales tienen como un sexto sentido nene, salió galopando como un cuete, hizo caso omiso de los rebencazos, e indomable proyectó al gringo al firmamento, quien describió una parábola, si es que despreciando pataletas y otras fuerzas nos permitimos rebajarnos a la asunción, poco más poco menos ridícula, de que su trayectoria fue la de un cuerpo puntual.

En eso el impacto del gringo despierta al Zoilo que dormía la mona, y que no era a estas alturas menos gringo que el primero, porque como ya se sabe se trata de un tal Stewart, quien sólo sabe hablar inglés doblado al castellano, aunque está embutido de prepo, vaya uno a saber por qué, en la carne de un gaucho.

La cámara mental que nos ocupa pasó de Don Molina torrando ahora a Jan Elausson. Lo primero que sintió fue un dolor terrible que le llenó los ojos de lágrimas, le hizo apretar los dientes. Se miró el brazo y aun en medio de esa confusión de sangre y pasto en la boca, era indudable que un güeso se le salía parafuera del codo. La vieja se sonreía mientras me contaba esta parte. Se habrá acordado del caballero que la galanteó, o tal vez la ingrata se deleitaba en la desgracia de aquel rubio hijo de mil putas. El caso es que detuvo por un instante su quehacer en la rueca para hilvanar otra trama.

Lo que pasó a continuación es simple. El sueco, que ese día mismo le había ganado una pulseada al diablo, se creyó dueño del mundo, y en lugar de dirigirse de inmediato al hospital en Buenos Aires, pasó la noche cediendo a las tentaciones del cuerpo y rascándose el higo. Fue entonces que ocurrió un milagro y el mundo se llenó de vida: los azulejos se llenaron de plantas, las macetas de hormigas, las baldosas de cardos, las paredes de moho, el aljibe de renacuajos. Las plantas de zapallo crecieron como nunca que parecía que se medían entre ellas. El brazo de Elausson también se llenó de bacterias, y el diagnóstico indicó que se le había infectado la herida.

La vieja ya no volvió a sonreír y se enfocó obsesivamente en la rueca, así que me tuve que volver. Esa misma noche Stewart Combs regresó también a su hogar. El título del comic todavía no lo recuerda.

menjersäg

En orden de desaparición


1.

Etáuda que tecribo palsimepti
reponde a lo fisólofi mornédin.

Lu primero viñero misaneli:
Permánide y Heclítori.
Hesiodi con lumiéli de lu diósin.

Éte plaser que goso entrelajéntin
é miterioso é párquin
cual si la resensión de iluminártin
no fuesen anticipo suficiéntin.

Como si verti entre la almuadi y muértin
no me decabesara la cabésin.

2.

Adiabático,
adiabático y crítico,
paleolítico y lógico y mágico,
monolítico y lúdico y trágico y psíquico,

energúmeno y antípoda y lunático,
autómata fatídico automático,
micénico y milico y archipiélago,
volcánico, mucílago y murciélago,

antipático, pétrido y pútrido,
enigmático, ingrávido y gélido,
y anatómico y cálido y épico,

esquemático, esdrújulo, inútil, inválido.

3.

Es plural e inaudita tu demencia;
que demencia, demencia sólo hay una
y es la que otorga el brillo de la luna,
la que pretende vacunar la ciencia,
al incapaz de suplicar clemencia.

Firma y aclaración de dependencia,
te firmo en tinta y pluma tu demencia,
para que sepas que te doy la vida.
Que ni hay cielo ni tierra prometida
cuando comés del árbol de la ciencia.

Firmo tu condición de contagiosa
para firmar que no sos otra cosa;
que tu razón y sin razón alguna
estampará otra firma inoportuna
la lápida que selle al fin tu fosa.

4.

Hoy la lluvia cayó,
cayó derecha,
cayó de punta como punta e flecha,
cayó como se callan las doncellas,
como las calles y los callos callan
y calla el faraón en su sepulcro.

Cayó animosa, gélida, copiosa;
se estampó en tu cabello y en las tejas,
en los cuerpos desnudos de los pobres.
Rubricó cada acera.
Regó kilómetros cuadrados
de rutinarios, inimaginables
y monótonos campos.

Hoy la lluvia cayó como una fiesta
que despertó los limpiaparabrisas,
desempolvó paraguas y pilotos,
mojó motociclistas en las motos,
surcó las grietas de los techos rotos.

Hoy la lluvia tiñó las calles todas
y me dejó en el ánimo esta coda.

5.

Tal vez cuando regreses la sopa esté en tu mesa,
el vino ya servido, los perros te hagan fiestas;
tal vez sepa la higuera lucir su flor enhiesta
y el sol entre guitarras te entibie la cabeza.

Tal vez cuando regreses tu lecho ya sea leña:
las sábanas jirones, tu cucha las estrellas.
Tal vez vuele la arena borrándote las huellas
y oficie al fin callarse de oscuro santo y seña.

Llamado a la solidaridad

¿Cómo puedo decir que quiero a alguien si me río en la cara del mogólico? ¿Cómo voy a cuidar de otra persona (de un hijo, de una madre, de un novio, de una esposa, de un hermano, de un amigo, de un desconocido, de mí mismo) si no me pude ni cuidar los dientes y se me fueron cayendo, uno por uno? Si no pude ni cuidar la birome y le mastiqué la tapa, le perdí la punta, le quebré el armazón y cuando dejó de escribir la tiré a la basura. Si el bicho enfermo se estaba desangrando poco a poco, gemía, y no le di un solo cuidado, y no le hice un solo mimo, porque tenía cosas más importantes que hacer, o porque no tenía nada más importante que hacer pero no le di pelota, y me limité a limpiar la sangre que me ensuciaba las frazadas. ¿Cómo puedo decir que quiero a alguien, si hay un viejo encerrado en su casa, que no puede ni transportarse, y cuando le paso cerca ni lo miro o lo esquivo? Si solamente me acuerdo cuando el olor me indica que ya es hora de llamar a la policía para que se lleven el cadáver. ¿Cómo puedo decir que quiero a alguien, si la planta que me regalaste florecía, pero yo nunca la regué, y me limité a llorar el día que la encontré muerta?

Taut

Nada me aniquiló de tal manera
como enterarnos una primavera
de cierta enfermedad que no se espera.
De la inminencia de tu calavera.

Aflicción que la vida saca afuera,
lastima cuerpos y ánimas ulcera,
que te volvió del mundo forastera
y de una cama fue tu carcelera.

Se me grabó una risa tuya, austera,
sin pensar que quizás ya más no hubiera,
que desde el fin quizá era la primera.

Y por qué habrá de ser que me vulnera,
cuando de esta verdad nadie se entera,
el darme cuenta de que un día muera.

Hundir el pasado

Pienso en la fuente clara
de la que en un gorjeo cristalino
saliera el agua otrora (y ya no mana);

en el templo de escoria
que artificial edificó la gloria
grecolatina
y más temprano o tarde vino en ruinas;

en la firmeza terca de tu suela
que hendió una muesca,
clavose en el estiércol semiblando
y en que denso ascendió en el sitio humeando
aquel aroma de la mierda fresca.

Andá a saber por qué quedó grabada
esa impresión particular en mí,
por qué ese olor particular que olí,

por qué la desazón de esa pisada
fue a rayar indeleble y transitoria
la materia fugaz de mi memoria.