La mariposa china en el cielo muerto



– 0 –

Un año más, y el rito cotidiano
de mirar nuestra cara en el espejo
vuelve a quedar en el pasado, lejos,
como el río rozándonos las manos.

Lo constante es que cambia tu reflejo:
mutamos como mutan los gusanos.
Sólo nos quedan estos días vanos
y la costumbre de volvernos viejos.

Somos como el agave, cuyo empeño
por florecer abriga la ignorancia
de que la flor se llevará su vida.

Somos la vaga evocación de un sueño
cuya inasible, efímera, sustancia
es la memoria de lo que se olvida.



– 1: Axioma y absurdo –

La ceguera en los ojos de madre-luna única nos sigue cincelando:
madre puede hacer magia con las palabras,
su maternal abrazo la piedra nos convoca,
nos abarca el creciente ovulatorio de su añil nada nueva.
La nana acuna delicadamente el andar paulatino de nuestras pústulas.
La vana búsqueda de trascendencia, la pretensión de nuestras identidades
se revelan a la reverberante muchedumbre simbiótica de los gorgojos ciegos
como la reiteración de un mantra-juego infantil.
La insignia de afirmar rupturas violentas
queda desnuda ante otra vez los ojos:
y arrancada de los bulbos raquídeos
la piamadre
se convierte en el diluvio-con-fuerza de llantos ancestrales.
Las agujas nos pinchan la garganta:
ya desteñidiblancas nuestras felicidades
vuélvense lo sangriento de nuestras ruinas.
El parquet levantado por el anegamiento del desagüe
ya se ha vuelto a secar y el sedimento malamente ha estropeado la madera de roble.
El sarro contornea manchas amorfas de corolas dentadas ondulantes.
Como una bestia la naturaleza ha vuelto a disipar el artificio:
se ha inmiscuido en nuestro simulacro del insostenible progreso.
El piso nos devuelve las pisadas con la mirada gacha
de quien ha presenciado su propio entierro.
Y en un rincón-cadáver del diablicuarto muerto
junto a los banderines de Vélez Sarsfield y abajo del rosario
cuelgan con ominosa decadencia los racimos-cascada de tus ojos abiertos.
A vos, que no supiste, que fallaste, que te rompiste sobre los fracasos,
que no te diste cuenta de lo que habías hecho,
de cómo amordazaste lo que nunca se nombra
y arrojaste al silencio mis últimas palabras,
me arrebataste el cielo de las manos
y cubriste de sombra cada naciente pétalo maltrecho
que estaba floreciéndome en el pecho:
sé que va a llevar tiempo erigir monumentos sobre las ruinas,
subsanar las heridas abiertas como ríos a quirúrgico filo de caballo.
Sé que será imposible pronunciar todavía lo que está tácito.
No hace falta que escondas lo que ya es evidente.
Ya tuve tantos rostros, tantos disfraces, que no cabe otra cara en el espejo.
Sé que va a llevar tiempo, pero puedo intentarlo:
te voy a dar mi verdadera cara,
voy a tejer mi historia con la tuya, que tu infancia se convierta en mi infancia,
voy a acabar de lleno mi energía en la consecución minuciosa de los detalles.
Tantos años pasaron y no doy todavía con el funcionamiento de las palabras
pero, hoy, de las infinitas actividades, elijo la de estar acá al lado tuyo.



– 2 –

Llegará, hermana mía, como es inevitable el sol, probablemente,
hermana que cabalgamos llanuras detenidas más antiguas que todos los horizontes,
la primera mañana de todas las mañanas en la que el otro falte.
Entremos a acordarnos de que somos los demasiado pocos que nos quedan de los no tantos días de nuestras vidas.
Ha de haber una consecución de plegarias en las que uno esté vivo y el otro pudriéndose.
¿Habrás de agonizar más lentamente que el andar de la víbora emplumada por las constelaciones?
¿O habrá de arrebatarme como al cardo el hocico del lobo que ha de juzgarme?
¿Cómo serán las manos del que calibre la balanza en la que pesarán nuestros órganos?
¿Qué seremos más que la radiación cósmica?
¿Éramos antes?
Alguien cortará flores para vestir los muertos mientras tomamos mate sobre las tumbas.
Me postro de rodillas ante el borroso enigma de los sueños:
pilares erigidos de la misma materia que la incólume noche.
Algo viene de donde la tiniebla circuncida los ritos
y el fulgor de un relámpago nos arranca de la nada a la vida.
La alfombra carcomida y un perfume penetrante de muerte.
Se configura materializándose la humareda de aquello que no ha nacido,
el ocaso se posa a horcajadas sobre mis muslos.
Ya la vida se dobla como caminos.
Ya el negro de los nimbos es una arremolinada pesadilla.
Ya se disipa el humo.
Ya ronda el mago entre la dentellada de las bestias.
Ya se repiten todos los sufrimientos.
Ya las sacerdotisas de la lógica establecen la buena fundación de sus órdenes.
Ya los rayos del sol despliegan mil abanicos que se ramifican en aperturas.
Ya el punto ciego imparte con su látigo los duelos.
Ya en su vuelo cruzan los pájaros los puentes de los asnos.
Ya graban en el cielo la proposición quinta del libro primero.
Y todo es rectitud,
y todo es caos,
y todo es una rauda pincelada de vórtices.
Y en el cortejo fúnebre se calla
mi corazón que sigue volviéndose negrura.



– 3: Descomposición de los cuerpos –

Soy tuerto.
Cuando tenía siete
irme de las palabras me costó el ojo izquierdo.
El cinturón de padre casi me deja ciego.
¿Dónde habrá ido a parar el ojo que me extrajeron?
¿Junto a cuáles residuos patogénicos se habrá podrido?
¿Las fauces de qué lobos se habrán alimentado de mi humor vítreo?
Busco en la zanja caras de los próceres
y cruces recrucetadas de cobre.
Tengo hambre.
Sacrifiqué a mi hermano bebé para comérmelo.
La sombra de tu sol que me posee
ya me hace balbucear en una lengua polinésica.
Junto plumas sanguinolentas coagulándose del ave Roc.
Mi cuerpo se fragmenta:
me afano a golpes sobre mi propia cara violentamente con un martillo.
Cerceno en rebanadas pedazos de mi cuerpo.
Mis suertes están echadas:
me lanzo como lanzando dados de hueso
cabeza abajo al pavimento.



– 4: La semidesnuda –

Semidesnudas vos y yo en esta pieza,
descalzas entre el frío de las baldosas,
lavándosnós los dientes y en bombacha.
¿Ud., cómo llegaste, no será acaso
otra vez a encontrarme la Dra. Dilanzio?
Me corté con los bordes filosos de un poema que recitábamos.
La maldita Dra. que la Dilanzio, que otra vez fuiste Sonia: la que Dra.,
la Dilanzio que pariste a tu madre,
la Dra. carajo ¿cómo fue que viniste? ¿cómo que puta?
¿Cómo me reencontraste?
¿Cómo fue que Dra. te sacaste la máscara?
¿Sos acaso Dra. la madrastra postiza de la Dr. Dilanzio?
Bajo la vela tenue, como un súcubo,
de proporciones áureas e iluminada por los polvos áureos:
te adoré como a un querubín macabro
galopando a caballo sobre mi cara.
La Dra. Dra. que la Dilanzio, la a secas la Dilanzio,
la Dilanzio Dra. que la urgente Dilanzio:
un día fuimos álguienes, Dra., pero se han desplomado las cortinas,
se disipó la niebla, ya no nos conocemos,
ya no nos hemos conocido nunca,
ya hemos vuelto a ser nadies que no se cruzan.
Dra., ¿no es acaso Ud. Dra. la Dra. de sombra que no es acaso sombra
la Dilanzio de luces que no es las luces, la Dilanzio de luz que no es Dilanzio,
la Dra. de miedo no es acaso Dra. la Dra. que no es acaso el hambre,
la Dilanzio de proyección etérea portal del hipercubo en tu fantasma?
Pero como centauro me siguen acosando los ruidos del disparo:
amanezco soñando que matan a tu padre.
¿Será acaso Dra. de figura quirúrgica que cercena los órganos?
¿Hay Dra. Dilanzio Dra. acaso algo que sea acaso Ud. Dra.?
Sé que en tu desconsuelo te aferrabas a lo que subrayé antes de morirme.
Pero en este paraje desolado de los caballos muertos
y esternones como troncos raquíticos
todavía hay el canto de un ave que florece.



– 5 –

Todos los días el reloj da la hora de tu muerte.
El lógico intuicionista se pegó un tiro
para tener una demostración constructiva.
Pero los muertos que dejamos han venido a buscarnos.
¿Cuál es el horizonte más lejano del mundo?
¿Cómo se pueden aflojar los nudos que me aprietan?
Compartimos tantos ratos insípidos,
tantos ramos de flores de lavanda tan viejos,
que adquirieron su perfume de nada.
Disfrazados como Papá Noeles siniestros,
¿vienen a aprisionarme los recuerdos en sendas bolsas de basura?
¿Cuántas palabras vanas van a salir del pulso que me tiembla
antes de que aparezca la lechuza a buscarnos?
Hubo un día en que ya no hablaba nadie y todos se afanaban sobre las máquinas.
No hay cómo detener el sufrimiento salvo matarse.
Y el gusano se abraza sin embargo a los pocos momentos que le quedan de vida.



– 6 –

Adentro de esta casa resonaron las risas de amigos y de hermanos:
alguien quemó un mantel con un cigarro,
alguien manchó la alfombra con pisadas de barro,
alguien puso la mesa, rompió un plato,
alguien derramó el vino de los vasos.
Adentro de esta casa se metió un polvoriento trapezoide de sol por la ventana,
alguien puso la pava para cebarse mates a la mañana,
alguien se desnudó para ducharse y revoleó las medias en una silla.
Una vez esta casa oyó los alaridos nauseabundos del diablo
y hubo bebés de fuego con los ojos en blanco poseídos llorando.
Una vez dibujamos tu sigilo macabro con los dedos de hueso sobre un vidrio empañado.
Una vez hubo ruido de los pasos de los chivos-basilisco satánicos subiendo la escalera,
y una vuelta de llave de la muerte con los fémures y el abrigo mojado.
Ahora me encuentro solo visitando la casa venida a menos
y hojeo el álbum de fotos de mis hermanos y nuestro pacto con satanás.



– 7: El horizonte inalcanzable –

Somos tablas de arcilla sobre las que un escriba acuña los días
hasta que volvamos a ser arcilla.
Somos copias carbónicas de las copias carbónicas de cintas ancestrales
destinadas al deterioro y la ausencia.
Pero cuando se desaten al final de los días los estruendos del rayo
y el ígneo corazón irrumpa en vómitos de la piedra volcánica,
y el dedo de los dioses rasgue la tela del espaciotiempo:
¿seguirás sosteniendo tu postura de que es posible atribuirle significado
a lo que no es polinomialmente verificable?
Ya han quedado tan lejos que no podemos emprender la vuelta
a aquellas costas de las que zarpamos:
nuestra casa no volverá a ser nunca más que un punto diminuto en el mapa.
Hoy comienza otra etapa: hoy dejás de sostener las columnas
que cargaste en la cervical como una cariátide.
Acaso se desplome el mausoleo
y se extingan las brasas que tan celosamente conservabas.
Hoy te empezás a convertir en madre
y hay que acunar el simio entre los brazos.
Aquello que pensaste que era la esencia de tu vida
mermó como las fulguraciones del agua.
Tus memorias pasadas son esa persistencia
indeleble del sol en la retina.



– 8 –

El sol imprime en los atrios con luces matiz granada
la liturgia de las laudes que anuncian las campanadas.
En una intimidad del antepatio se escuchan relinchar los bichofeos:
la vida se me hace callo de tanto que la golpeo.
Una de las esclavas de mi madre dicen que era haragana,
mamá dice que es mala,
sabe fregar la ropa la muy tacaña
en lo turbio de un arroyo de un campo.
Bajo un arco carpanel, recortada por las gárgolas
queda una torcaza muerta. Y, cobijado en sus alas,
el pichón de pelo hirsuto y alas de plumitas blancas
esperando por su madre a despertarse la llama.
Vamos a ir fabricando de {ardor al orinar} el universo:
Alegan que una vuelta se fue al pasto:
dejó de su patrón la frágil beba en el jardín dormida
se fue a tender al sol las polichinelas.
Y a la beba desnuda se lo comieron toda las hormigas.
Me recosté en el traumatismo en el cráneo:
y la extensión narigular de mi cuerpo
se convirtió en la cúpula circular
bajo la cual cuchicheaba un concilio de mantis.
No vi una cosa más hermosa y triste que la sonrisa que me dirigías
la noche interminable que te fuiste y me juraste que regresarías.
No temás equivocarte porque es humano pifiar:
propio del grande es fallar sin por eso estar en falta.
Que hasta a la acacia más alta se sube el tero a cagar.
Me sigue salpicando el culo el ruido de guijarro de tu nombre.
Probablemente ya no es un recuerdo
sino que es un recuerdo de un recuerdo.
No se pueden cuidar todas las flores:
hay flores que tendremos que dejar que fallezcan.
Y el corazón parece que floreciera
como ese perro que toreaba a la luna
y tuvimos que dejar que muriera.
Te vuelvo a ver después de tantos años,
y estás tan hecho mierda,
y entonces me doy cuenta de que vas a morirte:
¿cuál de estas manos escaldadas por las aguas hirvientes
sostendrá el aleteo de tu intestino?



– 9 –

La cantidad de estados de la mente
es, aunque vasta, una noción finita:
es decir que habrá un ciclo que repita
los estados mentales precedentes.

Y, si no hay atributo que permita
distinguir dos instantes diferentes,
volverá en el futuro este presente
que el paso de los días regurgita.

La concepción del tiempo es ilusoria:
la crisálida en larva se convierte,
el olvido precede a la memoria,

la mustia flor se torna florecida,
y es tan inevitable nuestra muerte
como es inevitable nuestra vida.