Las voces feroces de los dioses


Thorsfín, el dios del mal, habló
la palabra manchada verde gris.
Su voz de incendio el mundo frió
los tonos monocromos. ¡Uy!

El tren ardió, quemó el andén,
¡el desdén me nefregue, sí, oblongo!
El bosque ahumó y el mar también:
su luz, su luz, su luz, blanca

la voz caliente fue carbón
sin dividir ni crisis. Corso zulú,
el mal cumplía la misión,
las hazañas malvadas. Zen

al fin llegó te digo quién:
otro oloroso dios. Urdumaná,
el bienamado dios del bien,
el meterete, el célebre. Yin

le puso un palo en la nariz,
brucucú, uñumbrukpú. Rajás, che.
Le ató a un caballo la cerviz,
inhibir sífilis, pis. Mol.

Y del infierno en un confín
lo guardó al pérfido Thorsfín.


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