La resurrección de las polillas

Vendo ajedrez con sus correspondientes
trebejos: óseos, treinta y dos. Perfecto
estado. Preguntar por mí. Al respecto,
son, aclaro, las piezas, obviamente,

todas de color blanco. ¿¡Qué!? Se siente
la unánime sorpresa. No es defecto
ni demente ilusión del arquitecto,
sino que los trebejos son mis dientes.

Cada alfil, un canino puntiagudo,
peones de incisivo coronados,
doce molares-torres que se enrocan.

Y por decir j'adoube me quedo mudo,
por querer alcanzar sin mate ahogado
los remotos escaques de tu boca.

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