La mañana esconde cepillos de dientes,
ojos lagañosos, soles desteñidos,
piernas relucientes de las que me jacto,
las rimas internas que encima redacto
y estas reiteradas aliteraciones.
La mañana es dueña de todos los pájaros
que trinan y trinan cuando me levanto
(esta vez, en cambio, soy yo el que les canto),
de despertadores que suenan y suenan,
dale que te dale, gira que te gira,
como si escribiera un cuento para nenes
a los que les gustan las repeticiones.
A los que les gustan las repeticiones.
Las tardes ocultan horas de la siesta
llenas de silencio, de melancolías.
O de alguna que otra inefable alegría
como ir caminando por la calle Italia.
El busto impoluto y adusto de Palas
con el que pomposo reluzco adjetivos.
De vino con soda las tardes son tardes,
de, en invierno, sopa, de rosas novelas,
de velas y cosas que en cajones guardo,
de hiperbañaderas con hiperbatones
y jodas y nenes y avernos y bodas
y aviones y trenes y guerras y crónicas
y otras conjunciones polisindetónicas.
De quemar colonias de hormigas con lupa,
pupas de gusanos vueltos mariposa,
caza de pescados, pesca de babosas,
camisas, simonquis, sánguches de miga,
de plagio inconsciente de ciertas canciones
(y abusos expresos de enumeraciones).
Las noches son horas de humos y de luces,
las noches son cuerdas más o menos tristes,
las noches son baños con olor a mierda,
las noches son vómito cálido y agrio,
las noches son esta contorsión eufórica
ahogada en las grises veredas desiertas,
las noches son una figura retórica.
Por eso me salen los versos ausentes,
por ver a la gente loca como cabras,
y de tropezar con dementes palabras
tengo el pie quebrado.
Las noches, algunas, traen sufrimientos,
llagas dolorosas, muertes inexpectas,
gripes contagiosas, rectas curvilíneas,
ciudades infectas y niñas inertes,
collares de perlas, viejas enterradas
y la atroz certeza de nunca más verlas.
Las noches se mofan de mis boludeces,
pero igual a veces me dictan, pacientes,
estrofas finales autorreferentes.
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