Mira Nenuco etás no son pamplina,
no me sorprende que tú etés agreta,
vino eta mina, la Analeta, dede su oficina,
para venderme una chaqueta de tonina.
Le repondí: Analeta,
cachigordeta,
¿puedes quedarte algún minuto quieta?
Si, analfabeta, tu ladrido te incrimina,
si eres más dulce que un terrón de sacarina,
y tan coqueta como son la gallina.
Que a mí no me fascinan esas manganetas
tus golosinas, ni tus operetas,
ni tu silueta de latina cheta,
ven Analeta, que te tengo sujeta,
con una cadeneta de mandarina,
con un vagón de bayonetas esterlinas,
un cargamento de cien gramo de paleta,
y una croqueta de lavandina,
para que sigas una dieta fina.
Prepárate, Nenuco, para la fieta,
que la Analeta se vistió divina,
que eta mañana se sacó la careta.
Y que así juega sobre la banquina
y recarga gasolina la muñeca.
Ella camina con do pierna chueca,
orina en la letrina y se seca,
y se reclina, como un árabe a la Meca,
enciende la turbina, con una mueca,
la muñeca se inclina y defeca,
te dicrimina,
como un títere volviendo de la biblioteca,
de la piscina pa la discoteca.
Toma una apirina para darte jaqueca.
Nena, ven a mi cena,
que eta quincena te alquilé una limusina,
que la neblina de la noche ta buena,
para una sarta de frases obscena.
Voy a amarrarte en un placar de naftalina,
como te amarra la lechuza en la neblina,
con eta cadena que saqué de la oficina,
con una tormenta de arena transandina,
y margarina
pa que se te pudran la vena.
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