No volviste a pisar la habitación
que se quemó cuando incendié tu casa.
Tu boca fue papel y el reloj brasa.
Y ahora, contra tu piel, tus cejas son
herrajes de bisagra en puerta blanca.
Mis yemas toscas fueron dos guadañas
para tu delicada telaraña,
tanto que menos duele verlas mancas.
Alguien tocó la puerta y no le abriste,
preferiste decirle que se vaya.
La bicicleta vieja en que anduviste
por la arena mullida de la playa
no teniendo quien la haga girar, calla
por no querer decir que el viento es triste.
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