Poca cosa más frágil, delicada,
que cuando dos personas vergonzosas
se meten, sin saber decir las cosas,
en juegos complicados de miradas.
Aunque se puso toda colorada
ella dejó la timidez atrás
preguntándole -¿No me acompañás?
-Quisiera, pero no. Desesperada
y sintiéndose apenas un despojo
ella pensaba -Estoy hecha una vaca
(sólo para llorar, porque era flaca).
Él tampoco evitó ponerse rojo:
-Es que -dijo- me estoy haciendo caca.
Nunca más se miraron a los ojos.
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