Perpetrar algo malo es cosa seria:
la culpa vuelve siempre como un vómito,
como un caballo visceral e indómito
que cabalgara sobre tu miseria.
Sentís los látigos en la conciencia,
te das vuelta a mirar si viene el juez,
corrés a todo lo que dan los pies
no hallando asilo más que en la demencia.
Cada cara es imagen de este miedo,
todos los dedos son el mismo dedo:
un dedo que te acusa y que te humilla.
Los monstruos ensombrecen tus milenios,
y no pudiendo conciliar el sueño
conciliás solamente pesadillas.
La ventana del undécimo piso
enmudece los ruidos de la calle:
la ciudad es ancha como la tarde,
la avenida calla a través del vidrio.
Los autos ensayan sus rutas lentas
y el rito cotidiano de hormiguero.
Se pierden luces rojas a lo lejos,
semáforos como mil lunas llenas.
Dos hermanos no se hablan hace mucho:
hubo un enojo que los distanció,
nadie quiere dar a torcer su orgullo,
el silencio los llena de dolor.
Cada hermano mirando la avenida
piensa: el otro quizá también la mira.
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