El ruin caníbal se lastró al mocoso
del pibe, y a la jermu del dentista
¡la vieras! como a un gallo un ocultista
la estranguló en un rictus espantoso.
Y al ver el odontólogo el destrozo,
bulló su sangre, se nubló su vista,
puteó un tesauro enfermo y dadaísta,
juró arrastrarlo al reo al calabozo.
Sobre las calzas se calzó un calzón:
se creyó un superhombre, un destacado
titán de la progenie de Hiperión.
Y era en efecto un Cronos trastornado
cuyo alter ego, nadie se lo dijo,
mató a su esposa y se comió a su hijo.
Rosal que en una verja florecía
y ofrendaba su flor como un hermano,
tan ciego fui a la compañera mano
que con sonrisa fraternal tendía.
No atento más que a la existencia mía
pasar de largo se hizo cotidiano,
y no fui más a ver a aquel lozano
rosal que lentamente se moría.
Y aunque es desgarrador que ya no exista
todavía es ingrato y egoísta
sentir dolor al advertirlo ausente.
Justo sería florecer sonriente
y ofrecer una mano fraternal
como en la verja la ofreció el rosal.
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