Marchan tus ancestrales camisetas
dándome verdes uvas en un óbolo,
dejándome el racimo entre las manos.
Regina, vos, del pópulo romano;
yo, no más que un estólido gusano.
Tremulaste adelante de esa duda,
las uñas me clavaste,
ya emperatriz vacuna y cojonuda,
huidiza suricata ya, y moruna.
¿Qué te llevó a menear así las trenzas
(mis yemas te hinqué yo)
en una convulsión desaforada,
más vulgar que el latín de las legiones,
más corriente que el pan y la manteca?
En una concesión arrepentida,
supo aflorar lo arcaico de tu vida.
Como en la afirmación desafirmada
que acaso es una simple negación,
o quizá negación que al ser negada
deviene en oración afirmativa.
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