Cuando el ordenador lo despertó
habían transcurrido dos milenios.
Briggs se despabiló de un largo sueño.
No lograba enfocar, y forcejeó.
Al fin la vastedad de las estrellas
franqueó la córnea como un cuerpo extraño.
Y por primera vez en dos mil años
pensó en la Tierra, en su familia, en ella.
–¿Qué día es hoy? –pensó–.
¡Pregunta inútil!
Si los pibes, las calles, las ciudades,
las bibliotecas, las celebridades,
ya no iban a volver. Todo era fútil.
Se quiso hacer una chocolatada,
corrió hacia la cocina entusiasmado.
–Mierda –exclamó–. La leche estaba mala.
Se acordó de la vida en Escalada,
del manto negro en el cemento, echado,
de él juntando excremento con la pala...
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