Distinguibilidad del otro vato

– 0 –

Quizás ya sepas que me gusta el juego
que entabla con mis ojos tu mirada.
¿Sería más prudente no hacer nada
y simular que el corazón es ciego?

Dudando si te entrego o no te entrego
estas palabras tan descabelladas
se amontonan las noches desveladas
en las que un mar de indecisión navego.

Tanto creció esta idea delirante
que ya no cabe adentro de mi pecho
y se desborda en un interrogante:

¿pensás quizás que va a llegar el día
en que las ilusiones se hagan hechos
y tus manos se encuentren con las mías?


– 1 –

Cuando por fin te agarre del escroto,
retoño de un cardumen pegajoso de profilácticos usados rotos,
cuando apriete tus flácidos vitelos y tus tristes albúmenes la puerta,
cuando te los retuerza y desenrosque,
cuando al fin averigüe el paradero de tu ominosa faz de mosca muerta
¿ves que brota poesía malsonante de mis labios como saliva densa en fauces rábicas?
me habré de rajar vientos estrepitosos en las fosas mismas de tus narices,
inhalarás el hálito sulfúrico que nace de mis cálculos,
defecaré en tu boca coprolitos que, sólidos, irán dándole paso a la diarrea,
arrancaré de la raíz tus pelos hasta exhibir al mundo sus vergüenzas.
Ya habré de revolearte por los aires que llevás de grandeza
jalándote del pubis cabelludo por el púbico vello que lo habita,
como el barquero cruzarás en barca por las aguas servidas,
desterraré al exilio encadenadas tus vértebras a tierras prometidas,
con el eterno ardor de fuegos fatuos asaremos tu nombre a la parrilla.
Ya perforando tus tolendas carnes haré manar tu bilis, sangre y flema.
Te propinaré piñas en la panza, en el bonete, el cuajo y el librillo,
primero despacito y luego rápido,
hasta que los ravioles con tuco y pesto vuelvan en olas antiperistálticas.
Ya te daré empellones, hasta que al dar de bruces en el suelo
tu nariz fracturada en el tabique sienta el olor a sangre de los choques
y tu cráneo rebote repicando y picando en el concreto,
hasta que con los dientes que te queden muerdas la arena que enumeró Arquímedes,
hasta que tus mandíbulas abiertas aterricen sobre el cordón granítico.
Te daré puntapiés en el ojete.
Y en un rito macabro con este sacacorchos,
danzante siempre como deidad ctónica que levanta las manos al firmamento,
descorcharé con ruido de vacío los globos oculares que ostentaste.
El taladro girando a toda máquina te cavará cada rincón del cuerpo.
Te cortaré las venas cavernosas del falo chanfleando en diagonal como al salame,
te extirparé el testículo de mono para hacerlo puré con pisapapas
y quizá el otro te lo deje puesto si no te vienen a comer los perros.
Cuando estés muerto e irreconocible querré acordarme cómo fue tu cara.
Lleno de horror el arrepentimiento me habrá de carcomer hasta los huesos.
Tu cuerpo en el zaguán asesinado será el espejo de mis desaciertos.
Me dormiré abrazado a tu cadáver prometiendo todo lo que te quise.
Me encontraré llorando para siempre
la corrupción de tu existir caduco
en el perenne tufo de los muertos.


– 2 –

Hay verdades de latitudes tales que no es posible vislumbrar sus límites,
verdades cabalgantes como potros que jinetean tras los horizontes.
Hay las verdades como megalitos que en el arte geométrica de Euclides es ignoto cómo inscribir en círculos.
Hay las verdades agramaticales que no caben en los moldes quiescentes que establecen de yeso los tesauros,
verdades de explosiones garrafales cuya presión hace volar las puertas hacia todas las direcciones del cielo,
verdades que tajean en jirones el alma como si fueran tijeras,
verdades indomables que no es posible clausurar en cajas,
verdades de soles encandilantes e incandescente resplandor que ciega,
verdades que de flama nos calcinan el corazón e incendian los presentes,
verdades licuefactas que el portador del agua vierte en ánforas,
hay verdades que rebalsan los límites.
Hay verdades océanicas que rompen incansables sus espumas contra playas de piedra.
Y hay las verdades libres, como los libres pájaros, que no se pueden encerrar en jaulas.


– 3 –

A la sombra del fresno entre las calas
revoloteaba un ave mariposa.
Al evocar su danza cadenciosa
en el recuerdo su esplendor se instala.

Pequeña flor que su color regala
y en el constante devenir se posa.
Cual corazón de pétalos de rosa
latían invocándome sus alas.

Quise acercarme con delicadeza,
tendí mi mano hacia su grácil vuelo
pero evidentemente con torpeza:

el ave mariposa pegó un grito,
batió las alas, enfiló hacia el cielo
y se escapó volando al infinito.


– 4 –

Yo soy la descendencia de nuestra madre antigua,
la gaviota purísima
cuyas alas remontan como los barriletes
el soplido de las playas de roca.
Soy el universo que cobró vida.
Mis ancestros son todas las estrellas.
De mis pechos se alimenta la tierra.
Mis manazas femeninas viriles
erigieron desnudas cada choza de barro.
Mis manos infantiles han acunado el árbol de los muertos,
han trenzado con un peine de hueso, sentadas a las orillas del Nilo,
el cabello de cáñamo de una muñeca de madera.
He mirado los cielos pestañeando su continuo abrir y cerrar de soles,
y los cielos han visto las arrugas cortajearme la jeta.
He mirado los parques donde jugábamos
volverse el cementerio de mis seres queridos.
He olvidado las ruinas que en otro tiempo fueran tus palacios.
He mirado al espejo tu cara marchitándose volverse calavera.
Ante el puño cerrado de mi grito de guerra
desgarradas se rajan las gargantas,
se hincha de luz el orgulloso pecho,
tiemblan las delicadas nervaduras, se estremece la entraña de la selva.
Mis ojos sabios han presenciado horrores no previstos.
Mi espada ha cercenado la cabeza del viento,
ha librado la guerra de hermanos contra hermanos.
Mi cuerpo son los cuerpos de los caídos.
Como un torrente fluye misteriosa la sangre por las cunas.


– 5 –

Oye zorrita vente, pongámosnós calientes como gotas de aceite sobre las tortafritas.
Lengüetéemosnós nena todititos los erigidos pechos.
Besémosnós rodando por los pisos y embaracémosnós de cuatrillizos.
El antro suburbano no nos dejaba hablar por el estrépito.
Yo te despierto hasta que estés dormida, baby te recargo la batería.
Metámoslé derecho bombeando para adentro y afuera, volvamos a quedar embarazados,
craquelemos a los gritos pelados los vitrales espejados del techo.
Salimos del boliche.
La figura fue volviéndose fondo
y al fin la bocanada de aire fresco,
como si entrara por nuestras narices la propia diosa de la madrugada,
ahuyentó el cigarrillo:
pero permanecía en las camperas
el aroma del humo cuya triste milonga arrabalera quiso impregnar medinocturno el aire.
El martillo epiléptico cedió su pesteañeo estroboscópico
a la vereda de cerveza y vómito
que, a medida que fuimos alejándonos,
fue perdiendo su perfume agridulce para volverse tenuemente amarga.
Al fresco del otoño de algún abril de los que ya se fueron
pateamos la avenida desolada,
custodiada por luminarias ámbar
que apenas si lograban disolver el conjuro de la noche.
Los negocios cerrados, las cortinas metálicas,
nos enjaulaban como guardiacárceles en el dominio de la luna llena.
Serían ya pasadas las tres y media.
Peregrinábamos por la avenida
al sacrosanto templo como un oasis de la estación de gasolina abierta.
Una oferta con tiza de la verdulería mayorista prometía los kilos de cebollas.
¡Oh dios que circuncida los caminos!
¡Oh diosa benedicta que la urdimbre vital prestidigita!
¡Oh diosa malnacida que al crochet entreteje nuestras vidas!
Subiéndosnós por fin al colectivo,
nuestras historias fueron a cruzarse como en las manos del malabarista,
como se cruza estrábica la vista de quien ha de acudir al ocultista.
Con la capucha puesta sobre la cara quisiste hacerme confesar mis cómplices.
Sonría que lo estamos torturando.
La nena celta, alhaja que alzan los brazos de su madre,
chupando un caramelo mira al nene indio pampa
pantalón de gimnasia agujereado que sube en la parada,
con bolsas de arpillera que atan cartones viejos
sin su hermano mayor que se fue al cielo.
Los pies descalzos andan sobre el piso de tierra.
El corazón alberga algún recuerdo que hace las veces de saber quién soy.
Terminaré mis días tirado en las estaciones de trenes,
ya no habré de suplicar por monedas.
El único consuelo va a ser el vino
que da la sensación de que no hace frío
y me ayuda a olvidarme de que estoy vivo.


– 6 –

El sol. El sol en llamas.
¿Para qué la montaña?
El sol caliente. El sol que nos da sombra.
¿Para qué las cáscaras de naranja?
El sol ardiente. El sol que no se nombra.
¿Para qué las miradas?
El sol venéreo. El sol de los sargazos.
¿Para qué levantarse a la mañana?
El sol abierto.
El sol y solamente el sol completo.
¿Para qué la pradera?
El sol vencido. El sol tornasolado.
¿Para qué empezar el día de vuelta?
El sol herido, el sol desvencijado.
¿Para qué mi presencia?
El sol que tiene un sol entre los ojos.
¿Para qué este afán de supervivencia?
El sol de viento. El sol de los lamentos.
¿Para qué la palabra?
El sol celeste. El sol tatuado que marcó mi frente.
¿Para qué no quedarse con la boca cerrada?
El sol se esconde. El sol de cada día.
¿Para qué la nostalgia?
El sol. El sol a veces. Sin embargo:
¿para qué la montaña, para qué la pradera,
para qué mi presencia, para qué la palabra?
Se está pudriendo. El sol se está pudriendo
como todos los soles se han podrido
y como el sol de tus heladas manos
ha rompido mis entrañas de barro.


– 7 –

De chico le tenía miedo al cuco
y al ciruja que hurgaba por tesoros podridos en los tachos.
Tenía miedo a un hombre
que dormía sin medias en la lluvia penetrante de julio,
y en el frío penetrante de julio se arropaba con cartones mojados.
A un loco que elegía la enfermedad y el hambre
a forjarse el camino a los codazos y a pisar esternones con las rodillas.
A un mero subproducto de nuestra fábrica de rascacielos,
la raíz subterránea de la alfombra del circo vano de las apariencias,
del trivial espectáculo del me gusta,
un residuo ya arrancado de madre y padre,
un fantasma sin nombre ni apellido ni humanidad ni anhelos
que no elegía y lo elegía el hambre,
bajo la amenaza segura de quedar enjaulado para siempre
si no se subyugaba sumisamente
al arbitrario arbitrio de los dueños autoproclamados del cielo.
De chico le tenía miedo al cuco
pero confiaba en cambio en otras manos llenas de oro robado y tiempo robado,
teñidas de las lágrimas sanguinolentas de los oprimidos.
De grande vi mi cara reflejada en el miedo como en el agua sucia.
Al fin mis ojos desacostumbrados se acostumbraron a la oscuridad
y en el reflejo de mi propia cara vi el reflejo de la cara del cuco.


– 8 –

Cae la tarde,
el árbol está viejo.
No hay paltas en el árbol.
¿Por qué tuviste que arrancarle
las alas a la mariposa?


– 9 –

Maestro padre mío agoniza acuesta cama,
fosas maestro inhala exhala suspiro último.
Final luz-oscura viaje maestro,
misterioso tren expreso a la nada.

¿Por qué volviste de la muerte adonde el mar se vuelve oscuro?

Maestro enceguecer ojos luces apagan:
maestro saber deber abandonar imágenes.
Ya no volver al frío del invierno.
Ya no volver a ver los blancos perros.

Maestro sueña hilo caña yendo lugar río
ganchisienta saca pez-lámpara:
pez agua mira ve maestro sube,
agua afuera cristallanto grita maestro.

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