Cruza estéril

–La bajada de Carcarcará–

Si cantar es un grito asfixiado
y me toca esta tarde cantar,
¡yo le canto al cantor ignorado
que cantó sobre Carcarcará!

Si no pierde mi canto su fuerza
y esta vuelta me toca cantar,
¡cantar ha mi guitarra los versos
que versaban de Carcarcará!


–μ–

Más que las dudas pudo el infortunio
de la certeza. Me valió el coraje,
y en brazos tu ya inerte cuerpo extraje,
y entoné el negro vals del plenilunio.

El chiflete del mes glacial de junio
te soplaba en las piernas.

Radiaba el sol en el caliente enero.
No sollozabas: era el aguacero.


–ν–

Muchacha.
Halicarnaso.
En vez de confundirse en un abrazo,
bajó a la realidad de un zapatazo.

Muchacha.
Babilonia.
Ni flautas ni zampoñas,
al alcahuete, doña, que la alquile.

Cantó al canto ancestral de Anacreonte,
en añil blasonó palabras albas,
juró las más macabras simetrías:
cantó el sinsonte, como melodías.

Géstame en el licor de tu matriz,
ciudad cosmopolita de La Habana,
emperatriz helicoidal del mundo.

Huelo el perfume de tu sexo;
de mares y vitrolas;
de tus cañones y tus caracolas.

La sombra se proyecta
inmensamente larga.
Arden las plantas de los pies, cubana,
caminando tu arena hecha de huellas.

En esta, su ocasión más predilecta
creyó oportuno regalarle flores.
Creyó oportuno maquillar sus años
con la lejía de los desamores.

¿Oyes, al fin, cómo calladas
llueven las uvas de las parras?

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