La desesperación desesperante
es cuando te persiguen:
es cuando te persiguen, ingorantes,
y te van a violar.
Y vos que no podés ni dar batalla,
en la silla de mudas,
que no podés lidiar con ese arte.
Que te van a sacar lo que tuvistes.
Que van en mierda fétida a encubarte.
Si conocieses los suplicios esos
que se les atribuyen a los presos
o a las mezzosopranos,
abrirías las fauces como un ano
pa que salgan las heces.
Cuando los zombies van a liquidarte,
rebanarte la espalda a latigazos,
a los ponchazos dar de carcajadas,
mientras te cagan, lento, a las patadas.
Cuando estás en las sórdidas tiniñeblas
que a tu rutina intemporal preceden.
Cuando olvidás el arte de escaparte
y, las piernas a todo lo que da,
cede el cuerpo a una danza fútil, cede
a la febril debilidad; tus músculos
no avanzan ni un centímetro cagado.
Mirando para atrás en bicicleta,
y no llegar a ver cuál es tu rumbo
porque vas a los tumbos. Dónde voy,
doblo acá, cuándo bajo y hoy es hoy.
Quién coño es un pebete y quién anciano.
Cuál es tu corazón, cuáles tus manos.
Cuál es tu identidad y cuál tu jeta
que es lejos mi palabra predileta.
Quién es el que te sigue más que un mostro
giganteszco y enano y verrugoso,
asesino y ladrón y muy mal mozo,
ñato, horroroso, pinche narigón.
La pesadilla más pesadiyezsca,
la más desesperante,
más burlesca,
es cuando está cerrado,
digo, abierto,
digo, no sé qué cosa circunfusa.
¿Qué, chiruzsa,
qué, musa, muzzarella, pampelmusa,
qué, mi amor, mi alhelí, mi cariñito,
mi cada palpitó que acá palpito,
qué desesperación desesperada,
más que desesperar, es más que nada,
que, más que nada, es nada?
¿Qué es nada más que nada?
¿Qué más que nada es más que más que nada?
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