La cosa que no era

– 0 Canción de cuna para una nena de telaraña –

La niña de telaraña
un día se despertó
sobre una cuna de asfalto
y un plato de se acabó.
La niña de telaraña
un día se fue a dormir,
soñó con un arcoíris
y con flores de jazmín.
La niña de telaraña
un día se despertó
al desamparo del cielo
y al abrigo del dolor.
La niña de telaraña
un día se fue a dormir,
soñó todas las estrellas
y los árboles de abril.
La niña de telaraña
un día se despertó
en una ciudad con hambre
y un mundo sin corazón.
Duerme pequeño bebé
que tu madre ya está muerta.
Tus tiernos brazos nacidos
no pudieron sostenerla.
Duerme pequeño bebé
que este cielo son tus sábanas.
Que hoy no hay calor ni comida,
y habrá hambre y frío mañana.
Duerme pequeño bebé,
que brilla la luna negra,
que tu vida son los ríos
y tu cuna las estrellas.
La niña de telaraña
un día se fue a dormir
y no quiso despertarse
para dejar de vivir.


– 1 Ojos que ya no tengo –

Llénense las tinieblas de cáncer.
Ave que renaces de tus cenizas:
llévame hacia el pasaje, la abadía y la espada.
Si todo aquello que creí haber sido
está dejando de permanecer.
Ave que me conduces a la muerte:
la envergadura de tu lomo emplumado
es la mano de fierro que me aferra y me suelta.
Planeamos por los bordes fractales de la arena de la memoria.
El ojo de la mente va iluminando los complejos accidentes de un atlas.
Descenso plácido sobre tus alas.
Vista panorámica que me ofrece.
Ya no hay características inherentes a mí.
Acampo en la planicie sembrada de mi propia mandrágora.
Ya soy todas las conchas.
Voy comprendiendo al fin que mis manos no me pertenecieron.
Las memorias se despojan al final de sus máscaras.
Los recuerdos desnudos se revelan como figuraciones ilusorias.
Las formas y siluetas se desvanecen
como al asir el éter en los sueños.
El pájaro me deposita en la noche y se va volando.
Quedo en la soledad de la negrura
derramando mis desconsuelos en lágrimas.
Ya ni siquiera queda ese agujero
que suele aparecernos en las panzas.
Finitud de los álguienes.
Eternidad de pájaros que eclipsan la multiplicidad del ocaso.


– 2 –

Vuelvo a soñar tu nombre que me grita,
vuelvo a escribir el eco de tus pasos,
con las últimas fuerzas de mis brazos
riego el recuerdo de tu flor marchita.

Me asomo a la negrura que me habita:
sé que sólo me quedan tus pedazos,
que el alba se convierte en el ocaso,
que todo muere y nada resucita.

El sol iluminó tu entierro un día
y hoy ilumina tu pared vacía.
La ausencia de tu flor entre la mierda,

la esencia de tu piel en las almohadas,
cada instante que pasa me recuerda
que fuimos todo y no seremos nada.


– 3 –

Todavía conservo en una vitrina
el corazón que aquella tarde me prestaste
como un secreto que resguardábamos
de las inclemencias del tiempo y de los otros.

Susurrabas entre las sombras de los lapachos
tu anhelo como un mosaico ya reducido a añicos
de acunar en tus brazos una criatura.

Decías que los años eran relámpagos
que fulguraban con la brevedad
de la placenta desgarrada por la luna.

Todavía conservo en una vitrina
el corazón que aquella tarde me prestaste
como las flores de manzanilla que desecabas en los misales,
como una plegaria que murmuro devotamente
con la certeza de que no puede salvarme.


– 4 –

Bajo su férrea luz, que rige el día
y el cálculo del rumbo de las naves,
el ejército persa alcanzó el grave
esplendor que precede a la agonía.

Su exacta, luminosa, tiranía
dicta el canto y la calma de las aves,
y en su reflejo circular se saben
cifrar las fases de la hechicería.

El sol, que ha atestiguado la caída
de los imperios, de sus vagos rastros,
como un inmóvil y omnisciente ojo,

ha iluminado nuestras breves vidas.
Y algún día, las luces de los astros
habrán de iluminar nuestros despojos.


– 5 –

No habrá uno solo entre los atributos
infinitos de Dios que permanezca,
ni habrá una sola rosa que florezca
sin prometer su venidero fruto.

Entre estos algorítmicos minutos
no hay un segundo que nos pertenezca,
ni hay un retoño cuya sombra crezca
sin evocar su inevitable luto.

La combustión del tiempo nos abrasa:
nada perdura, todo es transitorio,
un aspecto fortuito del presente.

Y el pensamiento de que todo pasa
tampoco es algo más que un ilusorio
y pasajero estado de la mente.


– 6 –

Postrado ante la arcana signatura
de un volumen del Liber execrable,
fue al descifrar un símbolo innombrable
que vislumbró la eterna conjetura.

La incontenible luz de la locura
le reveló el secreto interminable
del tiempo, que comprende la incontable
procesión de las múltiples criaturas.

Y al desgarrar el velo de la mente
comprendió que la vida es ilusoria:
que no hay instante fuera del presente

ni hay otra opción más que seguir despierto.
¿O cuál será el fulgor de tu memoria
después del día en el que te hayas muerto?


– 7 –

Una vez más los párpados se entregan
al designio arbitrario de las vagas
horas en que lo claro se rezaga
y las constelaciones se despliegan.

Sueño tu larga efigie que me indaga,
mi cuerpo turbulento que navega,
tu abrazo que me turba y me sosiega,
mi corazón sin rumbo que naufraga.

La ventana recorta la simétrica
silueta blanca de la blanca luna.
Bajo la calculada luz geométrica

abro en vano los labios y te llamo:
el eco de tu ausente voz me acuna
y entiendo finalmente que te amo.


– 8 –

Las llamas consumieron las hermosas
cartas que me escribiste, y sus cenizas
que frágilmente se volatilizan
son el polvo de negras mariposas.

Me convoca una antífona monstruosa:
el ángel te ha arrancado. Y, sin tu risa,
mis llantos en la noche me esclavizan
y caigo como un cuerpo en una fosa.

La incesante, morosa, gota cae
pero al fin el océano desborda.
Una vez más el día se termina:

la tarde derrumbándose me trae
la agitación amortiguada y sorda
del corazón que se convierte en ruina.


– 9 –

Se han de borrar los rastros de alegría
y se han de disipar las presurosas
gotas de sal que ruedan lacrimosas
por las tibias mejillas. Todavía

mi pecho alberga la ilusión vacía
de que perdure al menos una cosa,
pero no hay en la esencia de la rosa
nada que permanezca. La poesía

transmuta este fugaz momento en versos:
y aunque nuestros minutos son escasos
y en cambio inagotable el universo,

brota en mi corazón el afán vano,
ante las parcas luces del ocaso,
de tus ojos, de verte, de tus manos.


– 10 Las mariposas cúbicas –

Con las manos manchadas acorralé mi corazón rebelde.
Asfixiado por acogotamiento latió mi corazón al cielo abierto.
El arcángel montado sobre el centauro trotó en la ensilladura de la luna
con su rayo bramante seccionando en pedazos a los hemisferios del cielo.
Anuncio de los truenos como piedras rompiendo su violencia contra las almas:
cabalgares maniáticos de corceles de fuego por el desierto.
Al término del día, cuando amainó la fuerza de la tormenta,
ya los cielos clareantes y las playas en calma,
se multiplicaron las larvas
descomponiendo un cuerpo agusanado.
Moraban en mi madre las alas de murciélago.
Bajó la diosa negra vestida en terciopelo:
las flores venenosas bordadas en su manto
hicieron permanentes quietudes de tu llanto.
En otro tiempo no estuvimos muertos.
En otro tiempo fuimos las estrellas:
sostuvimos el cielo con las manos.
Al fin mi corazón fosilizado rimó con el silencio.
¿Hay lo más amarillo?
¿Hay lo más luminoso que el reflejo temblando
del sol sobre las aguas de los cántaros
adonde acuden a beber las polícromas, cúbicas, mariposas?

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