Diario de viaje a donde me mataron

Día domingo:
En pleno trópico de Capricornio
brota el remoto oasis, una perla preciosa
que se incrusta en el ámbito de Oriente.
Y a cuarenta kilómetros en el barco-rastrillo
remontando las corrientes del Malwa,
ahí donde se desangra la mamushka de palomas de nácar,
las nubes se reúnen y se disipan:
rito de flor abierta en cámara rápida.
El espejo-mar está en calma.
Nos observa en lo alto el ojo-zafiro.
Y, besando la saliva marina,
se alza como un montículo de cráneos
tu corazón de gris roca basáltica.


Día lunes:
El jazmín en el ánfora, la fogata del alba,
las huellas en los médanos, lo tibio de tu abrazo,
los futuros soñados, el trino de los pájaros,
la hogaza compartida de las dulces palabras:
ya son polvo en el viento, son brasas apagadas,
son pétalos marchitos, son tus labios helados,
son el dolor y el miedo, son el cielo sangrando,
son la ausencia y el hambre y el silencio y las lágrimas.
El fuego ya quemó las abadías.
Nos ponemos de pie, como los tréboles
crecen sobre las tumbas.


Día martes:
Bebiendo ahora el fantasmal expreso ferrocarril desde ninguna parte
de la blancura insomne del día-pesadilla
sobre la cronometrada planicie que erigió el alba,
nos encontramos con mi propio cagado cuerpo desnudo lleno de telarañas.
Por miedo de la herrumbre que me infesta como ratas las cejas,
del aullido del tiempo que infunde la descoyuntura del alma
como un pibe travieso que desmembra las partes de la crisálida,
no me animé a mirar mi propia jeta.
Ya llegada la noche mansa como un potrillo verás en la explanada
la luna tuntuneante por el cerro tras las escalinatas,
como un Sísifo errante
destinado a iluminar y a menguar.


Día miércoles:
Entre las hormigueantes calzadas empedradas coloniales,
nervaduras por las que corre la patriótica sangre de los caídos,
se recorta el hierático obelisco falo-monumento erecto de mármol,
con los escarabajos jeroglíficos labrados microscópicos como insectos.
Oirás los lentos viejos fabulando con árido rigor el castellano
de escudos y de soles-alfileres pinchados en los cielos-mariposa de antaño,
de heroicas epopeyas de reinos mitológicos que sus madres cantaron.
Y regresando a pie por el descampado
sola entre las anémonas
escucharás al tigre agazapado,
misterioso silencio que los espantapájaros pregonan.
Serás nuestro maestro queriendo quadrar círculos por los atardeceres descalzos.


Día jueves:
Aeropuerto internacional. Valijas.
Check-in. Policía de tránsito. Buen viaje.
Migraciones. Último llamado. Puerta de embarque.
Hacía mucho tiempo que ya no nos reíamos del diablo
cuando llegó al establo de mis pagos de mayo
la sombra satánica cabalgante del caballo Malloc,
esa especie de ave-ceguera príncipe iridiscente de la penumbra
cuyo plumaje eslavo incandescente
lo hace temblar al viento como tiembla la mente
y hace arder las mañanas tiritantes de frío.
En la monstruosidad de sus fauces
un coro angelical de caras rompe en sollozos
y sus avatares caleidoscópicos
hasta el infinito se multiplican.


Día viernes:
Bajando por los áridos senderos adonde los viñedos:
si se toma el carril-clavel del aire
por la aorta al ventrículo
del corazón de la ciudad-alcachofa de Guátisley¹,
vemos a nuestra izquierda la casona de columnas corintias
con las hiedras-trepando por las rejas-culebras.
A la derecha un sinfín de pordioseros en panza
mendigan desde que eran amonites
fósiles de los estratos devónicos,
sin encontrar consuelo más que la remembranza del suicidio
ni vislumbrar la convergencia de nadie.
Y tanto más allá es que desembocan
en la cisterna tres rugientes ríos de los Avernos:
el nombre del primero es el Pisón,
que rodea las tierras donde se encuentra el oro;
y el nombre del segundo es Aqueronte,
patrono de los calambres menstruales;
y el nombre del tercero es Flegetonte,
en cuya cuenca ígnea menorrágica
se sedimentan los eritrocitos con valores normales
y en cuyas férreas aguas se broncean miles de almas en pena.
¹ Whatisleigh


Día sábado:
Diez minutos a pie desde la Iglesia
se va al mercado de los artesanos.
Cráteras del auriga cabalgando por las constelaciones del cielo.
Un tocado baqueteado de pana,
varias plumas de ganso,
un botón de hueso:
los dedales moviéndose al unísono tienen un toque mágico.
Diestramente pone quinta en la omega:
chupando un alfiler entre los labios
acelera y entra a zurcir los trapos,
no deja cabo suelto sin hilvanar
ni hay obra concebible que se resista al trato de sus manos.
Y adentrándose ya por la espesura
donde van a morirse los relojes
nos encontramos con nosotros mismos,
con la confesión cruda de no querer ser aquello que somos.
A la tardecita oscurece
y la ausencia del sol es mi mamá que vuelve a abandonarme.


Colofón:
Esta foto de cuando fue soldado
y este ron y esta caña
y este barco pirata
pertenecieron a mi bisabuelo.
La mar es un espejo que me devuelve el eco de mis errores.
No se puede resumir la poesía.
El dolor de la vida es tan poético como el hecho de que un cactus florezca.

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