Nada se puede decir de nuevo
– 0 –
Soñé que te caías
y te estabas fundiendo con el barro
y que no podíamos levantarte
y que te ofrecía mis manos
y mis manos también se hacían de barro.
Me decías que, a pesar de la fuerza de nuestros brazos, el agua va a llevarnos,
y que mientras buscamos la salida de nuestra jaula fabricada con símbolos
la araña del malvón sigue tejiendo al atardecer sus diagramas,
y que somos igualmente volátiles que el hilo de su baba.
Decías que hay que aceptar que pronto volveremos al frío de las larvas.
Me pedías que no pronuncie tu nombre.
Decías que querías el olvido
como el que le otorgamos a las arañas.
– 1 –
Juego otra vez al juego del incendio,
me convierto una vez más en el fuego
que incinera el pasado.
Soy otra vez la luminosidad y la danza y el fulgor y la fuerza.
El fuego arrastra todo.
Las llamas no perciben el dolor.
Vuelvo a quedar convertido en cenizas.
Vuelvo a jugar al juego que me destruye
y el sentido de mi vida es el fuego:
vuelvo a entregarme al arte que me consume.
La bóveda del cielo ya está en ruinas,
pero me queda el consuelo del fuego.
Y el calor nunca alcanza.
Y de mi cuerpo quemado sólo queda un pedazo de mi corazón hecho piedra.
Mi garganta enmudece.
Ya no se distinguen mis alaridos del crepitar naranja.
Y a pesar de las llamas cada vez estoy más frío por dentro.
– 2 –
Quise arrancar la máscara que aqueja
tu verdadero rostro, y me he rendido:
tu imagen huye tras el sueño herido
cuya memoria el alba desmadeja.
Reverbera inasible lo vivido
como en el agua el cielo se refleja.
Y en el rumor de ayeres que se alejan
se oye un eco apagado de ladridos.
Hoy que hablamos la lengua del silencio,
hoy que la oscuridad nos incinera,
que mi único consuelo es que presencio
mirar el tiempo que nos despedaza,
brilla la luz del corazón que ardiera
como brilla un carbón venido en brasa.
– 3 –
previo a la concepción de los buscadores y el predictor de búsquedas,
cuando había que navegar la Internet izando las velas,
se sentaba en un banco de la plaza esa que está en Retiro,
siempre en la recta práctica de la milenaria llave del Loto
que los predecesores de los yogis de la civilización del Valle del Indo perfeccionaron,
con su entrelazamiento de las manos en el mudra del cuenco,
al costado de la imitación del Big Ben,
un anciano arrugado como la tortuga marina que asoma el cuello una vez cada defunción de la estrella,
la mandíbula consumida por la carencia prácticamente entera de molares,
y de seguramente invidente porque nos olfateaba con esa somnolencia de los gazapos,
pero en el recinto de su memoria se albergaba
la estructura recursiva de directorios de las generaciones de antaño
y parecía verlas en el vacío de la superficie del cielo
como esos diminutos puntos flotantes que vagan en el líquido retiniano.
por la módica suma de dos óbolos con la cara de Mitre
atendía pacientemente las búsquedas con que veníamos a importunarlo,
hacía un poco nuestros los jardines de su vasto templo mental de páginas
y quemaba un CD-ROM con la vista o extraía de un pliegue de sus túnicas
hojas impresas con matriz de puntos de esas que tienen agujeritos a los costados.
una vez en una primera cita
fuimos al viejo a preguntarle dónde encontrar un telo.
hace tiempo que ha muerto.
dicen que se convirtió en un ombú
y que tal es el peso en gigabytes de sus ramas
que la municipalidad tuvo que poner un palo
para que no se caiga el sistema.
cada tanto cuando tengo que hacer un trámite dejo una flor abierta en el banco
y después bajo por la peatonal
y me como una hamburguesa pero pido que no me agranden las papas.
– 4 –
Esa manera en la que nos mirábamos era nuestra semilla de almendro.
Nos nació la consciencia de que si la regábamos
iba crecer el árbol más hermoso del mundo.
Nos prodigábamos el amor puro de compartir una manzana al medio,
rozábamos con yemas lentas las caracolas,
besábamos los dedos enchastrados de aceite de sardinas.
Y era tan prodigiosa la extensión de tu vientre
que lindaba en el norte con los bosques de palmas
y en el sur con las nieves sempiternas.
Pero está en la naturaleza del tiempo la corrupción de nuestra ilusión de lo eterno,
en transmutar suicidios en sonrisas y risas en suicidios.
Un día la lascivia de las miradas dejará de insistirse sobre los cuerpos,
cuando el búho omnisciente pestañee su multitud inconmensurable de párpados.
Ya los vientres dejarán de ser fértiles,
los sueños de ser madre destrozados,
en añicos los pedazos delicados de espejo.
De este lado un fragmento de tu pupila
y más allá la línea que trazaba la fina comisura de tus labios.
De este lado la estampa floral de tu vestido
y allá la desesperación de hurgar los dedos rogando hallar pan verde en la inmundicia.
Habrá que comprender que la respuesta a quiénes somos verdaderamente
no se puede encontrar en los espejos ni en los libros de historia.
Habrá que comprender que las circunstancias se congracian exprimiendo el jugo de nuestros cuerpos.
Habrá que hacer ternura con la furia que el cielo nos descarga,
y habrá que remendar tus pedacitos con una aguja y el tirón del hilo.
El contacto mutuo de nuestras manos será como el repique de los tambores en la orilla hermana,
tanto peso es que tienen para mí tus palabras.
Habremos de cesar en nuestra búsqueda de resultados de transformaciones,
y sabremos que somos en sí misma la pureza del acto transformativo.
En vano hemos tratado de aguantar las columnas:
se están desmoronando a borbotones las semillas
de los árboles muertos que nunca fueron.
Y vamos a encontrarnos contemplando cómo somos la vida que se marchita.
– 5 –
Una vez quise hacerme de la cosa.
Y la cosa parecía inasible como agarrar la luna.
El error fue el deseo de la cosa.
Y anhelaba solamente la cosa.
Yo que soñé despierto con la cosa
y yo que perdí el sueño maquinando la adquisición rotunda de la cosa,
ahora tengo la cosa, esa araña que anidó frágilmente en mi corazón su capullo.
Y ahora que en los brazos acuno el nacimiento de la cosa
en lugar del sosiego que imaginé que me traería la cosa
no hago sino aferrarme desesperadamente a la cosa.
Y ahora la certeza abrumadora de que la cosa es mía para siempre,
de no poder librarme de la cosa,
y de que si abandono la cosa
dejaré ya de ser aquella cosa que posee la cosa.
Mi identidad se funde con la cosa.
No puedo concebirme sino como aquel que tiene la cosa.
Y es tan frágil la cosa
y es tan frágil mi posesión de la cosa que mi identidad es frágil.
Sé que un día se va a romper la cosa como todas las otras cosas se rompen,
que no obstante mis ruegos, el cauce de los días desemboca en la aniquilación de la cosa.
El error fue el deseo de la cosa.
Y quizás no anhelaba tanto la cosa como la inalcanzable certeza irrefutable de la cosa.
– 6 –
Los días me transcurren por al lado como trenes que no sé adónde llevan.
La cabeza del martillo de hierro tiene mayor dureza que el cielo
pero el cielo no cede al martillazo,
y así es que se sucede la ausencia de los soles a la luminosidad del crepúsculo
sin poder en su impacto recobrar la apertura de la constricción de mis pétalos.
Se reaviva la llaga de la mutilación del cordón que unía tus noches con mis noches,
como una rajadura que sólo habrá de clausurar la muerte.
Hoy los significados están ausentes
como si la sombra negra del ave se me hubiera posado sobre los ojos.
Vos que siempre volvías y ahora habitás lo quieto,
vos que siempre decías y ahora permanecés en el silencio:
¿cómo hacerme a la idea de que mis manos no volverán a hallarse con tus manos?
¿Te acordás del pájaro blanco que nos miraba y nos daba miedo?
Quizá quiso decirnos que cada instante es uno más entre los filamentos
de ese complejo arbóreo de nervaduras que conforman el inescrutable universo.
Te saludo con el pañuelo blanco y el barco que te aleja ya está volviendo a convertirse en barro.
– 7 –
Puede elegir, Nenuco,
la marca y el modelo de la cadena con la que lo ataremos de pies y manos.
Puede elegir, Nenuco,
variedad de colores de los látigos con los que azotaremos su piel y huesos
si no se arrodilla a entregar sus sueños a cambio de esta pesadilla multidimensional
que tan amablemente le ofertamos.
Puede elegir, Nenuco,
cuál de todos mis hermanos gemelos será el emperador de su cuerpo esclavo.
Puede elegir, Nenuco,
entre tantas maneras que le brindamos de malgastar su escaso tiempo de vida.
Pero hay algo que no puede elegir, Nenuco.
– 8 –
no contentos con el hecho de que amanece,
hay que fijar en su lugar los símbolos,
pulir hasta que brillen los textos que lastiman como cuchillos,
acomodar los dígitos,
conseguir que las letras en la pantalla se dobleguen a la voluntad de ordenarlas de acuerdo con patrones,
hay que lograr que el número dé cero,
pero que nunca se haga menor que cero,
siempre hay que sepultar bajo los símbolos la desnutrición de los pordioseros,
hay que automatizar nuestra mecánica de ignorar el hecho de que atrás de los dos ojos que lloran se aloja la mirada de una criatura,
habrá que taponarse los oídos para que no nos perturbe el vaivén de la respiración de ese cuerpo que tenemos al lado
como en un espejo macabro
en el que no nos será dado mirarnos
y tendremos que hacer de cuenta siempre
que la fragilidad de sus manos
es un objeto indigno de nuestro abrazo.
– 9 –
Cuando nos conocimos, todo estaba incompleto:
todavía no estaban trazados los destinos,
no trinaban las aves sus incansables trinos
ni habían dado fruto las flores del secreto.
Fuimos edificando recuerdos cristalinos,
yo me aferré a tus manos como a los amuletos,
vos mirabas el cielo que se quedaba quieto
y el silencio era el largo silencio del camino.
Pero las hojas caen inexorablemente:
y a pesar de los llantos, las uñas y los dientes,
ya no existe aquel sitio donde nos conocimos:
derribado por dioses implacables de hierro
ya no es más que un baldío donde anidan los perros
y nada permanece de la cosa que fuimos.
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