Hebras de realidad



– 0 –

Cierta vez galopando por la gélida estepa
me hallé con un maestro de barba y gris cabello.
Bajé del corcel manso y entonces vi el destello
de aquellas dilatadas pupilas por la pepa.
Me dijo unas palabras pseudo ininteligibles:
que el pensamiento opera siempre en la dualidad,
que estamos conectados de una forma invisible,
que el amor es la última y única realidad.
Nadie puede decirte cómo fue de qué modo por qué razón ni cuándo
éramos Gámelan.
Pero de pronto no éramos cada parte una parte:
él, ella, la paloma, tu pájaro en la rama,
la lombriz emplumada, vos, yo, el racionamiento del agua,
la recursión
de los fusiles.
No éramos todo eso ya, sino que éramos Gámelan:
la infinidad de manos desplegándose
en aborto.
Abanico esa cola única-náutica de pavo real que son las velas de esa fragata.
Se extendió el área sensorial de nuestras pieles arduas como los mapas,
esa bifurcación como de ramas que brotan en las ramas,
la abstracción y de pronto
ya no estar embutidos en los cuerpos.
Pero como un cachorro somnoliento, la luz del sol abriéndose
pasó por nuestros párpados de perro.
Oh Gámelan.
Oh gama de mi Gámelan.
O juremos ser Gámelan.
Hoy que sigo fregando la sangre de tus sábanas
y mis ansias se tiñen de nueva fantasía
¿volverás a mis brazos? Las horas son oscuras,
los años han caído como nueces maduras,
y la luna y el campo saben que fuiste mía.



– 1: Tatuaje en la espalda de una fiera –

Hubo un místico guacho
que vio en las Escrituras la profecía
de que habrá una epidermis en la que se cifren los númenes.
Habrá una piel en la que se articulen
los infinitos modos de la substancia,
las incontables permutaciones de símbolos.
Esa piel será, entonces, una piel absoluta,
y contendrá una réplica cabal del Universo,
es decir, será acaso la totalidad de las cosas.
Hace años, con agujas tipo magnum, me propuse
la deposición física del destino.
He inscripto, por ejemplo, caracteres antiguos,
al tiritar de tubos fluorescentes,
sobre los párpados de los occisos.
He tatuado en tu pectoral una supernova que refulge tras una cruz ansata
y el filete-arrabal del noventiséis rápido por autopista a barrio Esperanza.
He dibujado, como toboganes hacia la muerte, en la sonrisa del san Mamerto del pueblo,
sacrosanto lebrel del choripán y el ladrillo hueco,
incisivos marrones de cigarrillo y, metamorfoseándose en aquelarre,
una hoguera-montículo de cráneos astillados de chivo.
He tatuado el sigilo de los duques que habitan la Clavicula Salomonis.
He inyectado con pigmento de ancestros del ensueño,
punto por punto, en la cara interna de tus muñecas,
la columna vertebral gualda de una serpiente que describe el Kojiki
de escamas de zafiro y alambres como bigotes de bagre.
He osado delinear en un tatuaje la suma total de las cosas,
pero temo que no me será posible concluir esa tarea vastísima.
Se me están agotando los exiguos
días, como las cuentas del ábaco,
y sé que no hay esencia que permanezca:
sé que el tatuaje al que he entregado mis años
ha de perecer junto con la piel.



– 2: Luna en mandarín –

Sale la luna en chino:
sólo me queda el libro de poemas que desvencijaron tus manos.
Dos personas a veces se confunden temporalmente en una,
mientras que la naturaleza del tiempo vuelve a cagar a piñas nuestros vidrios con una convicción de martillos.
La ilusión persistente de nuestra elección de lo impuesto
se opone a la desfiguración del presente,
a la agonía negra biliar del higo fruto entreabierto de la mariposa.
Del cielo necrosado brota un hilo ensangrentado de cirros.

Sale la luna en chino:
arco condicional como los círculos ciliares de los cráneos,
cadáverica medialuna monarca crepuscular fantasma sobre la madrugada.
Bajo tu dominio resplandeciente
la muchedumbre pela los paraguas, resbalosas las zanjas,
se apiñan los abrigos entre los charcos.
Parás el colectivo:
destreza magistral con que tus manos maniobran diestramente los cigarrillos.
Y al fin sobre las guillotinadas cabezas
florecen los caminos.

Sale la luna en chino como el hueso creciente de los toros.
Baja el ángel postizo la instantánea furiosa calcinante explosión de la luz-relámpago.
Nos, los que desfilamos entre los vivos,
vamos a convertirnos en la fundición de la carne,
en el espanto inmóvil de la acumulación violeta de la sangre en la espalda bajo la cara blanca,
y en pestilencia, y humo,
y en ceniza, y en polvo de las tumbas.
Mamá sigue acunando la cirugía del bebé sin ojos.
Consagración hierática al sacerdocio de la malnutrición y la peste.
No obstante sé que no podré soltar nunca el amuleto ausente de tu recuerdo.

Sale la luna en chino:
si hasta los elefantes ciegos (a miles de kilómetros) saben el porvenir de tus días.
Sé que te estás muriendo: tus piernas ya no corren a abrazarme,
tu corazón, el músculo marchito que otrora fuera brasas, es un cacho retorcido de alambre,
una piedra tiznada que resiste la mordedura de la llamarada.
Sé que te estás muriendo: mis piernas ya no corren a abrazarte,
por miedo de encontrarme en el abrazo con la fragilidad de tu cuerpo,
con tu masa muscular consumida, con la punzación de tus vértebras.
Sé que te estás muriendo y no volveremos a abrazarnos nunca.

Sale la luna en chino:
soy el mono enjaulado que se abraza y exhibe en amenaza los colmillos.
Nos vimos flor que abrías tus pétalos nocturnos:
con las gotas que cayeron del cielo a la mañana
humecté la sequedad de mis labios.
Flor que el tiempo me arranca,
flor que arraigó en mi carne,
flor que es roja por el rojo caliente de tu sangre,
flor que estás apagándote para siempre
como se suelen apagar las flores,
como se suelen encender las noches,
como se suelen marchitar los días.
Hago un llamado al orden. Y se abre en cambio el cáliz insurrecto del cambio.
Y en las gotas de lluvia, diminutos espejos posados en tus pétalos,
se espeja mi violencia.

Sale la luna en chino:
sé que estás enojado para siempre conmigo.
Pero mirando el cielo sé que mirás el cielo.
Sé que los dos miramos al mismo tiempo
la misma luna.
Cómo te me hacés agua entre las manos.
Lo trémulo del cielo anaranjado se ha puesto ya al oeste del silencio.
Ardor de piel tirante, la nuca roja,
las plantas ampolladas, las llagas en la espalda,
látigo fulminante del sol voraz cuchillo de calendario azteca.
No habitamos las camas.
Y una vez más lloramos porque habremos de morir en la arena.

Sale la luna en chino:
volvimos de la noche con distintas heridas
y hay un cielo que relumbra en la sombra como un ojo de víbora.
Incisión de los dientes,
redención al veneno de lengua bífida, desmoronamiento del tiempo.
Las páginas del libro de mi vida se van desintegrando.
Ya fuiste la paloma que cabía en mi palma, la sonrisa del mundo.
Y a pesar de los huecos de mis globos oculares vacíos
sé en el pleno ejercicio de tu nombre que te moriste a tiempo.
Si hay algo que trasciende a la ilusoria construcción del yo,
será, como reluce un grano blanco de arena sobre la inmensidad del desierto,
el recuerdo distante de tu sonrisa.



– 3 –

oh tu blancura de potrillo muerto
tu perfume de almizcle
muslos de baquelita
al río van a morirse
los hijos de los débiles
y dicen que los ángeles los lloran
allá donde las aguas sedimentan
las civilizaciones que cayeron
pero donde quedan en pie los muros de piedra
toco el bloque basáltico que ubicaron hace milenios los siervos
la astringencia del vino
la angostura de calles sinuosamente de adoquines
nuestra alegría bajo las estrellas de enero
pero la relumbración de un alfanje
ónice de los dedos
la desnudez tirante de los pechos
las axilas moldeadas como esculturas clásicas
y abdómenes al cielo
sabés
sabés adónde
sabés cerrar los ojos
sabés el ritmo exacto
el pulso
la plegaria
la ubicación secreta
sabés adónde
adónde las pupilas
el roce
la mordida
sabés adónde el labio
sabés la pulpa abierta
la agitación
jadeo
temblor
las nervaduras
del estremecimiento
la pronta certidumbre de lo incierto
lo desabotonado
la camisa
no es sino otro disfraz entre los tantos
disfraces con que habremos de ocultarnos
recuerdo que nos vimos hace más de diez años
tenés algunas canas
pero hay algo que late todavía como un pichón nacido cuando agarro tus manos entre mis manos
no espero una respuesta de tu parte
sólo espero que todavía sepas lo que está tácito



– 4 –

línea de bilis vómitos de fiebre
carnets organizados en desorganización de nacimientos por año de fichero
alto granito de losas intransitables en tránsito
secretaría de la irritación al teléfono
impaciente paciencia de las horas
reprimenda a la inquietud de los quietos gurí que correteando
bajo los fluorescentes cobra la presencia espectral de cirugía de los álguien
mirada ausente de los boquiabiertos
viejos en sus sillones de ruedas
nasalmente intubados sondeo de las traslúcidas fosas
cuadro de espera en el recinto anónimo
látex de guantes a inalcanzables horas
facsímil de unos ramo de flores malva con técnica mixta en lienzo de algodón sobre bastidor
perspectiva inverosímil de la sepultura del aire
olor de alcohol y yodo:
reloj como un orfebre del silencio
que seguirá latiendo todavía
cuando todos nuestros corazones se ausenten
apertura y clausura antigua puerta tijera plegable ascensor clásico
apellidos gritándose
laboratorio
rayos
pulsaciones y sangre galopando a caballo de los tímpano
punción de las jeringa
algodón
sutura
inhospitales hóspitos
frialdad ígnea metálica desde el techo del barbijo mirándonos y la rebanación del ojo de hielo
calma ilusoria al fin y la certeza
incierta del diagnóstico
soledad gris dormida despertada
respiración profunda de los atardecer en silencio en la heladeración de la cosa sola



– 5 –

Hoy me comí en la cena la carne venenosa
de la flor de una rosa violeta envenenada.
Y era tan delicada,
y era tan deliciosa,
y tan dulce y sedosa su pulpa condenada,
que no pude pensar en otra cosa más que en aquella rosa,
que no pude seguir diciendo nada.
Y la flor horrorosa de la rosa morada como una mariposa destrozada,
y aquella cosa hermosa,
y aquella cosa muerta:
la ventana del hospital abierta
y el pájaro mirando.
La sábana abollada en la camilla
y el ruido de unos pasos.
Una respiración entrecortada
y un batir en el pájaro de alas.
La ventana del hospital cerrada
y una mujer llorando
y una luz que se apaga.
Las sábanas tendidas, la camilla sin almas
y un tubo fluorescente parpadeando.



– 6 –

Este fragmento roto de vasija micénica
en cerámica de pigmentos ferrosos y geometría de los minerales
perteneció hace tres milenios a un ánfora
cocida por oxidación en la hoguera perenne de los herreros subterráneos.
Figura la miniatura meticulosa
de la voluptuosidad generosa de la carne
de sátiros alados perforándose deleitosamente los anos.
Han corrido las vísperas de la guerra esgrimida en el archipiélago.
Azotados por la peste y la hambruna
los pueblos navegantes de los mares han saqueado las ruinas
del esplendor marchito
de la Creta de antaño.
Este pedazo del jarrón cerámico
que comercializaron los fenicios en la costa norte del África,
que tu bisabuelo oficial británico adquirió a un mercader en Ismailía por pocas libras,
se rompió para siempre.
Y ahora niño malcriado pendejito que le diste de puntapiés al ánfora,
y ahora que has esparcido los añicos en el piso de la arcilla esmaltada,
no te preocupés, sólo que rompiste un objeto milenario de precio incalculable,
pero lo importante es que no te cortés,
andá a buscar el escobillón y la pala, querés,
juntá los pedacitos y envolvelos en un papel de diario con titulares de otras guerras,
de otras pestes más nuevas y otras hambrunas,
de ciudades que siguen destruyéndose
con la saciedad del fuego infinito que cociera la arcilla,
no sea cosa que te rebanes un dedo
y tengamos que salir en remís corriendo a la clínica.



– 7 –

Este cuerpo marchito en el que espero no llegará a ser viejo.
Esta lastimadura irá extendiéndose como una mariposa en los cerebros.
Sé que el dolor te parte, que se te están cayendo los pedazos del cielo.
Sé que guardás mis manos como un recién nacido entre tus manos,
que te aferrás devotamente a símbolos como a miles de corazones latiendo.
Sé que no somos nadie pese a la cara humana en el espejo:
miro la barba hirsuta, la simetría axial de linyera,
la torpeza del maquillaje disimulando la desfiguración de la cara,
la inmovilidad de su rostro como un llanto de piedra.
Y albergo una compasión infinita ante la contemplación de sus ojos.
Sé que me estoy muriendo y quedará el pichón llorando en el nido.
Sé que somos la cosa permanente:
la nube de color que puebla los sueños,
el maleficio de la pesadilla
y el silencio y el eco.
Sé que a la agitación de tus vigilias se suceden los miedos de la profundidad de la noche.
Sé que los días pasan embistiéndonos como descarrilamientos de trenes.
Del cáliz de tu flor de madreselva nace la maldición de mis andrajos,
la herida de mis dedos no palpará de nuevo la palpitación de tu boca,
ya no podré escaparme
de este cuerpo marchito en el que vivo,
de este cuerpo marchito en el que muero.



– 8 –

cuidado con las ágamas
que florecen
en las inmediaciones del agua
cuidado con sus hojas desdentadas
cuidado con el vuelo del ave que es tu jaula
cuidado con la eternidad de las lágrimas
cuidado con la soledad de los sueños y con la niebla de las madrugadas
cuidado que ya duerme el bebé en el cielo
cuidado con tu cara en el espejo
cuidado con el transcurso quieto del tiempo
cuidado con mirar adentro del pecho
cuidado con suturar el pasado
cuidado con la dentellada del miedo
cuidado con el museo de genitalia
cuidado con las ágamas
que florecen
en las inmediaciones del agua



– 9 –

en la casa del árbol
habita un mounstro
le tiro galletitas y él se come los mocos
desde atrás de sus veinticuatro filas de dientes
afloran sus eructos espantosos
me dice mi mamá que no lo mire
mi abuela reza cada vez que atraviesa en chanclas el patio
se santigua encomendándose al Hijo
y al Espíritu Santo
y el suspiro de su oración tremula como el rumor temblante del arroyo
hay un hombre pelado que atiende el kiosco que dijo que ese mounstro es un peligro
mientras nos expendía cigarrillos
y el carnicero en jefe ofreció su chaira y el filo de sus carcomidos cuchillos
y sus artes carnales de matarife cinturón negro del segundo cordón del conurbano
para descuatizarlo como para churrascos y así darle cristiano sacrificio y sepultarlo junto al cuerpo del Chicho
otros proponen que hay que encadenarlo bajo la férrea disciplina de nuestro yugo para explotar su fuerza de trabajo
o que tenemos que venderlo al mounstro y que nos forramos en guita
y el flaquito medio chiflado pobre que dice que es mi tío me dijo que llamemos a la NASA y que hay que hacerle una tomografía
en la casa del árbol
habita un mounstro
le tiro galletitas y él se come los mocos

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