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Si uno va aproximándose
a la Tierra
desde la infinidad
de la Vía Láctea
puede apreciar accidentes geográficos
brotándole en el medio de su mapa.
Océano la abraza,
conminándonos
al ejercicio de los continentes,
y el rigor de los hielos
nos afronta
delimitando
páramos hostiles
de otros hospitalarios.

Mirado a la distancia este planeta
consta de nubes, de agua,
esencialmente
de hidrógeno y de oxígeno.

Si uno ahora
siguiera apróximandose,
vería entonces
un sinfín de rocas
y desiertos de sal,
y horizontes desiertos,
valles esculpidos,
playas tórridas,
trópicos en flor,
nieves perennes,
mares en los barcos,
rascacielos,
géiseres y corales.

Todo eso vieron
los extraterrestres
el día que aterrizaron
en un lugar del África,
suponiendo que ellos tenían ojos
adaptados a longitudes de onda
del espectro visible
para nosotros.

El caer de la noche
vino con muchas lunas,
y acá baja la nave extraterrestre,
generando un vacío de presión
y un zumbido que ensordece los pájaros.

El aire en el desierto
espeluznante
corre en la noche azul.
El aire eléctrico
le impone al tiempo
su sabor metálico,
la sangre
de lo que fueran lagartos.

Esa incesante
búsqueda de un rostro
es un buscar que no termina nunca.

Esa búsqueda de tu identidad
te condujo a pasillos intrincados,
a la seguridad nunca rotunda
de haber sido una vez tu propia vieja.

Quién está
tras los ojos que te miran
cuando enfrentás
el cristal del espejo.

Te miraste para siempre al reflejo
pero seguiste
sin saber quién eras.

Eras un perro
masticando el agua
queriendo ver tu cara
verdadera.

Y al mirarla
nunca se quedó quieta.
Al asirla
se volatilizó.

Inspirar
y volverse el universo,
las galaxias
te inundan por adentro,
la luz excede tu interior,
rebalsa.

No ser más cosa que la misma luz.

Expirar
y vuelve el silencio negro,
solamente sos la quietud
ahora,
la nada, el centro
de ninguna esfera.

No ser más cosa que la misma nada.

El corazón
te está pegando piñas.
Una sospecha de que
toda vida
es delirio
por envenenamiento.

Es tu cuerpo braceando
en la corriente
aferrándose de la subsistencia.

La tía,
el día que iba a morirse
tosía
como una hija de mil putas.

En estado de excepción rutinario,
sobrevivir
sin inmutar los dedos,
no ser esclavo de otros
que reposan
el culo
sobre respectivas sillas.

Atento al temblor febril
de las manos,
a estar al cabo atrás
de estos dos ojos,
puede alumbrar conciencia
de uno mismo:
de estar acá
y otros a la intemperie.

Atrás también
es la ansiedad abierta
de saber
que algo siempre está incompleto,
nunca enfrentarse
a las preguntas obvias.

Caso omiso del elefante adentro.

Certeza
de una amenaza inminente,
nunca dejar apagado el alerta,
siempre presto
a enseñar la dentadura,
siempre garras
listas para el zarpazo.

Dejarse abandonar
a la existencia.
Yacer en toda la extensión
del aire.
Dejarse penetrar intensamente.
Volver a ser el único,
el de siempre.

La nave extraterrestre
desplomándose
sobre un enjambre
de civiles chinos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Je: hoy recordé casualmente esas instrucciones para el micro-satori que leí acá hace años y me dio curiosidad de ver si la página seguía en pie.