El dolor que me come no se cura con nada:
agujereé una planta con las uñas de acero.
Ya no hay las siestas ácidas de chuparnos el dedo,
no hay las luces violetas de neón y naranja.
Dormís pero no sale ni el sol por tus pestañas.
Tus ojos no devuelven como antes los reflejos
y tu boca pronuncia solamente silencios.
El tiempo es un vacío llenándonos la panza.
Te empapan el abrigo las olas congeladas.
Volteás para encontrarme y estás desamparada,
mirás la tierra firme pero es el mar abierto.
Busco a tientas tus dedos solos en el desierto
y estrechando con fuerza tus dígitos inertes
sigo anhelando en vano que vuelvan de la muerte.
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