Pedazos de otros



ii.

Tres sueños imposibles: ser tu pulpo en el agua
de dos al cubo patas,
romperte las palabras, tatuarlas en tu cuerpo.
Convertirse en espejo, tres sueños imposibles:
tu rostro de gorgona convertirse en estatua,
saber que estoy despierto,
ser Teseo,
salir de un laberinto,
rendir culto a los toros,
apilar direcciones de retorno.
Tres sueños imposibles,
sumergirse en los sueños imposibles.


iii.

A medida que avanza
la demencia
se va poniendo verde.

Forzosa oscureció
esa montura de los dientes
que es caballo y es tiempo.

Fui madrecita:
la violencia, la vida,
las pestañas que vieron
el sol y el aguacero que atravesaron campos,
otros fuegos, el viento,
silencios negros,
firmamentos oblicuos,
serenidad y fiebre,
la vertical de balsas sobre acuosas
bocas abiertas.

Una alhaja buscada:
heridas.


iv.

Cada vez más ni yo,
ni el sol,
ni ellos,
ni nadie,
ni las funciones recursivas,
ni los razonamientos,
por la presente, hundido,
corriendo el día
de tedio, fantasía,
de algarabía de pirámides.
Cada vez más abierto,
más hecho pedacitos de termómetro roto,
cada vez más me sigue
la sombra negra.

Cada vez más me sigue el ave negra.


v.

Hoy mirando tus labios me hallé inexperto y frágil
como un barco de diarios atravesando el agua
y me hechizaban tanto tus palabras de arcángel
que quería violarlas como a vírgenes castas.

Con carbones firmabas cadáveres de roca,
imprimías palabras paleozoicas, extintas:
palabras que regresan a jurar que están vivas,
a asfixiarme en ovillos de pasados y sombras.

Paloma que rasgabas la trama con las plumas
y el cielo permanente perdía su esplendor,
te contemplé callado, como a una quieta flor
que el viento mece apenas, y que apenas acuna.

Ayer que se dormían tus manos en mis manos
éramos dos caballos imposibles de atar:
besaba largamente tus labios afiebrados,
trotabas por encima de tu próxima muerte.

Hoy que te sé perdida pienso tus brazos pálidos,
relincho y me refriego la sangre de los dedos,
maldigo el horizonte, navego otros fracasos
y sé que habrá otros álguienes con los ojos abiertos.

No nos queda otra cosa que unos presentes pocos,
que unas cuantas paredes manchadas de humedad,
resignarse al destino de volver a ser polvo.

La vida es una llaga difícil de curar.


i.

Katarina mi niña, ángel, ser luminoso,
tus manos todavía prendían una vela.
Piel de aceituna, digo, piel de aceituna negra,
damisela, finísimo tejido de acuarela.

Tus tres o cuatro pelos todos duros, qué miedo,
mirando unas arañas. Trepaban y trepaban,
boluda, si supieras la de arañas que había,
y encima una de patas que no te imaginás,
ocho por ene patas para ser más precisos.1
1 Si convenimos en llamar ene a la cantidad de arañas.

Flash-forward al presente: Katarina, temblando,
rodás por estos pisos que edificó tu madre:
cuando falte la muerte,
cuando falta,
cuando falta la muerte y el cementerio cierra
¿le pedirás a quiénes que te entierren las perras?
Como si fueran sobras de algo que fue y no es más.

¿Dónde está Anaximandro? Decías, Katarina,
mesándote los vellos de la concha nerviosa.
Pero será posible. Pero este Anaximandro,
dónde se habrá metido. Le gritabas "negrito".

Tenías la pileta, tu casa era re grande,
la pileta en el fondo,
con una mesa larga
para los comensales.
Se acabó Anaximandro.
Anaximandro falta.

Y al tipo allá sentado le importaba tres pitos:
si era un gordo asqueroso.
Pero bueno, igual ella
lo re quería.

Querida Katarina: por esta pelopincho,
náyade del submundo, te echabas a dormir.
La modorra y la fiaca podían más que el ánimo:
soñabas que nadabas las playas del Brasil.

–¿Dónde está Anaximandro?
–Le falló el hígado.
Lo operaron anoche pero no resistió.


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