Cómo rompe las palabras
Hebras de realidad
– 0 –
Cierta vez galopando por la gélida estepa
me hallé con un maestro de barba y gris cabello.
Bajé del corcel manso y entonces vi el destello
de aquellas dilatadas pupilas por la pepa.
Me dijo unas palabras pseudo ininteligibles:
que el pensamiento opera siempre en la dualidad,
que estamos conectados de una forma invisible,
que el amor es la última y única realidad.
Nadie puede decirte cómo fue de qué modo por qué razón ni cuándo
éramos Gámelan.
Pero de pronto no éramos cada parte una parte:
él, ella, la paloma, tu pájaro en la rama,
la lombriz emplumada, vos, yo, el racionamiento del agua,
la recursión
de los fusiles.
No éramos todo eso ya, sino que éramos Gámelan:
la infinidad de manos desplegándose
en aborto.
Abanico esa cola única-náutica de pavo real que son las velas de esa fragata.
Se extendió el área sensorial de nuestras pieles arduas como los mapas,
esa bifurcación como de ramas que brotan en las ramas,
la abstracción y de pronto
ya no estar embutidos en los cuerpos.
Pero como un cachorro somnoliento, la luz del sol abriéndose
pasó por nuestros párpados de perro.
Oh Gámelan.
Oh gama de mi Gámelan.
O juremos ser Gámelan.
Hoy que sigo fregando la sangre de tus sábanas
y mis ansias se tiñen de nueva fantasía
¿volverás a mis brazos? Las horas son oscuras,
los años han caído como nueces maduras,
y la luna y el campo saben que fuiste mía.
– 1: Tatuaje en la espalda de una fiera –
Hubo un místico guacho
que vio en las Escrituras la profecía
de que habrá una epidermis en la que se cifren los númenes.
Habrá una piel en la que se articulen
los infinitos modos de la substancia,
las incontables permutaciones de símbolos.
Esa piel será, entonces, una piel absoluta,
y contendrá una réplica cabal del Universo,
es decir, será acaso la totalidad de las cosas.
Hace años, con agujas tipo magnum, me propuse
la deposición física del destino.
He inscripto, por ejemplo, caracteres antiguos,
al tiritar de tubos fluorescentes,
sobre los párpados de los occisos.
He tatuado en tu pectoral una supernova que refulge tras una cruz ansata
y el filete-arrabal del noventiséis rápido por autopista a barrio Esperanza.
He dibujado, como toboganes hacia la muerte, en la sonrisa del san Mamerto del pueblo,
sacrosanto lebrel del choripán y el ladrillo hueco,
incisivos marrones de cigarrillo y, metamorfoseándose en aquelarre,
una hoguera-montículo de cráneos astillados de chivo.
He tatuado el sigilo de los duques que habitan la Clavicula Salomonis.
He inyectado con pigmento de ancestros del ensueño,
punto por punto, en la cara interna de tus muñecas,
la columna vertebral gualda de una serpiente que describe el Kojiki
de escamas de zafiro y alambres como bigotes de bagre.
He osado delinear en un tatuaje la suma total de las cosas,
pero temo que no me será posible concluir esa tarea vastísima.
Se me están agotando los exiguos
días, como las cuentas del ábaco,
y sé que no hay esencia que permanezca:
sé que el tatuaje al que he entregado mis años
ha de perecer junto con la piel.
– 2: Luna en mandarín –
Sale la luna en chino:
sólo me queda el libro de poemas que desvencijaron tus manos.
Dos personas a veces se confunden temporalmente en una,
mientras que la naturaleza del tiempo vuelve a cagar a piñas nuestros vidrios con una convicción de martillos.
La ilusión persistente de nuestra elección de lo impuesto
se opone a la desfiguración del presente,
a la agonía negra biliar del higo fruto entreabierto de la mariposa.
Del cielo necrosado brota un hilo ensangrentado de cirros.
Sale la luna en chino:
arco condicional como los círculos ciliares de los cráneos,
cadáverica medialuna monarca crepuscular fantasma sobre la madrugada.
Bajo tu dominio resplandeciente
la muchedumbre pela los paraguas, resbalosas las zanjas,
se apiñan los abrigos entre los charcos.
Parás el colectivo:
destreza magistral con que tus manos maniobran diestramente los cigarrillos.
Y al fin sobre las guillotinadas cabezas
florecen los caminos.
Sale la luna en chino como el hueso creciente de los toros.
Baja el ángel postizo la instantánea furiosa calcinante explosión de la luz-relámpago.
Nos, los que desfilamos entre los vivos,
vamos a convertirnos en la fundición de la carne,
en el espanto inmóvil de la acumulación violeta de la sangre en la espalda bajo la cara blanca,
y en pestilencia, y humo,
y en ceniza, y en polvo de las tumbas.
Mamá sigue acunando la cirugía del bebé sin ojos.
Consagración hierática al sacerdocio de la malnutrición y la peste.
No obstante sé que no podré soltar nunca el amuleto ausente de tu recuerdo.
Sale la luna en chino:
si hasta los elefantes ciegos (a miles de kilómetros) saben el porvenir de tus días.
Sé que te estás muriendo: tus piernas ya no corren a abrazarme,
tu corazón, el músculo marchito que otrora fuera brasas, es un cacho retorcido de alambre,
una piedra tiznada que resiste la mordedura de la llamarada.
Sé que te estás muriendo: mis piernas ya no corren a abrazarte,
por miedo de encontrarme en el abrazo con la fragilidad de tu cuerpo,
con tu masa muscular consumida, con la punzación de tus vértebras.
Sé que te estás muriendo y no volveremos a abrazarnos nunca.
Sale la luna en chino:
soy el mono enjaulado que se abraza y exhibe en amenaza los colmillos.
Nos vimos flor que abrías tus pétalos nocturnos:
con las gotas que cayeron del cielo a la mañana
humecté la sequedad de mis labios.
Flor que el tiempo me arranca,
flor que arraigó en mi carne,
flor que es roja por el rojo caliente de tu sangre,
flor que estás apagándote para siempre
como se suelen apagar las flores,
como se suelen encender las noches,
como se suelen marchitar los días.
Hago un llamado al orden. Y se abre en cambio el cáliz insurrecto del cambio.
Y en las gotas de lluvia, diminutos espejos posados en tus pétalos,
se espeja mi violencia.
Sale la luna en chino:
sé que estás enojado para siempre conmigo.
Pero mirando el cielo sé que mirás el cielo.
Sé que los dos miramos al mismo tiempo
la misma luna.
Cómo te me hacés agua entre las manos.
Lo trémulo del cielo anaranjado se ha puesto ya al oeste del silencio.
Ardor de piel tirante, la nuca roja,
las plantas ampolladas, las llagas en la espalda,
látigo fulminante del sol voraz cuchillo de calendario azteca.
No habitamos las camas.
Y una vez más lloramos porque habremos de morir en la arena.
Sale la luna en chino:
volvimos de la noche con distintas heridas
y hay un cielo que relumbra en la sombra como un ojo de víbora.
Incisión de los dientes,
redención al veneno de lengua bífida, desmoronamiento del tiempo.
Las páginas del libro de mi vida se van desintegrando.
Ya fuiste la paloma que cabía en mi palma, la sonrisa del mundo.
Y a pesar de los huecos de mis globos oculares vacíos
sé en el pleno ejercicio de tu nombre que te moriste a tiempo.
Si hay algo que trasciende a la ilusoria construcción del yo,
será, como reluce un grano blanco de arena sobre la inmensidad del desierto,
el recuerdo distante de tu sonrisa.
– 3 –
oh tu blancura de potrillo muerto
tu perfume de almizcle
muslos de baquelita
al río van a morirse
los hijos de los débiles
y dicen que los ángeles los lloran
allá donde las aguas sedimentan
las civilizaciones que cayeron
pero donde quedan en pie los muros de piedra
toco el bloque basáltico que ubicaron hace milenios los siervos
la astringencia del vino
la angostura de calles sinuosamente de adoquines
nuestra alegría bajo las estrellas de enero
pero la relumbración de un alfanje
ónice de los dedos
la desnudez tirante de los pechos
las axilas moldeadas como esculturas clásicas
y abdómenes al cielo
sabés
sabés adónde
sabés cerrar los ojos
sabés el ritmo exacto
el pulso
la plegaria
la ubicación secreta
sabés adónde
adónde las pupilas
el roce
la mordida
sabés adónde el labio
sabés la pulpa abierta
la agitación
jadeo
temblor
las nervaduras
del estremecimiento
la pronta certidumbre de lo incierto
lo desabotonado
la camisa
no es sino otro disfraz entre los tantos
disfraces con que habremos de ocultarnos
recuerdo que nos vimos hace más de diez años
tenés algunas canas
pero hay algo que late todavía como un pichón nacido cuando agarro tus manos entre mis manos
no espero una respuesta de tu parte
sólo espero que todavía sepas lo que está tácito
– 4 –
línea de bilis vómitos de fiebre
carnets organizados en desorganización de nacimientos por año de fichero
alto granito de losas intransitables en tránsito
secretaría de la irritación al teléfono
impaciente paciencia de las horas
reprimenda a la inquietud de los quietos gurí que correteando
bajo los fluorescentes cobra la presencia espectral de cirugía de los álguien
mirada ausente de los boquiabiertos
viejos en sus sillones de ruedas
nasalmente intubados sondeo de las traslúcidas fosas
cuadro de espera en el recinto anónimo
látex de guantes a inalcanzables horas
facsímil de unos ramo de flores malva con técnica mixta en lienzo de algodón sobre bastidor
perspectiva inverosímil de la sepultura del aire
olor de alcohol y yodo:
reloj como un orfebre del silencio
que seguirá latiendo todavía
cuando todos nuestros corazones se ausenten
apertura y clausura antigua puerta tijera plegable ascensor clásico
apellidos gritándose
laboratorio
rayos
pulsaciones y sangre galopando a caballo de los tímpano
punción de las jeringa
algodón
sutura
inhospitales hóspitos
frialdad ígnea metálica desde el techo del barbijo mirándonos y la rebanación del ojo de hielo
calma ilusoria al fin y la certeza
incierta del diagnóstico
soledad gris dormida despertada
respiración profunda de los atardecer en silencio en la heladeración de la cosa sola
– 5 –
Hoy me comí en la cena la carne venenosa
de la flor de una rosa violeta envenenada.
Y era tan delicada,
y era tan deliciosa,
y tan dulce y sedosa su pulpa condenada,
que no pude pensar en otra cosa más que en aquella rosa,
que no pude seguir diciendo nada.
Y la flor horrorosa de la rosa morada como una mariposa destrozada,
y aquella cosa hermosa,
y aquella cosa muerta:
la ventana del hospital abierta
y el pájaro mirando.
La sábana abollada en la camilla
y el ruido de unos pasos.
Una respiración entrecortada
y un batir en el pájaro de alas.
La ventana del hospital cerrada
y una mujer llorando
y una luz que se apaga.
Las sábanas tendidas, la camilla sin almas
y un tubo fluorescente parpadeando.
– 6 –
Este fragmento roto de vasija micénica
en cerámica de pigmentos ferrosos y geometría de los minerales
perteneció hace tres milenios a un ánfora
cocida por oxidación en la hoguera perenne de los herreros subterráneos.
Figura la miniatura meticulosa
de la voluptuosidad generosa de la carne
de sátiros alados perforándose deleitosamente los anos.
Han corrido las vísperas de la guerra esgrimida en el archipiélago.
Azotados por la peste y la hambruna
los pueblos navegantes de los mares han saqueado las ruinas
del esplendor marchito
de la Creta de antaño.
Este pedazo del jarrón cerámico
que comercializaron los fenicios en la costa norte del África,
que tu bisabuelo oficial británico adquirió a un mercader en Ismailía por pocas libras,
se rompió para siempre.
Y ahora niño malcriado pendejito que le diste de puntapiés al ánfora,
y ahora que has esparcido los añicos en el piso de la arcilla esmaltada,
no te preocupés, sólo que rompiste un objeto milenario de precio incalculable,
pero lo importante es que no te cortés,
andá a buscar el escobillón y la pala, querés,
juntá los pedacitos y envolvelos en un papel de diario con titulares de otras guerras,
de otras pestes más nuevas y otras hambrunas,
de ciudades que siguen destruyéndose
con la saciedad del fuego infinito que cociera la arcilla,
no sea cosa que te rebanes un dedo
y tengamos que salir en remís corriendo a la clínica.
– 7 –
Este cuerpo marchito en el que espero no llegará a ser viejo.
Esta lastimadura irá extendiéndose como una mariposa en los cerebros.
Sé que el dolor te parte, que se te están cayendo los pedazos del cielo.
Sé que guardás mis manos como un recién nacido entre tus manos,
que te aferrás devotamente a símbolos como a miles de corazones latiendo.
Sé que no somos nadie pese a la cara humana en el espejo:
miro la barba hirsuta, la simetría axial de linyera,
la torpeza del maquillaje disimulando la desfiguración de la cara,
la inmovilidad de su rostro como un llanto de piedra.
Y albergo una compasión infinita ante la contemplación de sus ojos.
Sé que me estoy muriendo y quedará el pichón llorando en el nido.
Sé que somos la cosa permanente:
la nube de color que puebla los sueños,
el maleficio de la pesadilla
y el silencio y el eco.
Sé que a la agitación de tus vigilias se suceden los miedos de la profundidad de la noche.
Sé que los días pasan embistiéndonos como descarrilamientos de trenes.
Del cáliz de tu flor de madreselva nace la maldición de mis andrajos,
la herida de mis dedos no palpará de nuevo la palpitación de tu boca,
ya no podré escaparme
de este cuerpo marchito en el que vivo,
de este cuerpo marchito en el que muero.
– 8 –
cuidado con las ágamas
que florecen
en las inmediaciones del agua
cuidado con sus hojas desdentadas
cuidado con el vuelo del ave que es tu jaula
cuidado con la eternidad de las lágrimas
cuidado con la soledad de los sueños y con la niebla de las madrugadas
cuidado que ya duerme el bebé en el cielo
cuidado con tu cara en el espejo
cuidado con el transcurso quieto del tiempo
cuidado con mirar adentro del pecho
cuidado con suturar el pasado
cuidado con la dentellada del miedo
cuidado con el museo de genitalia
cuidado con las ágamas
que florecen
en las inmediaciones del agua
– 9 –
en la casa del árbol
habita un mounstro
le tiro galletitas y él se come los mocos
desde atrás de sus veinticuatro filas de dientes
afloran sus eructos espantosos
me dice mi mamá que no lo mire
mi abuela reza cada vez que atraviesa en chanclas el patio
se santigua encomendándose al Hijo
y al Espíritu Santo
y el suspiro de su oración tremula como el rumor temblante del arroyo
hay un hombre pelado que atiende el kiosco que dijo que ese mounstro es un peligro
mientras nos expendía cigarrillos
y el carnicero en jefe ofreció su chaira y el filo de sus carcomidos cuchillos
y sus artes carnales de matarife cinturón negro del segundo cordón del conurbano
para descuatizarlo como para churrascos y así darle cristiano sacrificio y sepultarlo junto al cuerpo del Chicho
otros proponen que hay que encadenarlo bajo la férrea disciplina de nuestro yugo para explotar su fuerza de trabajo
o que tenemos que venderlo al mounstro y que nos forramos en guita
y el flaquito medio chiflado pobre que dice que es mi tío me dijo que llamemos a la NASA y que hay que hacerle una tomografía
en la casa del árbol
habita un mounstro
le tiro galletitas y él se come los mocos
Una carroña (traducción libre de un poema de Baudelaire)
Acordate, amor mío, de aquel coso que vimos
esa mañana dulce de verano:
un cadáver pudriéndose al costado del río
sobre el cauce sembrado de guijarros.
Con las piernas al aire, como una mujer lúbrica,
inflamado y chorreando secreciones,
abierto el vientre en forma socarrona e impúdica,
exhalando pestes y emanaciones.
Azotaba radiante, el sol, la carne infecta
como queriendo a punto cocinarla,
y devolver cien veces a la Naturaleza
aquellas partes que, años ha, juntara.
El cielo contemplaba los despojos soberbios
cual pétalos de flores desplegándose.
Y el aire era tan fétido, que sobre los helechos
creíste que estabas por desmayarte.
Las moscas circundaban el abdomen podrido
del que surgían negros batallones
de larvas, que brotaban como un espeso líquido
de los restos vivientes en jirones.
Se elevaba y se hundía como el oleaje manso,
o supurando humores crepitaba,
como si al ser inflado por un aliento vago
viviera aún y se multiplicara.
El mundo ejecutaba su extraña sinfonía:
soplos de brisa, el flujo de las aguas,
rítmicos movimientos del grano que se agita
al tamizarlo el peón en la zaranda.
Las formas se extinguieron, como un sueño se escurre,
como un bosquejo delineado apenas
sobre el lienzo inconcluso, que el artista concluye
con la memoria frágil que conserva.
Tras las rocas, mirándonos con ojos fulminantes,
nos vigilaba enorme un perro inquieto,
anhelando el momento de sosegar su hambre
y abalanzarse sobre el esqueleto.
Y habrá un día en que seas igual a esta inmundicia,
a esta basura horrible, a esta infección,
estrella de mis ojos, sol que alumbra mi vida,
vos, ángel mío de mi corazón.
Serás así, galante reina de la belleza,
al cabo del postrero sacramento,
cuando bajo las flores y la rústica hierba
te empieces a pudrir entre los huesos.
Así que, hermosa mía, recordale a las larvas
que vengan a roer tu cuerpo a besos,
que seguiré albergando la primordial sustancia
de mis seres queridos descompuestos.
esa mañana dulce de verano:
un cadáver pudriéndose al costado del río
sobre el cauce sembrado de guijarros.
Con las piernas al aire, como una mujer lúbrica,
inflamado y chorreando secreciones,
abierto el vientre en forma socarrona e impúdica,
exhalando pestes y emanaciones.
Azotaba radiante, el sol, la carne infecta
como queriendo a punto cocinarla,
y devolver cien veces a la Naturaleza
aquellas partes que, años ha, juntara.
El cielo contemplaba los despojos soberbios
cual pétalos de flores desplegándose.
Y el aire era tan fétido, que sobre los helechos
creíste que estabas por desmayarte.
Las moscas circundaban el abdomen podrido
del que surgían negros batallones
de larvas, que brotaban como un espeso líquido
de los restos vivientes en jirones.
Se elevaba y se hundía como el oleaje manso,
o supurando humores crepitaba,
como si al ser inflado por un aliento vago
viviera aún y se multiplicara.
El mundo ejecutaba su extraña sinfonía:
soplos de brisa, el flujo de las aguas,
rítmicos movimientos del grano que se agita
al tamizarlo el peón en la zaranda.
Las formas se extinguieron, como un sueño se escurre,
como un bosquejo delineado apenas
sobre el lienzo inconcluso, que el artista concluye
con la memoria frágil que conserva.
Tras las rocas, mirándonos con ojos fulminantes,
nos vigilaba enorme un perro inquieto,
anhelando el momento de sosegar su hambre
y abalanzarse sobre el esqueleto.
Y habrá un día en que seas igual a esta inmundicia,
a esta basura horrible, a esta infección,
estrella de mis ojos, sol que alumbra mi vida,
vos, ángel mío de mi corazón.
Serás así, galante reina de la belleza,
al cabo del postrero sacramento,
cuando bajo las flores y la rústica hierba
te empieces a pudrir entre los huesos.
Así que, hermosa mía, recordale a las larvas
que vengan a roer tu cuerpo a besos,
que seguiré albergando la primordial sustancia
de mis seres queridos descompuestos.
Falso contacto
– 0 –
Hoy el campéon del mundo se retira
con nostalgia en los ojos que miran a la distancia queriendo recobrar pasadas memorias.
Tantas fechas publicaron titulares los diarios
con las fotos impresas de mi padre con los puños ensangrentados en alto.
Como a un caballo muerto ya le han comido huecos los globos oculares los gusanos de mosca.
La gloria es la fragilidad de un espejo
que refleja una imagen imposible de asir.
Y en el germen del vidrio se cifra la promesa de romperse en pedazos,
de que habremos de enfrentar cabizbajos nuestro torso desnudo venido a menos.
Habrá un día en que lo pulido del vidrio seguirá reflejando los azulejos
mientras tu calavera se acueste en la madera de una caja.
El otoño se está cayendo al piso y el tiempo nos revienta como a burbujas
y esta tarde me duelen como huesos de un árbol deshojándose tus abrazos vacíos:
tanto quise acunarte entre mis manos y tanto te hice tajos con mi filo.
Te voy adelantando que las aspiraciones son una víbora
de cuya mordedura venenosa no vamos a poder recuperarnos.
Hay que aprender la lengua en que los monstruos se comunican.
He aquí las estadísticas:
de cada cinco niños hay cinco niños que se convertirán en cadáveres.
Me resigno al aroma nauseabundo de flores sobre el perfume dulce de los muertos.
– 1 –
En agosto una voz por el bilingüe pero antiguo teléfono de disco comunicó la muerte de mi abuelo.
Sentí nostalgia de sus manos ásperas, pero no hubo sorpresa ni otras palabras.
Hacía mucho tiempo desde el abrazo fuerte que habíamos sido.
El lunes me tomé un expreso al pueblo, con la intención de rescatar un álbum de fotos.
Fue el martes a la tarde que apareció en la puerta el "chino" Hermosilla,
un hombre que atesoraba memorias como si el transcurrir del tiempo le fuera ajeno.
El hábito de montar a caballo le había dibujado el rostro de líneas.
Con la gastada excusa del tabaco salimos al palenque a ver las estrellas.
Lamenté haber dejado el abrigo adentro porque estaba empezando a levantar fresco.
Hermosilla apagó un fósforo sacudiéndolo mientras seguía un cirro con la vista.
Va a estar fiero mañana dijo pitando y exhalando tiró el fósforo negro al piso.
Me enteré que a tu viejo lo fusilaron.
Tu abuelo me dejó sus manuscritos cifrados en una lengua de sangre.
Hacía mucho tiempo que nadie me miraba atrás de la cara,
que nadie revelaba aquel secreto de un corazón que me latía adentro
y de la incrustación de un pichón en llamas y del fuego y del ámbar.
Tu abuelo descubrió que no somos alguien sino permutaciones de símbolos.
Un rayo rubricó el cielo un instante, frágil y hermoso como el vuelo pausado de una polilla.
– 2 –
La pupila diminuta del fuego parpadea en la vela
como tu mano asiéndose a mis manos insiste en titilar en el pabilo.
En el aire de la azul medianoche flota fresco un perfume mustio de lirios.
Baby, nos arrancamos mutuamente las lenguas húmedas,
epidérmica extensión de las yemas, recorrido de lo convexo y lo cóncavo,
succión de la pelusa de un tentáculo de un capullo vedado de lepidóptero,
equitación de súcubos posesos sobre hipertrofiadas venas de mármol.
Pero el corazón de un pichón muriendo mancilla la blancura sedosa de los muslos.
Naciste y tus milimétricas uñas eran lo más chiquito del mundo.
Tu risa era mi risa y andabas con la bici por el patio.
Estampida de pájaros y silencio.
Ramo de rosas blancas para el entierro de una nena muerta.
En el líquido amniótico de tu vientre se constituyó mi cráneo infantil.
Fecundaste de primaveras el día.
Y ahora la también muerta, la rosa blanca, se despetala sobre la madera del féretro.
Horror angelical de los sepulcros y virgen de rodillas.
No me animo a mirar tus ojos líquidos por temor a despertar al bebé dormido.
Pero el acaso ave Archaeopteryx yacía exánime
sobre la hoja de muérdago cincelada sobre la sepultura de mármol.
Donde otrora se alzaran las irisadas vetas del plumaje
y en el sol donde antaño se erigiera la blancura del ala
se emplazaban ahora solamente desnudas protuberancias de piel de pollo.
Seguís andando en bici por el interior de mi llanto
y me aferro como a un amuleto al miedo de pronunciar tu nombre en el silencio.
– 3 (Invasión extraterrestre) –
Holográficos tridimensionales cromados obelíscos'de
tatuado urbano cielo.
Dormido metálico animal'de respiración.
Piramidales mutantes esféricas resplandecientes órbes'de
latido como corazón en el cielo.
Centrifugación y regurgitación de serpiente omnisciente madre.
Firmamento de espeluznante eléctrico de anaranjado xántico.
Crustáceo'de jéta'la báculo'con deidádes'de desove.
Digestivos tráctos'de exposición negro espérma'de viscosidad
tentáculos inflorescencia uvular.
Solemnidad hierática invasores extraterréstres'de
transmutación de millones de ojos en tiempo,
biología y mutilación de órganos de bueyes.
Cápsulas traslúcidas embriones de azul resplandeciente aparentemente de hemípteros.
Sincopado tránsito vehículos'de orbitando y acelerando
en direcciones ortogonales a las geodésicas.
Esclavitud de multitudes en caldo primigenio,
estridencia silencio sirena en advertencia de catástrofe.
Horror y lágrimas de hileras encadenadas
desnutrición'de lastimaduras vivientes'como.
Vislumbra por el arcano cuenca del Naga
desde los confines interdimensionales galácticos.
Zoológico de la suspensión de la eternidad.
– 4 –
Lo llamaban el Ancho como al ancho de espadas:
era un apóstol guacho de delicadas páginas de evangelio y encuadernación nácar,
y era cuatro jinetes apocalípticos de una mano de baraja mal dada.
Si hacíamos silencio se escuchaba pulsar su sangre en el aula.
Le decían el Ancho y en la jeta tenía rubricada la sutura-relámpago de un rebencazo.
En el recreo a veces descuartizaba muñecos articulados
o cagaba a gorriones a cascotazos.
Era hablante nativo del silencio
y se sonaba los mocos con la mano.
Me parece que se llamaba Lucas o Marcos.
Juraban que al contacto de su mano se multiplicaban las galletitas.
Se jactaba de haber memorizado el arduo decálogo de la tabla del siete.
La señorita Weimler nos dictaba el procedimiento que rige el cómputo de los denominadores
(a falta del algoritmo de Euclides):
los factores comunes y no comunes, y de los comunes el mínimo,
y él preguntó si no sería por eso que se alineaban
los trenes en Retiro cada veinticuatro minutos.
Una vez faltó una semana entera
porque se había ido al cielo el hermano.
Diez, once, años y el Ancho
conocía la ausencia que adviene con la noche,
y el olor al estancamiento de los renacuajos del agua,
y el rito de los mates como sucedáneo del tiempo.
Dominaba el arte de la contemplación del aparente errar de las estrellas,
de la flor y el envite,
de la lenta humectación de la yerba,
y de la sustracción de números fraccionarios.
Una vez sola hablamos:
dijo que gustaba de la Corina
y que mis papás eran re millonarios.
Otra vez en el charco junto a los mingitorios vi cómo acariciaba con la lengua
el codiciado filo de una navaja.
Nunca volví a tener noticias del Ancho,
pero es probable que haya corrido la misma amarga
suerte que sus hermanos,
este nuestro miserable destino de ser sotas de bastos:
puertas descascaradas que no pueden abrirse sin empujarlas.
A veces, y se me humedecen los ojos,
aguzo las orejas recostándome, y parece, contra el piso de barro,
que escucho todavía su latido de paredes temblando.
– 5 –
Viendo Febo bañarse a la impúdica Afrodita
a orillas de las aguas plateadas del Riachuelo,
desabotona el áureo botón que lo limita,
la mira ungirse aceites en su ondulado pelo.
La descubierta Venus cubriéndose lo invita
vacilante al enigma del temblor y el anhelo:
se estremecen los dedos, los alientos se agitan,
las pieles se transforman en incendios y en hielo.
Y así como cayeran Ícaro con sus plumas
por la hibris de arrimarse demasiado a tu ardor,
así, Apolo, deseando rendir ante tu amor
a la diosa dorada nacida de la espuma,
tu chamuscada antorcha vacila de repente
y el asta derrumbándose va a dar en el poniente.
– 6 –
Hay árboles que duran más allá del nacimiento y la muerte
de las aparentemente irreversibles revoluciones.
Hemos decapitado a la mariposa monarca
pero los estados diversos de la maduración de la planta
se suceden en el desfile cíclico de la precesión de equinoccios:
semilla, brote, tallo, capullo, estambre, pulpa, lapso-maduración del fruto,
carozo putrefacto y otra vez semilla en el humus.
Los capullos sedosos de la oriental crinalis se han abierto como el despertar al sol de los párpados,
la flexibilidad del nectario ha cedido a la espiritrompa de los averjos.
¿Tiene sentido la edificación minuciosa de nuestra fortaleza de mecanismos
cuando se vislumbra el desmoronamiento del cielo?
Hay palabras que duran más allá del efímero vuelo del lepidóptero:
desove, ninfa, larva, cresa, pupa, capullo,
vuelo nupcial, danza de apareamiento, canibalismo y rito del desove.
Nos han amenazado con la humillación pública, y el lapidamiento, y la horca:
mi imagen es el puño que arremete el espejo
y también los pedacitos de espejo como ocelos
que reflejan tu imagen desfigurada en fractura de ángulos.
Fecundación del óvulo, cigoto, fase embrionaria, feto,
y otra vez el revestimiento uterino y el espermatozoide en el óvulo.
Mi bisabuela qolla supo cargar la Puna entera en la espalda:
elementos de geometría del aguayo
y ascenso bajo el rayo del mediodía mascando hojas de planta
hacia el silencio íntimo de montaña.
Acordate de que te estás muriendo,
como también se mueren las estrellas y han de morir un día las galaxias:
tu vela consumida se está apagando.
Acordate de que vemos el universo
como aquel que no comprende las letras y ve manchas amorfas en las páginas.
– 7 –
Dicen (pero más sabe el dionisíaco
arcángel que describe el esotérico
Lemegeton) que a un geómetra, Adalbérico
de Hartwich, bajo el signo del Zodíaco
del León, le reveló su demoníaco
teorema un ojo primordial y esférico.
Cuarenta soles persiguió el numérico
secreto tras la sal del amoníaco:
y, cuando al fin halló la rigurosa
demostración de que ninguna cosa
constituye evidencia irrefutable,
comprendió lo fatal de aquella empresa:
no hay verdad que no sea inalcanzable
ni hay esperanza alguna de certeza.
– 8 –
Hace un rato yo era el agua sucia de un balde
y me usabas para escurrir el piso con el trapo.
Hace un rato florecen los falos de los sátiros en mi cáliz menstrual.
Vuelvo a ser la silla de ruedas de la hemipléjica
que impregna de óxido la transpiración de tus palmas.
Vuelvo a ser esa sombra encapuchada que se arrodilla
sobre el filo de las escamas calcáreas de conchas trituradas de caracol.
Vuelvo a ser los filamentos de sangre que ruedan enhebrándose por las tibias.
Hace un rato vi en mi cara el abismo de la pupila negra,
como el agujero negro sobre el que orbitan todos los cuerpos de la galaxia,
de la meditación eterna del elefante que es el universo y el tiempo.
Me agarro de tu mano, me agarro fuerte,
sé que es la última vez, sé que no queda
más que soltar los días.
Sé que hemos sido apenas el parpadeo de alas escamosas de polillas a contraluz.
Hay que dejar caer al fondo del agua las piedras que aferramos con el corazón hecho un puño.
El tránsito incesante de la corriente va a arrastrar los andrajos
de mi cuerpo violeta descomponiéndose.
Y otra vez mis pedazos se aunarán al torrente de la vida.
– 9 –
Adónde va el Nenuco, las zapatillas rotas,
el ánima en jirones, el nudo en el estómago,
los sueños destrozados esféricos de vidrio impactando el piso.
Adónde van los sueños del Nenuco,
el terror de la multiplicación de las caras
y el espejo en penumbra,
la niebla frente al abismo de la memoria,
el índice parsimonioso de qué ángel impera su arrodillación anegada,
su precipitación desde los cielos,
el horizonte mamarracheado con el descontrol de la motricidad sísmica
y la punta desguasada del lápiz que rasga el velo córnea del celeste,
la ausencia de alas,
y el duelo, y el delirio, y la presencia
simbólica ancestral de tu fantasma.
¿Adónde fuera que se fue el Nenuco
buscando una quietud
en la centrifugación del bastión del tiempo?
Pero los silencios están enfermos, Nenuco, no se puede
redirmirse del rigor calcinante del sol en el desierto
sin dejar a tu espalda los cadáveres
de los que han de alimentarse los ciegos.
Adónde te habrás ido, Nenuco mío,
los ojos quietos, planeación susurrante del murciélago atroz del aire,
clausura de las tumbas,
y aterrización como hambruna
sobre poblados lánguidos como osamentas de perro.
Expunctiones chrysalidæ
– 0: Último poema que escribo –
Nos vemos al espejo, pero siempre cuidando de ponernos la máscara.
Sería insoportable encandilarse frente a la corrupción del propio rostro.
Sería insoportable verse a los ojos y descubrir que somos el enemigo.
Me acuna la canción del simulacro:
sería imposible dormir tranquilo si canta a medianoche su incesante verdad el pajarraco.
Se recomienda siempre hacer de cuenta que no hay alguien helándose.
Las naranjas se pudren en los naranjos y enjaulamos a los muertos de hambre.
Admitamos que sería más útil arrojar tu cadáver a los buitres
que la ficción de que servís para algo permutando letras en la pantalla.
El pueblo debería alzar los puños y ponernos revólveres en las sienes
a los hijos de puta que dormimos en camas con almohadas.
Esa sería la única justicia.
Pero habrá que vivir con la hipocresía del derecho a brindar con vino espumante
sobre la alfombra roja de la sangre todavía caliente de los cuerpos.
– 1 –
Rompe contra los monstruos de piedra-madre tu garganta-oleaje.
Anda en la playa sola de mi suicidio-corazón tu bicicleta.
Quise acunar tu nombre entre mis dedos como a un sol-noviembre.
Mutilaste pedazos de tu cuerpo para darme las partes que me faltaban.
Toleraste las laceraciones del hielo para darme el abrigo de tu cuerpo.
El hambre te consumió-redujo a pellejo para darme alimento.
Y si fuiste lo que más quise en el mundo:
¿por qué me encierro voluntariamente en un frío de cuevas y de silencios?
Sigo trazando mis laberintos-multiplicaciones en las hojas-paredes de los árboles.
Todo el mundo en la calle repite persignándose nuestros nombres.
Me sigo preguntando si estoy loco:
si el conejo mecánico me mastica en la urgente medianoche.
Pero sé que mis huesos te esperan en lo helado de la tierra
con la delicadeza de la estampilla japonesa de una crisálida.
Cuando el ave desova presiente que morirá antes que el retoño.
Los afluentes de mis capilares reflejan lo celeste de tus uranos.
Descendemos a lo tupido del bosque donde impera el chillido polirrítmico de los pajátos.
Remontamos el tiempo como se hunde la linterna-batiscafo en el agua.
Brillás como un mojón de madrugada en esta noche eterna que tengo adentro.
Somos solamente peones en el ajedrez de alguien sin cara.
– 2 –
Por sorpresa desembarcaron con las carabinas en casa los que mordían.
Como las fantasmales conjugaciones de los verbos me encapucharon.
Transmutados en toros blancos los dioses arrancaron en un rapto mi sexo.
Inerme alcé mis manos como en aquel cuadro de Goya.
Mis guardiacárceles jugaban a la pelota con la cabeza descosida de una criatura.
Así se cimienta sobre esqueletos de subversivos la capital del mundo:
hormiguero de túneles de detritus, decadencia y miseria,
usina financiada por la industria de aviones de la muerte
y caballos de fuerza de trabajo de pueblos esclavizados como bueyes.
Y ante los odios, y ante el simulacro, y ante las balas,
y ante los teatros, y ante la desfiguración de la historia,
y ante el pico sangrante de palomas amorfas a golpe de cascote,
despierta, sin embargo, como una telaraña de angelicales filamentos áureos,
en una cuna, la sonrisa del hijo,
y la apertura torpe de su mano es el latido más diminuto posible.
– 3 –
En estos días de intimar con la sombra
sueño que soy nuestras consciencias al mismo tiempo,
se yergue como torres de exponenciales la fobia de la recursión elemental
y ejércitos febriles de álguienes mitológicos flagelan mis esternebras
recubiertas de piel traslúcida saponificada de momia.
La vez que nos caímos fui consciente de que todo se cae al piso:
de que los días corren como granos de arena por la garganta de los tiempos,
de que ya hay barro sobre nuestros párpados
y de que los abrazos que nos daremos pueden enumerarse con los dedos.
Sin embargo me seguiré entregando al vórtice de penas que me arrastra,
seguiré persiguiendo el horizonte vacío con ansias de desenterrar el pasado,
buscando profanar la sepultura de las aves que fueron mis días felices.
Cabalgaré en el arduo mediodía para cumplir con mi palabra.
Sé que nadie cuestiona la eternidad de los ángeles
ni la necesidad negra de exterminarte.
¿Pero hay alguna manera correcta de encaramarse al árbol?
Voy a seguir tratando de configurar mi identidad a través de etiquetas transitorias,
de medallas que encarnan el aval de personas que no veremos nunca,
de la consecución de llaves que no abren puertas,
de la experiencia cinematográfica de navegar las costas de la terra mirabilis
(como el que busca un color fuera de sus ojos).
No obstante la mentira de hay algo que dura, de que no va a terminarse la vida,
vas a estar destruyéndote
y mis manos querrán en cambio aferrar las nubes en lugar de darle abrigo a tus manos.
Tantas noches de garras de niebla carcomiéndote inmóvil boca arriba mirando el cielorraso,
tanto contener lágrimas y apretar la garganta y hacer del corazón un puño de hierro,
y de pronto una fuerza luminosa ha prendido como una flor en tu adentro.
Y abajo me desangro.
– 4 –
¿Cómo hacer la poesía de la calle?
Una semilla se convirtió en árbol que produjo manzanas con semillas.
Pero no hay un recuerdo que permanezca más allá de la herrumbre de la memoria.
Ni siquiera es certero que se establezca nuestra costumbre de la primavera:
no hay algo que separe tu cara fría de la promesa de la losa muerta
ni hay un número mágico que pueda devolverte desde la tierra.
Quizás el horizonte verdadero se encontraba en el cuenco de tus manos que no abrigué.
Quizá el megalosaurio radiactivo derrumbó el rascacielos con el descontrol de su rayo láser.
Sabés que la poesía está en el arte de meter un escupitajo en el plato,
de la delicadeza de una rosa prendida del esfínter de un caballo.
Como en la fragua Hefesto agarra a mazazos las incandescentes espadas,
así hay que arremeter nuestros principios hasta hacerlos esquirlas.
Cabalgan los soldados flameando sus estandartes marciales.
Puedo encontrar refugio en el hecho de que sus ametralladoras resuenan como carcajadas de pájaros.
Tu recuerdo es incómodo como un grano de pimienta en el ano.
Después de la sequía van a brotar de nuevo como de un manantial tus palabras.
Siempre haciendo de cuenta que el corazón es duro
pero llega la noche y te rompés como un vidrio en mil pedacitos.
– 5 –
Acuden, ante el himno del pífano a Cibeles,
a sus flautas las náyades: tensa un fauno su lira
y, la concha caliente, contempla Deyanira
la espalda del fornido centauro que alza mieles.
Y al libar Neso el cáliz que en su fruto reposa,
y al rasgar el ebúrneo velo del frágil higo,
salpican de lechoso néctar el casto ombligo
los equinos tremores de la verga leñosa.
Del carro de Selene tiran bueyes sombríos
pero no se han teñido los peplos de escarlata.
Invoca, la que fuera prometida del río,
a Ilitía que embrida y se lleva al potro entonces,
y embistiendo la lanza que la vida arrebata
deja un charco de sangre vertida por el bronce.
– 6 –
Luna, tu círculo resplandeciente y el-fil crepuscular de tu creciente
vuelve a encender un lento simulacro:
se iluminan senderos como metrópolis de las terminales nerviosas,
las nervaduras arden y se dibujan en la epidermis-pétalo del cuello
al tacto de tus huellas digitales sensibles como rebanadas de fósforo.
Seguimos entregándonos al rito
de que todos los álguienes solían amarse tanto como nos amamos,
y a fornicar como estroboscópicas moscas nuestro mecánico pero degenerado martillo,
abanico danzante de los múltiples sensuales brazos y piernas
como tejen los devas ungidos con oleaginoso rocío dirigiendo al zenit los ojos en blanco,
desorbitados.
Pero el pueblo que grita desgarrándose los músculos vocales
procede a serrucharse los metatarsos.
El olor de la pólvora prendida es nuestro sándalo.
Nos han acorralado como a gallos.
Hay una lastimadura en la noche: el hueco de la luna no cicatriza,
y las plegarias siguen multiplicándose
mientras llueven cadáveres de elefante.
– 7 –
Mientras tus manos podan con destreza
la geometría exacta del helecho,
me brotan los tubérculos del pecho
y enreda mi cadáver la maleza.
Mientras vuelve tus planes satisfechos
la metódica orquesta de tus piezas,
la lluvia va empapando de tristeza
mis comodines de cartón maltrecho.
Ya intenté resguardar celosamente
la planificación de los cimientos,
la construcción fugaz de nuestra historia.
Hoy me queda el consuelo del presente:
de rendirme a escuchar que sopla el viento
borrando la esperanza y la memoria.
– 8 –
Hay ideas que nunca pensó nadie.
Y hay ideas tan largas
que no habrán de caber en una mente que aspire a contemplarlas.
Pero existe una tira más bien corta de símbolos
que haría que te tires a llorar en el piso.
¿Es reducible la naturaleza a su descripción simbólica en dígitos?
Si el sentido preciso de las palabras
lo dan proposiciones sobre las cualidades de la experiencia,
¿qué denota un verbo en tiempo futuro?
No sería lógicamente posible concebir un instante en el que estoy muerto.
Lamento no saber cómo entrenarme para cuando desaparezcan los sentidos.
Y si mi identidad no está en la imagen,
voy a ser aquello que permanezca cuando se desvanezcan las imágenes,
voy a ser aquello que permanezca cuando se desvanezcan los sonidos,
cuando se desvanezca el pensamiento,
cuando se desvanezca la memoria.
Voy a ser lo que quede cuando no quede nada:
soy la conciencia atrás de las conciencias.
Somos todos la atención trascendente al ilusorio transcurrir del tiempo.
– 9: Los monos fantasma –
La mensa está tendida y el generoso púrpura vierte la mano en el cristal del cáliz.
Simios encarcelados tras la clave de fortificaciones laberínticas
ríen a carcajadas mientras mascan pedacitos gomosos adobados de muerte.
Puertas afuera rondan en ciclópeas ultraterrenales motocicletas
máscaras antigás con escopetas del ejército oscuro de monos centinela
prestos a silenciar las letanías de los monos fantasma acribillándolos.
Desconsuelo de ancestros espectrales y plañidos de mono:
¿de qué sirve llorar sobre el desierto
si la sal de mis lágrimas no logrará fertilizar la arena?
La muerte es un camino entre los caminos.
La flor que crece sola entre las piedras es una cosa más entre las cosas.
El cielo se ha rajado y atrás del aire azul nos desnuda el viento.
Embisto con un grito desgarrado
como las olas rompen en las playas,
como un mono rompiendo un cráneo con una maza,
el delicado espejo de mi garganta.
Sabés que fue difícil pero fuimos felices a pesar de las balas,
a pesar del incesante pájaro blanco que acudió a pernoctar en nuestra ventana.
No tengo corazones para darte: puedo entregarte solamente mierda.
Pero arranco de cuajo la angustia entera que se arraiga en la soledad del vientre,
arrojo los despojos de mi carne a tus hambrientas fauces de acantilado
y te vomito estiércol en las manos
para que, en una de esas, agarres y florezcas.
La mariposa china en el cielo muerto
– 0 –
Un año más, y el rito cotidiano
de mirar nuestra cara en el espejo
vuelve a quedar en el pasado, lejos,
como el río rozándonos las manos.
Lo constante es que cambia tu reflejo:
mutamos como mutan los gusanos.
Sólo nos quedan estos días vanos
y la costumbre de volvernos viejos.
Somos como el agave, cuyo empeño
por florecer abriga la ignorancia
de que la flor se llevará su vida.
Somos la vaga evocación de un sueño
cuya inasible, efímera, sustancia
es la memoria de lo que se olvida.
– 1: Axioma y absurdo –
La ceguera en los ojos de madre-luna única nos sigue cincelando:
madre puede hacer magia con las palabras,
su maternal abrazo la piedra nos convoca,
nos abarca el creciente ovulatorio de su añil nada nueva.
La nana acuna delicadamente el andar paulatino de nuestras pústulas.
La vana búsqueda de trascendencia, la pretensión de nuestras identidades
se revelan a la reverberante muchedumbre simbiótica de los gorgojos ciegos
como la reiteración de un mantra-juego infantil.
La insignia de afirmar rupturas violentas
queda desnuda ante otra vez los ojos:
y arrancada de los bulbos raquídeos
la piamadre
se convierte en el diluvio-con-fuerza de llantos ancestrales.
Las agujas nos pinchan la garganta:
ya desteñidiblancas nuestras felicidades
vuélvense lo sangriento de nuestras ruinas.
El parquet levantado por el anegamiento del desagüe
ya se ha vuelto a secar y el sedimento malamente ha estropeado la madera de roble.
El sarro contornea manchas amorfas de corolas dentadas ondulantes.
Como una bestia la naturaleza ha vuelto a disipar el artificio:
se ha inmiscuido en nuestro simulacro del insostenible progreso.
El piso nos devuelve las pisadas con la mirada gacha
de quien ha presenciado su propio entierro.
Y en un rincón-cadáver del diablicuarto muerto
junto a los banderines de Vélez Sarsfield y abajo del rosario
cuelgan con ominosa decadencia los racimos-cascada de tus ojos abiertos.
A vos, que no supiste, que fallaste, que te rompiste sobre los fracasos,
que no te diste cuenta de lo que habías hecho,
de cómo amordazaste lo que nunca se nombra
y arrojaste al silencio mis últimas palabras,
me arrebataste el cielo de las manos
y cubriste de sombra cada naciente pétalo maltrecho
que estaba floreciéndome en el pecho:
sé que va a llevar tiempo erigir monumentos sobre las ruinas,
subsanar las heridas abiertas como ríos a quirúrgico filo de caballo.
Sé que será imposible pronunciar todavía lo que está tácito.
No hace falta que escondas lo que ya es evidente.
Ya tuve tantos rostros, tantos disfraces, que no cabe otra cara en el espejo.
Sé que va a llevar tiempo, pero puedo intentarlo:
te voy a dar mi verdadera cara,
voy a tejer mi historia con la tuya, que tu infancia se convierta en mi infancia,
voy a acabar de lleno mi energía en la consecución minuciosa de los detalles.
Tantos años pasaron y no doy todavía con el funcionamiento de las palabras
pero, hoy, de las infinitas actividades, elijo la de estar acá al lado tuyo.
– 2 –
Llegará, hermana mía, como es inevitable el sol, probablemente,
hermana que cabalgamos llanuras detenidas más antiguas que todos los horizontes,
la primera mañana de todas las mañanas en la que el otro falte.
Entremos a acordarnos de que somos los demasiado pocos que nos quedan de los no tantos días de nuestras vidas.
Ha de haber una consecución de plegarias en las que uno esté vivo y el otro pudriéndose.
¿Habrás de agonizar más lentamente que el andar de la víbora emplumada por las constelaciones?
¿O habrá de arrebatarme como al cardo el hocico del lobo que ha de juzgarme?
¿Cómo serán las manos del que calibre la balanza en la que pesarán nuestros órganos?
¿Qué seremos más que la radiación cósmica?
¿Éramos antes?
Alguien cortará flores para vestir los muertos mientras tomamos mate sobre las tumbas.
Me postro de rodillas ante el borroso enigma de los sueños:
pilares erigidos de la misma materia que la incólume noche.
Algo viene de donde la tiniebla circuncida los ritos
y el fulgor de un relámpago nos arranca de la nada a la vida.
La alfombra carcomida y un perfume penetrante de muerte.
Se configura materializándose la humareda de aquello que no ha nacido,
el ocaso se posa a horcajadas sobre mis muslos.
Ya la vida se dobla como caminos.
Ya el negro de los nimbos es una arremolinada pesadilla.
Ya se disipa el humo.
Ya ronda el mago entre la dentellada de las bestias.
Ya se repiten todos los sufrimientos.
Ya las sacerdotisas de la lógica establecen la buena fundación de sus órdenes.
Ya los rayos del sol despliegan mil abanicos que se ramifican en aperturas.
Ya el punto ciego imparte con su látigo los duelos.
Ya en su vuelo cruzan los pájaros los puentes de los asnos.
Ya graban en el cielo la proposición quinta del libro primero.
Y todo es rectitud,
y todo es caos,
y todo es una rauda pincelada de vórtices.
Y en el cortejo fúnebre se calla
mi corazón que sigue volviéndose negrura.
– 3: Descomposición de los cuerpos –
Soy tuerto.
Cuando tenía siete
irme de las palabras me costó el ojo izquierdo.
El cinturón de padre casi me deja ciego.
¿Dónde habrá ido a parar el ojo que me extrajeron?
¿Junto a cuáles residuos patogénicos se habrá podrido?
¿Las fauces de qué lobos se habrán alimentado de mi humor vítreo?
Busco en la zanja caras de los próceres
y cruces recrucetadas de cobre.
Tengo hambre.
Sacrifiqué a mi hermano bebé para comérmelo.
La sombra de tu sol que me posee
ya me hace balbucear en una lengua polinésica.
Junto plumas sanguinolentas coagulándose del ave Roc.
Mi cuerpo se fragmenta:
me afano a golpes sobre mi propia cara violentamente con un martillo.
Cerceno en rebanadas pedazos de mi cuerpo.
Mis suertes están echadas:
me lanzo como lanzando dados de hueso
cabeza abajo al pavimento.
– 4: La semidesnuda –
Semidesnudas vos y yo en esta pieza,
descalzas entre el frío de las baldosas,
lavándosnós los dientes y en bombacha.
¿Ud., cómo llegaste, no será acaso
otra vez a encontrarme la Dra. Dilanzio?
Me corté con los bordes filosos de un poema que recitábamos.
La maldita Dra. que la Dilanzio, que otra vez fuiste Sonia: la que Dra.,
la Dilanzio que pariste a tu madre,
la Dra. carajo ¿cómo fue que viniste? ¿cómo que puta?
¿Cómo me reencontraste?
¿Cómo fue que Dra. te sacaste la máscara?
¿Sos acaso Dra. la madrastra postiza de la Dr. Dilanzio?
Bajo la vela tenue, como un súcubo,
de proporciones áureas e iluminada por los polvos áureos:
te adoré como a un querubín macabro
galopando a caballo sobre mi cara.
La Dra. Dra. que la Dilanzio, la a secas la Dilanzio,
la Dilanzio Dra. que la urgente Dilanzio:
un día fuimos álguienes, Dra., pero se han desplomado las cortinas,
se disipó la niebla, ya no nos conocemos,
ya no nos hemos conocido nunca,
ya hemos vuelto a ser nadies que no se cruzan.
Dra., ¿no es acaso Ud. Dra. la Dra. de sombra que no es acaso sombra
la Dilanzio de luces que no es las luces, la Dilanzio de luz que no es Dilanzio,
la Dra. de miedo no es acaso Dra. la Dra. que no es acaso el hambre,
la Dilanzio de proyección etérea portal del hipercubo en tu fantasma?
Pero como centauro me siguen acosando los ruidos del disparo:
amanezco soñando que matan a tu padre.
¿Será acaso Dra. de figura quirúrgica que cercena los órganos?
¿Hay Dra. Dilanzio Dra. acaso algo que sea acaso Ud. Dra.?
Sé que en tu desconsuelo te aferrabas a lo que subrayé antes de morirme.
Pero en este paraje desolado de los caballos muertos
y esternones como troncos raquíticos
todavía hay el canto de un ave que florece.
– 5 –
Todos los días el reloj da la hora de tu muerte.
El lógico intuicionista se pegó un tiro
para tener una demostración constructiva.
Pero los muertos que dejamos han venido a buscarnos.
¿Cuál es el horizonte más lejano del mundo?
¿Cómo se pueden aflojar los nudos que me aprietan?
Compartimos tantos ratos insípidos,
tantos ramos de flores de lavanda tan viejos,
que adquirieron su perfume de nada.
Disfrazados como Papá Noeles siniestros,
¿vienen a aprisionarme los recuerdos en sendas bolsas de basura?
¿Cuántas palabras vanas van a salir del pulso que me tiembla
antes de que aparezca la lechuza a buscarnos?
Hubo un día en que ya no hablaba nadie y todos se afanaban sobre las máquinas.
No hay cómo detener el sufrimiento salvo matarse.
Y el gusano se abraza sin embargo a los pocos momentos que le quedan de vida.
– 6 –
Adentro de esta casa resonaron las risas de amigos y de hermanos:
alguien quemó un mantel con un cigarro,
alguien manchó la alfombra con pisadas de barro,
alguien puso la mesa, rompió un plato,
alguien derramó el vino de los vasos.
Adentro de esta casa se metió un polvoriento trapezoide de sol por la ventana,
alguien puso la pava para cebarse mates a la mañana,
alguien se desnudó para ducharse y revoleó las medias en una silla.
Una vez esta casa oyó los alaridos nauseabundos del diablo
y hubo bebés de fuego con los ojos en blanco poseídos llorando.
Una vez dibujamos tu sigilo macabro con los dedos de hueso sobre un vidrio empañado.
Una vez hubo ruido de los pasos de los chivos-basilisco satánicos subiendo la escalera,
y una vuelta de llave de la muerte con los fémures y el abrigo mojado.
Ahora me encuentro solo visitando la casa venida a menos
y hojeo el álbum de fotos de mis hermanos y nuestro pacto con satanás.
– 7: El horizonte inalcanzable –
Somos tablas de arcilla sobre las que un escriba acuña los días
hasta que volvamos a ser arcilla.
Somos copias carbónicas de las copias carbónicas de cintas ancestrales
destinadas al deterioro y la ausencia.
Pero cuando se desaten al final de los días los estruendos del rayo
y el ígneo corazón irrumpa en vómitos de la piedra volcánica,
y el dedo de los dioses rasgue la tela del espaciotiempo:
¿seguirás sosteniendo tu postura de que es posible atribuirle significado
a lo que no es polinomialmente verificable?
Ya han quedado tan lejos que no podemos emprender la vuelta
a aquellas costas de las que zarpamos:
nuestra casa no volverá a ser nunca más que un punto diminuto en el mapa.
Hoy comienza otra etapa: hoy dejás de sostener las columnas
que cargaste en la cervical como una cariátide.
Acaso se desplome el mausoleo
y se extingan las brasas que tan celosamente conservabas.
Hoy te empezás a convertir en madre
y hay que acunar el simio entre los brazos.
Aquello que pensaste que era la esencia de tu vida
mermó como las fulguraciones del agua.
Tus memorias pasadas son esa persistencia
indeleble del sol en la retina.
– 8 –
El sol imprime en los atrios con luces matiz granada
la liturgia de las laudes que anuncian las campanadas.
En una intimidad del antepatio se escuchan relinchar los bichofeos:
la vida se me hace callo de tanto que la golpeo.
Una de las esclavas de mi madre dicen que era haragana,
mamá dice que es mala,
sabe fregar la ropa la muy tacaña
en lo turbio de un arroyo de un campo.
Bajo un arco carpanel, recortada por las gárgolas
queda una torcaza muerta. Y, cobijado en sus alas,
el pichón de pelo hirsuto y alas de plumitas blancas
esperando por su madre a despertarse la llama.
Vamos a ir fabricando de {ardor al orinar} el universo:
Alegan que una vuelta se fue al pasto:
dejó de su patrón la frágil beba en el jardín dormida
se fue a tender al sol las polichinelas.
Y a la beba desnuda se lo comieron toda las hormigas.
Me recosté en el traumatismo en el cráneo:
y la extensión narigular de mi cuerpo
se convirtió en la cúpula circular
bajo la cual cuchicheaba un concilio de mantis.
No vi una cosa más hermosa y triste que la sonrisa que me dirigías
la noche interminable que te fuiste y me juraste que regresarías.
No temás equivocarte porque es humano pifiar:
propio del grande es fallar sin por eso estar en falta.
Que hasta a la acacia más alta se sube el tero a cagar.
Me sigue salpicando el culo el ruido de guijarro de tu nombre.
Probablemente ya no es un recuerdo
sino que es un recuerdo de un recuerdo.
No se pueden cuidar todas las flores:
hay flores que tendremos que dejar que fallezcan.
Y el corazón parece que floreciera
como ese perro que toreaba a la luna
y tuvimos que dejar que muriera.
Te vuelvo a ver después de tantos años,
y estás tan hecho mierda,
y entonces me doy cuenta de que vas a morirte:
¿cuál de estas manos escaldadas por las aguas hirvientes
sostendrá el aleteo de tu intestino?
– 9 –
La cantidad de estados de la mente
es, aunque vasta, una noción finita:
es decir que habrá un ciclo que repita
los estados mentales precedentes.
Y, si no hay atributo que permita
distinguir dos instantes diferentes,
volverá en el futuro este presente
que el paso de los días regurgita.
La concepción del tiempo es ilusoria:
la crisálida en larva se convierte,
el olvido precede a la memoria,
la mustia flor se torna florecida,
y es tan inevitable nuestra muerte
como es inevitable nuestra vida.
La cosa que no era
– 0 Canción de cuna para una nena de telaraña –
La niña de telaraña
un día se despertó
sobre una cuna de asfalto
y un plato de se acabó.
La niña de telaraña
un día se fue a dormir,
soñó con un arcoíris
y con flores de jazmín.
La niña de telaraña
un día se despertó
al desamparo del cielo
y al abrigo del dolor.
La niña de telaraña
un día se fue a dormir,
soñó todas las estrellas
y los árboles de abril.
La niña de telaraña
un día se despertó
en una ciudad con hambre
y un mundo sin corazón.
Duerme pequeño bebé
que tu madre ya está muerta.
Tus tiernos brazos nacidos
no pudieron sostenerla.
Duerme pequeño bebé
que este cielo son tus sábanas.
Que hoy no hay calor ni comida,
y habrá hambre y frío mañana.
Duerme pequeño bebé,
que brilla la luna negra,
que tu vida son los ríos
y tu cuna las estrellas.
La niña de telaraña
un día se fue a dormir
y no quiso despertarse
para dejar de vivir.
– 1 Ojos que ya no tengo –
Llénense las tinieblas de cáncer.
Ave que renaces de tus cenizas:
llévame hacia el pasaje, la abadía y la espada.
Si todo aquello que creí haber sido
está dejando de permanecer.
Ave que me conduces a la muerte:
la envergadura de tu lomo emplumado
es la mano de fierro que me aferra y me suelta.
Planeamos por los bordes fractales de la arena de la memoria.
El ojo de la mente va iluminando los complejos accidentes de un atlas.
Descenso plácido sobre tus alas.
Vista panorámica que me ofrece.
Ya no hay características inherentes a mí.
Acampo en la planicie sembrada de mi propia mandrágora.
Ya soy todas las conchas.
Voy comprendiendo al fin que mis manos no me pertenecieron.
Las memorias se despojan al final de sus máscaras.
Los recuerdos desnudos se revelan como figuraciones ilusorias.
Las formas y siluetas se desvanecen
como al asir el éter en los sueños.
El pájaro me deposita en la noche y se va volando.
Quedo en la soledad de la negrura
derramando mis desconsuelos en lágrimas.
Ya ni siquiera queda ese agujero
que suele aparecernos en las panzas.
Finitud de los álguienes.
Eternidad de pájaros que eclipsan la multiplicidad del ocaso.
– 2 –
Vuelvo a soñar tu nombre que me grita,
vuelvo a escribir el eco de tus pasos,
con las últimas fuerzas de mis brazos
riego el recuerdo de tu flor marchita.
Me asomo a la negrura que me habita:
sé que sólo me quedan tus pedazos,
que el alba se convierte en el ocaso,
que todo muere y nada resucita.
El sol iluminó tu entierro un día
y hoy ilumina tu pared vacía.
La ausencia de tu flor entre la mierda,
la esencia de tu piel en las almohadas,
cada instante que pasa me recuerda
que fuimos todo y no seremos nada.
– 3 –
Todavía conservo en una vitrina
el corazón que aquella tarde me prestaste
como un secreto que resguardábamos
de las inclemencias del tiempo y de los otros.
Susurrabas entre las sombras de los lapachos
tu anhelo como un mosaico ya reducido a añicos
de acunar en tus brazos una criatura.
Decías que los años eran relámpagos
que fulguraban con la brevedad
de la placenta desgarrada por la luna.
Todavía conservo en una vitrina
el corazón que aquella tarde me prestaste
como las flores de manzanilla que desecabas en los misales,
como una plegaria que murmuro devotamente
con la certeza de que no puede salvarme.
– 4 –
Bajo su férrea luz, que rige el día
y el cálculo del rumbo de las naves,
el ejército persa alcanzó el grave
esplendor que precede a la agonía.
Su exacta, luminosa, tiranía
dicta el canto y la calma de las aves,
y en su reflejo circular se saben
cifrar las fases de la hechicería.
El sol, que ha atestiguado la caída
de los imperios, de sus vagos rastros,
como un inmóvil y omnisciente ojo,
ha iluminado nuestras breves vidas.
Y algún día, las luces de los astros
habrán de iluminar nuestros despojos.
– 5 –
No habrá uno solo entre los atributos
infinitos de Dios que permanezca,
ni habrá una sola rosa que florezca
sin prometer su venidero fruto.
Entre estos algorítmicos minutos
no hay un segundo que nos pertenezca,
ni hay un retoño cuya sombra crezca
sin evocar su inevitable luto.
La combustión del tiempo nos abrasa:
nada perdura, todo es transitorio,
un aspecto fortuito del presente.
Y el pensamiento de que todo pasa
tampoco es algo más que un ilusorio
y pasajero estado de la mente.
– 6 –
Postrado ante la arcana signatura
de un volumen del Liber execrable,
fue al descifrar un símbolo innombrable
que vislumbró la eterna conjetura.
La incontenible luz de la locura
le reveló el secreto interminable
del tiempo, que comprende la incontable
procesión de las múltiples criaturas.
Y al desgarrar el velo de la mente
comprendió que la vida es ilusoria:
que no hay instante fuera del presente
ni hay otra opción más que seguir despierto.
¿O cuál será el fulgor de tu memoria
después del día en el que te hayas muerto?
– 7 –
Una vez más los párpados se entregan
al designio arbitrario de las vagas
horas en que lo claro se rezaga
y las constelaciones se despliegan.
Sueño tu larga efigie que me indaga,
mi cuerpo turbulento que navega,
tu abrazo que me turba y me sosiega,
mi corazón sin rumbo que naufraga.
La ventana recorta la simétrica
silueta blanca de la blanca luna.
Bajo la calculada luz geométrica
abro en vano los labios y te llamo:
el eco de tu ausente voz me acuna
y entiendo finalmente que te amo.
– 8 –
Las llamas consumieron las hermosas
cartas que me escribiste, y sus cenizas
que frágilmente se volatilizan
son el polvo de negras mariposas.
Me convoca una antífona monstruosa:
el ángel te ha arrancado. Y, sin tu risa,
mis llantos en la noche me esclavizan
y caigo como un cuerpo en una fosa.
La incesante, morosa, gota cae
pero al fin el océano desborda.
Una vez más el día se termina:
la tarde derrumbándose me trae
la agitación amortiguada y sorda
del corazón que se convierte en ruina.
– 9 –
Se han de borrar los rastros de alegría
y se han de disipar las presurosas
gotas de sal que ruedan lacrimosas
por las tibias mejillas. Todavía
mi pecho alberga la ilusión vacía
de que perdure al menos una cosa,
pero no hay en la esencia de la rosa
nada que permanezca. La poesía
transmuta este fugaz momento en versos:
y aunque nuestros minutos son escasos
y en cambio inagotable el universo,
brota en mi corazón el afán vano,
ante las parcas luces del ocaso,
de tus ojos, de verte, de tus manos.
– 10 Las mariposas cúbicas –
Con las manos manchadas acorralé mi corazón rebelde.
Asfixiado por acogotamiento latió mi corazón al cielo abierto.
El arcángel montado sobre el centauro trotó en la ensilladura de la luna
con su rayo bramante seccionando en pedazos a los hemisferios del cielo.
Anuncio de los truenos como piedras rompiendo su violencia contra las almas:
cabalgares maniáticos de corceles de fuego por el desierto.
Al término del día, cuando amainó la fuerza de la tormenta,
ya los cielos clareantes y las playas en calma,
se multiplicaron las larvas
descomponiendo un cuerpo agusanado.
Moraban en mi madre las alas de murciélago.
Bajó la diosa negra vestida en terciopelo:
las flores venenosas bordadas en su manto
hicieron permanentes quietudes de tu llanto.
En otro tiempo no estuvimos muertos.
En otro tiempo fuimos las estrellas:
sostuvimos el cielo con las manos.
Al fin mi corazón fosilizado rimó con el silencio.
¿Hay lo más amarillo?
¿Hay lo más luminoso que el reflejo temblando
del sol sobre las aguas de los cántaros
adonde acuden a beber las polícromas, cúbicas, mariposas?
La niña de telaraña
un día se despertó
sobre una cuna de asfalto
y un plato de se acabó.
La niña de telaraña
un día se fue a dormir,
soñó con un arcoíris
y con flores de jazmín.
La niña de telaraña
un día se despertó
al desamparo del cielo
y al abrigo del dolor.
La niña de telaraña
un día se fue a dormir,
soñó todas las estrellas
y los árboles de abril.
La niña de telaraña
un día se despertó
en una ciudad con hambre
y un mundo sin corazón.
Duerme pequeño bebé
que tu madre ya está muerta.
Tus tiernos brazos nacidos
no pudieron sostenerla.
Duerme pequeño bebé
que este cielo son tus sábanas.
Que hoy no hay calor ni comida,
y habrá hambre y frío mañana.
Duerme pequeño bebé,
que brilla la luna negra,
que tu vida son los ríos
y tu cuna las estrellas.
La niña de telaraña
un día se fue a dormir
y no quiso despertarse
para dejar de vivir.
– 1 Ojos que ya no tengo –
Llénense las tinieblas de cáncer.
Ave que renaces de tus cenizas:
llévame hacia el pasaje, la abadía y la espada.
Si todo aquello que creí haber sido
está dejando de permanecer.
Ave que me conduces a la muerte:
la envergadura de tu lomo emplumado
es la mano de fierro que me aferra y me suelta.
Planeamos por los bordes fractales de la arena de la memoria.
El ojo de la mente va iluminando los complejos accidentes de un atlas.
Descenso plácido sobre tus alas.
Vista panorámica que me ofrece.
Ya no hay características inherentes a mí.
Acampo en la planicie sembrada de mi propia mandrágora.
Ya soy todas las conchas.
Voy comprendiendo al fin que mis manos no me pertenecieron.
Las memorias se despojan al final de sus máscaras.
Los recuerdos desnudos se revelan como figuraciones ilusorias.
Las formas y siluetas se desvanecen
como al asir el éter en los sueños.
El pájaro me deposita en la noche y se va volando.
Quedo en la soledad de la negrura
derramando mis desconsuelos en lágrimas.
Ya ni siquiera queda ese agujero
que suele aparecernos en las panzas.
Finitud de los álguienes.
Eternidad de pájaros que eclipsan la multiplicidad del ocaso.
– 2 –
Vuelvo a soñar tu nombre que me grita,
vuelvo a escribir el eco de tus pasos,
con las últimas fuerzas de mis brazos
riego el recuerdo de tu flor marchita.
Me asomo a la negrura que me habita:
sé que sólo me quedan tus pedazos,
que el alba se convierte en el ocaso,
que todo muere y nada resucita.
El sol iluminó tu entierro un día
y hoy ilumina tu pared vacía.
La ausencia de tu flor entre la mierda,
la esencia de tu piel en las almohadas,
cada instante que pasa me recuerda
que fuimos todo y no seremos nada.
– 3 –
Todavía conservo en una vitrina
el corazón que aquella tarde me prestaste
como un secreto que resguardábamos
de las inclemencias del tiempo y de los otros.
Susurrabas entre las sombras de los lapachos
tu anhelo como un mosaico ya reducido a añicos
de acunar en tus brazos una criatura.
Decías que los años eran relámpagos
que fulguraban con la brevedad
de la placenta desgarrada por la luna.
Todavía conservo en una vitrina
el corazón que aquella tarde me prestaste
como las flores de manzanilla que desecabas en los misales,
como una plegaria que murmuro devotamente
con la certeza de que no puede salvarme.
– 4 –
Bajo su férrea luz, que rige el día
y el cálculo del rumbo de las naves,
el ejército persa alcanzó el grave
esplendor que precede a la agonía.
Su exacta, luminosa, tiranía
dicta el canto y la calma de las aves,
y en su reflejo circular se saben
cifrar las fases de la hechicería.
El sol, que ha atestiguado la caída
de los imperios, de sus vagos rastros,
como un inmóvil y omnisciente ojo,
ha iluminado nuestras breves vidas.
Y algún día, las luces de los astros
habrán de iluminar nuestros despojos.
– 5 –
No habrá uno solo entre los atributos
infinitos de Dios que permanezca,
ni habrá una sola rosa que florezca
sin prometer su venidero fruto.
Entre estos algorítmicos minutos
no hay un segundo que nos pertenezca,
ni hay un retoño cuya sombra crezca
sin evocar su inevitable luto.
La combustión del tiempo nos abrasa:
nada perdura, todo es transitorio,
un aspecto fortuito del presente.
Y el pensamiento de que todo pasa
tampoco es algo más que un ilusorio
y pasajero estado de la mente.
– 6 –
Postrado ante la arcana signatura
de un volumen del Liber execrable,
fue al descifrar un símbolo innombrable
que vislumbró la eterna conjetura.
La incontenible luz de la locura
le reveló el secreto interminable
del tiempo, que comprende la incontable
procesión de las múltiples criaturas.
Y al desgarrar el velo de la mente
comprendió que la vida es ilusoria:
que no hay instante fuera del presente
ni hay otra opción más que seguir despierto.
¿O cuál será el fulgor de tu memoria
después del día en el que te hayas muerto?
– 7 –
Una vez más los párpados se entregan
al designio arbitrario de las vagas
horas en que lo claro se rezaga
y las constelaciones se despliegan.
Sueño tu larga efigie que me indaga,
mi cuerpo turbulento que navega,
tu abrazo que me turba y me sosiega,
mi corazón sin rumbo que naufraga.
La ventana recorta la simétrica
silueta blanca de la blanca luna.
Bajo la calculada luz geométrica
abro en vano los labios y te llamo:
el eco de tu ausente voz me acuna
y entiendo finalmente que te amo.
– 8 –
Las llamas consumieron las hermosas
cartas que me escribiste, y sus cenizas
que frágilmente se volatilizan
son el polvo de negras mariposas.
Me convoca una antífona monstruosa:
el ángel te ha arrancado. Y, sin tu risa,
mis llantos en la noche me esclavizan
y caigo como un cuerpo en una fosa.
La incesante, morosa, gota cae
pero al fin el océano desborda.
Una vez más el día se termina:
la tarde derrumbándose me trae
la agitación amortiguada y sorda
del corazón que se convierte en ruina.
– 9 –
Se han de borrar los rastros de alegría
y se han de disipar las presurosas
gotas de sal que ruedan lacrimosas
por las tibias mejillas. Todavía
mi pecho alberga la ilusión vacía
de que perdure al menos una cosa,
pero no hay en la esencia de la rosa
nada que permanezca. La poesía
transmuta este fugaz momento en versos:
y aunque nuestros minutos son escasos
y en cambio inagotable el universo,
brota en mi corazón el afán vano,
ante las parcas luces del ocaso,
de tus ojos, de verte, de tus manos.
– 10 Las mariposas cúbicas –
Con las manos manchadas acorralé mi corazón rebelde.
Asfixiado por acogotamiento latió mi corazón al cielo abierto.
El arcángel montado sobre el centauro trotó en la ensilladura de la luna
con su rayo bramante seccionando en pedazos a los hemisferios del cielo.
Anuncio de los truenos como piedras rompiendo su violencia contra las almas:
cabalgares maniáticos de corceles de fuego por el desierto.
Al término del día, cuando amainó la fuerza de la tormenta,
ya los cielos clareantes y las playas en calma,
se multiplicaron las larvas
descomponiendo un cuerpo agusanado.
Moraban en mi madre las alas de murciélago.
Bajó la diosa negra vestida en terciopelo:
las flores venenosas bordadas en su manto
hicieron permanentes quietudes de tu llanto.
En otro tiempo no estuvimos muertos.
En otro tiempo fuimos las estrellas:
sostuvimos el cielo con las manos.
Al fin mi corazón fosilizado rimó con el silencio.
¿Hay lo más amarillo?
¿Hay lo más luminoso que el reflejo temblando
del sol sobre las aguas de los cántaros
adonde acuden a beber las polícromas, cúbicas, mariposas?
Diario de viaje a donde me mataron
Día domingo:
En pleno trópico de Capricornio
brota el remoto oasis, una perla preciosa
que se incrusta en el ámbito de Oriente.
Y a cuarenta kilómetros en el barco-rastrillo
remontando las corrientes del Malwa,
ahí donde se desangra la mamushka de palomas de nácar,
las nubes se reúnen y se disipan:
rito de flor abierta en cámara rápida.
El espejo-mar está en calma.
Nos observa en lo alto el ojo-zafiro.
Y, besando la saliva marina,
se alza como un montículo de cráneos
tu corazón de gris roca basáltica.
Día lunes:
El jazmín en el ánfora, la fogata del alba,
las huellas en los médanos, lo tibio de tu abrazo,
los futuros soñados, el trino de los pájaros,
la hogaza compartida de las dulces palabras:
ya son polvo en el viento, son brasas apagadas,
son pétalos marchitos, son tus labios helados,
son el dolor y el miedo, son el cielo sangrando,
son la ausencia y el hambre y el silencio y las lágrimas.
El fuego ya quemó las abadías.
Nos ponemos de pie, como los tréboles
crecen sobre las tumbas.
Día martes:
Bebiendo ahora el fantasmal expreso ferrocarril desde ninguna parte
de la blancura insomne del día-pesadilla
sobre la cronometrada planicie que erigió el alba,
nos encontramos con mi propio cagado cuerpo desnudo lleno de telarañas.
Por miedo de la herrumbre que me infesta como ratas las cejas,
del aullido del tiempo que infunde la descoyuntura del alma
como un pibe travieso que desmembra las partes de la crisálida,
no me animé a mirar mi propia jeta.
Ya llegada la noche mansa como un potrillo verás en la explanada
la luna tuntuneante por el cerro tras las escalinatas,
como un Sísifo errante
destinado a iluminar y a menguar.
Día miércoles:
Entre las hormigueantes calzadas empedradas coloniales,
nervaduras por las que corre la patriótica sangre de los caídos,
se recorta el hierático obelisco falo-monumento erecto de mármol,
con los escarabajos jeroglíficos labrados microscópicos como insectos.
Oirás los lentos viejos fabulando con árido rigor el castellano
de escudos y de soles-alfileres pinchados en los cielos-mariposa de antaño,
de heroicas epopeyas de reinos mitológicos que sus madres cantaron.
Y regresando a pie por el descampado
sola entre las anémonas
escucharás al tigre agazapado,
misterioso silencio que los espantapájaros pregonan.
Serás nuestro maestro queriendo quadrar círculos por los atardeceres descalzos.
Día jueves:
Aeropuerto internacional. Valijas.
Check-in. Policía de tránsito. Buen viaje.
Migraciones. Último llamado. Puerta de embarque.
Hacía mucho tiempo que ya no nos reíamos del diablo
cuando llegó al establo de mis pagos de mayo
la sombra satánica cabalgante del caballo Malloc,
esa especie de ave-ceguera príncipe iridiscente de la penumbra
cuyo plumaje eslavo incandescente
lo hace temblar al viento como tiembla la mente
y hace arder las mañanas tiritantes de frío.
En la monstruosidad de sus fauces
un coro angelical de caras rompe en sollozos
y sus avatares caleidoscópicos
hasta el infinito se multiplican.
Día viernes:
Bajando por los áridos senderos adonde los viñedos:
si se toma el carril-clavel del aire
por la aorta al ventrículo
del corazón de la ciudad-alcachofa de Guátisley¹,
vemos a nuestra izquierda la casona de columnas corintias
con las hiedras-trepando por las rejas-culebras.
A la derecha un sinfín de pordioseros en panza
mendigan desde que eran amonites
fósiles de los estratos devónicos,
sin encontrar consuelo más que la remembranza del suicidio
ni vislumbrar la convergencia de nadie.
Y tanto más allá es que desembocan
en la cisterna tres rugientes ríos de los Avernos:
el nombre del primero es el Pisón,
que rodea las tierras donde se encuentra el oro;
y el nombre del segundo es Aqueronte,
patrono de los calambres menstruales;
y el nombre del tercero es Flegetonte,
en cuya cuenca ígnea menorrágica
se sedimentan los eritrocitos con valores normales
y en cuyas férreas aguas se broncean miles de almas en pena.
¹ Whatisleigh
Día sábado:
Diez minutos a pie desde la Iglesia
se va al mercado de los artesanos.
Cráteras del auriga cabalgando por las constelaciones del cielo.
Un tocado baqueteado de pana,
varias plumas de ganso,
un botón de hueso:
los dedales moviéndose al unísono tienen un toque mágico.
Diestramente pone quinta en la omega:
chupando un alfiler entre los labios
acelera y entra a zurcir los trapos,
no deja cabo suelto sin hilvanar
ni hay obra concebible que se resista al trato de sus manos.
Y adentrándose ya por la espesura
donde van a morirse los relojes
nos encontramos con nosotros mismos,
con la confesión cruda de no querer ser aquello que somos.
A la tardecita oscurece
y la ausencia del sol es mi mamá que vuelve a abandonarme.
Colofón:
Esta foto de cuando fue soldado
y este ron y esta caña
y este barco pirata
pertenecieron a mi bisabuelo.
La mar es un espejo que me devuelve el eco de mis errores.
No se puede resumir la poesía.
El dolor de la vida es tan poético como el hecho de que un cactus florezca.
En pleno trópico de Capricornio
brota el remoto oasis, una perla preciosa
que se incrusta en el ámbito de Oriente.
Y a cuarenta kilómetros en el barco-rastrillo
remontando las corrientes del Malwa,
ahí donde se desangra la mamushka de palomas de nácar,
las nubes se reúnen y se disipan:
rito de flor abierta en cámara rápida.
El espejo-mar está en calma.
Nos observa en lo alto el ojo-zafiro.
Y, besando la saliva marina,
se alza como un montículo de cráneos
tu corazón de gris roca basáltica.
Día lunes:
El jazmín en el ánfora, la fogata del alba,
las huellas en los médanos, lo tibio de tu abrazo,
los futuros soñados, el trino de los pájaros,
la hogaza compartida de las dulces palabras:
ya son polvo en el viento, son brasas apagadas,
son pétalos marchitos, son tus labios helados,
son el dolor y el miedo, son el cielo sangrando,
son la ausencia y el hambre y el silencio y las lágrimas.
El fuego ya quemó las abadías.
Nos ponemos de pie, como los tréboles
crecen sobre las tumbas.
Día martes:
Bebiendo ahora el fantasmal expreso ferrocarril desde ninguna parte
de la blancura insomne del día-pesadilla
sobre la cronometrada planicie que erigió el alba,
nos encontramos con mi propio cagado cuerpo desnudo lleno de telarañas.
Por miedo de la herrumbre que me infesta como ratas las cejas,
del aullido del tiempo que infunde la descoyuntura del alma
como un pibe travieso que desmembra las partes de la crisálida,
no me animé a mirar mi propia jeta.
Ya llegada la noche mansa como un potrillo verás en la explanada
la luna tuntuneante por el cerro tras las escalinatas,
como un Sísifo errante
destinado a iluminar y a menguar.
Día miércoles:
Entre las hormigueantes calzadas empedradas coloniales,
nervaduras por las que corre la patriótica sangre de los caídos,
se recorta el hierático obelisco falo-monumento erecto de mármol,
con los escarabajos jeroglíficos labrados microscópicos como insectos.
Oirás los lentos viejos fabulando con árido rigor el castellano
de escudos y de soles-alfileres pinchados en los cielos-mariposa de antaño,
de heroicas epopeyas de reinos mitológicos que sus madres cantaron.
Y regresando a pie por el descampado
sola entre las anémonas
escucharás al tigre agazapado,
misterioso silencio que los espantapájaros pregonan.
Serás nuestro maestro queriendo quadrar círculos por los atardeceres descalzos.
Día jueves:
Aeropuerto internacional. Valijas.
Check-in. Policía de tránsito. Buen viaje.
Migraciones. Último llamado. Puerta de embarque.
Hacía mucho tiempo que ya no nos reíamos del diablo
cuando llegó al establo de mis pagos de mayo
la sombra satánica cabalgante del caballo Malloc,
esa especie de ave-ceguera príncipe iridiscente de la penumbra
cuyo plumaje eslavo incandescente
lo hace temblar al viento como tiembla la mente
y hace arder las mañanas tiritantes de frío.
En la monstruosidad de sus fauces
un coro angelical de caras rompe en sollozos
y sus avatares caleidoscópicos
hasta el infinito se multiplican.
Día viernes:
Bajando por los áridos senderos adonde los viñedos:
si se toma el carril-clavel del aire
por la aorta al ventrículo
del corazón de la ciudad-alcachofa de Guátisley¹,
vemos a nuestra izquierda la casona de columnas corintias
con las hiedras-trepando por las rejas-culebras.
A la derecha un sinfín de pordioseros en panza
mendigan desde que eran amonites
fósiles de los estratos devónicos,
sin encontrar consuelo más que la remembranza del suicidio
ni vislumbrar la convergencia de nadie.
Y tanto más allá es que desembocan
en la cisterna tres rugientes ríos de los Avernos:
el nombre del primero es el Pisón,
que rodea las tierras donde se encuentra el oro;
y el nombre del segundo es Aqueronte,
patrono de los calambres menstruales;
y el nombre del tercero es Flegetonte,
en cuya cuenca ígnea menorrágica
se sedimentan los eritrocitos con valores normales
y en cuyas férreas aguas se broncean miles de almas en pena.
¹ Whatisleigh
Día sábado:
Diez minutos a pie desde la Iglesia
se va al mercado de los artesanos.
Cráteras del auriga cabalgando por las constelaciones del cielo.
Un tocado baqueteado de pana,
varias plumas de ganso,
un botón de hueso:
los dedales moviéndose al unísono tienen un toque mágico.
Diestramente pone quinta en la omega:
chupando un alfiler entre los labios
acelera y entra a zurcir los trapos,
no deja cabo suelto sin hilvanar
ni hay obra concebible que se resista al trato de sus manos.
Y adentrándose ya por la espesura
donde van a morirse los relojes
nos encontramos con nosotros mismos,
con la confesión cruda de no querer ser aquello que somos.
A la tardecita oscurece
y la ausencia del sol es mi mamá que vuelve a abandonarme.
Colofón:
Esta foto de cuando fue soldado
y este ron y esta caña
y este barco pirata
pertenecieron a mi bisabuelo.
La mar es un espejo que me devuelve el eco de mis errores.
No se puede resumir la poesía.
El dolor de la vida es tan poético como el hecho de que un cactus florezca.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)