Vaca de negro


1


Dame un besico-sico en la boca
que este papico viene y te toca,
te da besicos en la botella
que apunta el pico y el pico a ella.

Dame otro beso que es un martirio
salame y queso, vino y delirio,
trino en la cara, cara de idiota
que clara rompe tus dos pelotas.

Y vos, papico, pez invisible
que tenés dedos inmarcesibles,
decí ni en pedo, llamame loca,
¡dame un besico-sico en la boca!

2


Sé que estás a la tarde
cansado como un niño
de cazar mariposas
con manos de cronófago
y que el árbol del patio
se extiende como un hilo.
Cuando el tiempo se caiga
como un fruto maduro
y la ley agotada resurja de los huesos,
frazada azul de los bosques,
cascabelito del huerto,
me lo matarán a golpes
como se mueren los muertos.

3


El tiempo metamorfoseó mi cara
como un ilusionista estafador.
¿Vos te acordás de tu primer amor?
Surcábamos el río de los sueños
tal si no hubiéramos de envejecer.
Mas no pudimos detener los días:
apenas me quedó tu lejanía
y un mechón blanco en medio de la frente.

4


Alveolada como un crisol de puentes : antiguos,
otro te ató tus tetas a tu tuétano : esbelto;
sinestésicos, anchos, ostensibles, : pedestres,
y tonto te tentaba : tu tatetí teutón.

Próceres de una patria insostenible, : Stéfano,
¡mishiadura, la lámpara de Alí, : salen genios
sustentados tan solo por presentes : e imágenes
qué comadre retrú : de retruécanos griegos!

Légamo de profetas de la mente : que esquiva,
oye el sonarse de unos : mocos nuevos del Norte
vacas de un nuevo tiempo combustible : sanguíneo
el hecho de que el mundo : es un pañuelo y húmedo.

Que incinerado lenta e infalible-
me pone así como culebra en celo,
la piedad de tus besos en la frente,
se me hinchan como globos los dos güevos.

Tu organismo de hipopótamos viejos,
es el tirano de tus gomerías,
chapotea en el Nilo hundiendo barcos
el chupapijas de tu calefón,
con mofletes de lady y ojizarco,
el campeón que le gana hasta al campeón,
la cara abominable de pendejo.

Gourmet de las más finas churrerías,
calate una pitada de mi cuete,
antes de irte a dormir haceme un pete.
¡Y hablame pibe! Al menos una cosa.
¡Me asusta un poco descender al sótano!
¡Que no soy la paré ni una babosa!

5


Escúchámé remedo de cowbóy
sin caballo, revólver, pulpería,
pedazo frito de una papa fría,
no te atrevás a preguntar -que estoy,
pa que no saques quién carajo soy,
con la jeta embutida en mi antifaz-.
No vas a darte cuenta ni de atrás
quién hay bajo esta cara enmascarada
y hasta te hago la voz distorsionada
pa que no sepas cuando me escuchás.

Cada emergencia es para mí un deber:
me cambio en la cabina de teléfono,
salgo a volar por las calles del pueblo,
los malhechores tienen qué temer.

6


La mañana encerrada cometía la muerte
de suertes desterradas y de orgías enanas.

La lapicera pluma se cagaba en lo dicho
por los bichos de espuma y alzaba las orejas
de otoños tras las rejas y pumas como coños.

Sitio de arqueología. Baterías de litio.

Muertecita que vienes a darme un beso oscuro,
muerte que enchufa el llanto del día que nací,
yo que he rezado tanto, ¿por qué vienes por mí?
¡Yo que una vez caí, y a veces me levanto,
muerte de mis espantos que regresás por mí!

Si explorás la poesía, la poesía te explora,
cumple su profecía de conchas de las loras
y canta y se arrepiente, y se arrepiente y canta,
te seca la garganta, te eleva, qué sé yo,
como un arco que lejos arroja una saeta
como una camiseta de Argentina.

Y esa mina, esa mina, y esa mina que vuelve
a irrumpir en tus sueños con sus ojos de china,
con sus barbas de helecho, con su concha dorada,
su mosca que te escarba, que te escarba los huesos,
los huesos de la mente.

Si apenas he venido y apenas quiero irme
y me queda, o creía, la vida por delante,
la trompa de elefante rota como una herida
se cae resonando y el cielo en las rodillas.

Vete muerte y no vuelvas, muerte que no te aguanto,
se transforman en llanto las luces y las formas.
Y aquello que te nombra, muerte de nuestra muerte,
se convertirá en sombras y las sombras en nada.

7


La pluma es mi mejor arma
por eso es que estoy jodido:
las cosas que te he escribido
son cruz, patíbulo y karma.


49-50

l


Perpetrar algo malo es cosa seria:
la culpa vuelve siempre como un vómito,
como un caballo visceral e indómito
que cabalgara sobre tu miseria.

Sentís los látigos en la conciencia,
te das vuelta a mirar si viene el juez,
corrés a todo lo que dan los pies
no hallando asilo más que en la demencia.

Cada cara es imagen de este miedo,
todos los dedos son el mismo dedo:
un dedo que te acusa y que te humilla.

Los monstruos ensombrecen tus milenios,
y no pudiendo conciliar el sueño
conciliás solamente pesadillas.


xlix


La ventana del undécimo piso
enmudece los ruidos de la calle:
la ciudad es ancha como la tarde,
la avenida calla a través del vidrio.

Los autos ensayan sus rutas lentas
y el rito cotidiano de hormiguero.
Se pierden luces rojas a lo lejos,
semáforos como mil lunas llenas.

Dos hermanos no se hablan hace mucho:
hubo un enojo que los distanció,
nadie quiere dar a torcer su orgullo,

el silencio los llena de dolor.
Cada hermano mirando la avenida
piensa: el otro quizá también la mira.


47-48

xlviii


Hoy brindo por la lírica del ano
que relegaron las generaciones,
de pendejos pegados en jabones
y pedos en la soledad del baño.

De los soretes cuando te salpican
y tantas mierdas más que censuramos,
de enjabonarse el orto con las manos
porque si no te lo lavás te pica.

Le canto a la estética de la caca:
al charco que circunda el mingitorio,
el agua turbia de los inodoros,

al imbécil que mire estas cagadas
y no se acuerde de que fue un boludo
al que tenían que limpiarle el culo.


xlvii


Hoy recorrer una ruta distinta,
abandonar el vuelo cotidiano,
la luz del sol por la copa de un árbol,
el silencio de una panadería.

Calandria de verano malgastado
encerrada en una jaula-oficina,
las rejas erigidas de rutina
noche y día por un salario magro.

No hay verdadera forma de ser libre:
el derecho a la vida nos exige
la obligación de la supervivencia.

Vale aceptar esta contradicción,
idolatrar profetas de cartón
y perseguir la luz de las estrellas.


Las voces feroces de los dioses 2


Esta podrida enfermedad
late como una cabalgata.
Recé a deidades multiplicadas
de vainilla y dulce de leche
la quiescencia de las metástasis.

Me abroché fuerte a las pestañas
pero lo escrito estaba escrito.
El miedo brutal de la sangre
me sorprendió como un soldado
con su puñal de incertidumbres.

Tembló un sismo como un arcángel
bajo la catedral de piedra,
pululó un chillido de ratas
que esparció el terror y la peste,
maldijo infecciones y el cólera.

La yema del dios se posaba
con poderío irrefutable
sobre la coordenada del mapa
donde la próxima catástrofe
de dimensiones sobrehumanas
acontecería esa tarde.

La esfera celeste orbitaba
las intendencias de Sichuan
y aquel cielo lleno de estrellas
obedecía cotidiano
la legislación de Copérnico.
Cada dragón seguía danzando
llamaradas multicolores
en un apartado rural.

Supliqué piedad a las fuerzas
que rigen el curso del cielo
pero los cuerpos se apilaban
en una montaña macabra
en admonición y escarmiento
a nuestra arrogancia de Ícaro.


45-46

xlvi


Relajá un rato el fulminado cuerpo,
sacate la careta de campeón,
mirá el retrato fiel de lo que sos
en el cristal pulido del espejo.

Desinflá el tórax, exhalá el aliento,
soltá los hombros, sentí el corazón
bombeando y respondeme quién sos vos
franqueando el rapto de los pensamientos.

La vida llega en un flujo de imágenes
que el vórtice del desagüe succiona,
y espectador de sus evanescencias

te das a la ilusión de eternidad.
¿Cuál es tu rostro tras esa impostura?
¿Su renuncia, qué consuelo nos deja?


xlv


Tritón del mar y vendaval del agua,
brigada olímpica de la marina
domando un hipocampo, que se ensilla
con un azote mítico de ráfagas.

Esta es la hidrografía de la nada:
teatro inútil de idénticos días,
la concha rústica de la rutina,
vida de caracol, las horas vanas.

Me recuerdo del sol cuando se esconde
atrás de rectilíneos horizontes,
destino atemporal de los enanos.

Un ejército de cartagineses
montados sobre tortugas celestes:
sigue cayendo el Imperio Romano.


Las voces feroces de los dioses


Thorsfín, el dios del mal, habló
la palabra manchada verde gris.
Su voz de incendio el mundo frió
los tonos monocromos. ¡Uy!

El tren ardió, quemó el andén,
¡el desdén me nefregue, sí, oblongo!
El bosque ahumó y el mar también:
su luz, su luz, su luz, blanca

la voz caliente fue carbón
sin dividir ni crisis. Corso zulú,
el mal cumplía la misión,
las hazañas malvadas. Zen

al fin llegó te digo quién:
otro oloroso dios. Urdumaná,
el bienamado dios del bien,
el meterete, el célebre. Yin

le puso un palo en la nariz,
brucucú, uñumbrukpú. Rajás, che.
Le ató a un caballo la cerviz,
inhibir sífilis, pis. Mol.

Y del infierno en un confín
lo guardó al pérfido Thorsfín.


43-44

xliv


Dice que don Juan Zorro un buen almuerzo
que andaba hambriento lo miraba al gallo
trepado en el ombú, siempre cantando,
y se le hacía de agua el morro viéndolo.

–Bajá, compadre, no guardés reparo.
¿No sabés la noticia? Es voz del pueblo
que esta mañana apareció un decreto,
–le mostraba un papel– bajá y miralo,

que promulga la paz entre las razas.
El gallo hacía como que contaba
mirando al norte: –Cin... seis... ¡siete perros!

Rajó el zorro como una catapulta.
–¡A ver, dale, mostrales el decreto,
mostrales el decreto, caradura!


xliii


Antes pensaba que era condición
necesaria del arte inteligente
exhibir rasgos autorreferentes,
como aquel haiku: "La circuncisión /

dolor hasta los versos." que evidente-
mente carece de último renglón.
Con el tiempo he cambiado de opinión,
por eso este soneto simplemente

no se analiza, ni recapacita
sobre sí mismo, ni es un meta-chiste.
Sé de un poema que una ilustre cita

de Quevedo concluye inoportuna:
"Sin recordar el verso que escribiste:
Y su epitafio la sangrienta luna."


41-42

xlii


Wo-Dzu de pálidas apariciones,
espíritu que la blancura invoca:
ciega a todas las víctimas que toca
y deviene acreedor de sus visiones.

Midas de nieblas y de confusiones,
presencia fantasmal entre las rocas,
locura que la percepción sofoca
privándola de representaciones.

Dos Wo-Dzi se tocaron mutuamente
lo que acarreó la, huelga el comentario,
permuta de sus respectivas mentes.

Y si uno de ellos toca a tipos varios
tendrá un multiplexor u otro accesorio
para alternar los varios escritorios.


xli


Un helicóptero barriendo el cielo
pasa como un fantasma entre los cirros:
te busca. Y te buscás también vos mismo
por el infierno terrenal del pueblo,

pero eso no lo sabe el patrullero:
sabe el plano cruzado, como el hilo
de Ariadna, de avenida y laberinto
que entreteje en el plano tu esqueleto.

Te admiré un día, y ahora sos mi némesis.
Detrás de un enrejado elefterófago
quizá el lunes medites tu autoexégesis,

pero el secreto yacerá en tu estómago:
tu cara externa seguirá mostrando
la piel blindada de un anquilosaurio.


39-40

xl


Era cuando era niña niña pobre,
niña, que se me duerma, niña moza,
que el sol nos lo tomábamos de a sorbos
y en el bolsillo el sol era de cobre.

Soñó esta mariposa mariposas
que soñaban que el sol era un estorbo:
la niña el sueño de la madre sueña
y la madre la niña su pequeña.

Taza de caldo que entibió la vida.
El hambre y vómito se despertaron,
eran como una bestia adormecida.

Algunas cosas nunca más cambiaron:
las mariposas sueñan mariposas
y el cambio es permanente entre las cosas.


xxxix


Marchan desde la costa hacia los Álamos
las sirenas de otra locomotora
como el tren de las horas, que transforma
el huevo en pollo al que adereza un brazo.

Advierte de ni cáñamo ni espárragos,
espectro de las hambrunas frondosas,
descifrar la navaja aterradora
inscripción críptica de sus carajos.

Pontífice y zalema en su automóvil,
lancha que cortajea un mundo inmerso
en la conciencia infinita del yogī.

Incalculable alud de cuando nieva
y el arlequín amarillento y negro
que retrata una nena Down en témpera.


Lulabís

Canción de cuna para el mono epi


El cero. La unidad. El cero el cero.
El cero el uno. El uno con el cero.
El uno uno. El cero cero cero.
Cero cero unidad. Cero uno cero.
Cero uno uno. Uno cero cero.
Uno cero unidad. Uno uno cero.
Unidad unidad unidad. Cero.


Una canción para el Nenuco


Semblante helado del Nenuco vino
a sepultar tus lenguas de ternera:
eras la fruta de la primavera
y el plazo azul del cielo azul marino.

Canta, canta, Nenuco, canta con compasión
aunque cantar a veces no tenga ton ni son.

La loba se aparece en el camino,
y el áspid ronda tus enredaderas.
Un león erguido, alzándose, lidera
la procesión de los continuos.

Canta, canta, Nenuco, tu canto de papel,
labradas en las páginas letras de cascabel.

Rojo pasión, apasionados surcos:
canta, canta, Nenuco, si te es dado
que es posible y gratuito.
Canta lo que descubras y lo que ya esté escrito.

Canta, canta, Nenuco, la canción del ahogado
cuyo pecho ha oprimido la carga del pasado.

Nenuco, canta, ornamental osario,
que eres oreja y ojo, y oricalco y océano
y el ocaso y la orilla y eres el horizonte
y el oriente y olimpos y el óxido del oro.

Canta, canta, Nenuco, la canción del que espera
que el invierno se vaya tras de la primavera.

Nenuco, canta, orquesta de tu opresor osado
que eres olvido y ocre y ópalo y obsidiana
y eres ónice y eres el orín de los órganos
y el hospital oscuro de oníricas olivas.

Canta, canta, Nenuco: eres el otro.


37-38

xxxviii


Puerto próspero del Mediterráneo
donde afluyó un enjambre de comercios
y un bullicio de sandalias y cestos
se insoló bajo tu sol meridiano.

Correteaste con los nenes descalzos
entre el perfume del sudor e incienso
y el lío bíblico de los dialectos.
Amarraste la soga y zarpó el barco.

Nos fuimos alejando de sus costas
con el vaivén que imprimían los besos
de salobres, omnipresentes olas,

sin saber que no habría más regreso
a la ciudad hundida en el Atlántico,
la lengua sumergida de los pájaros.


xxxvii


Vos habitás un futuro distópico
donde un puñado de escoria inhumana
ha erigido su poset de jerarcas
y un cisma quiebra el vaso en mutuos odios.

Hay bustos de los próceres de mármol,
la convulsión de un César en su tumba
y el alarido ante intestinas luchas
de hermanos desdeñando a sus hermanos.

Niego el hado: el concepto inexorable
del patio de una escuela y cada cáncer,
de suerte echada y de divinos dados.

Y el autoimpuesto compromiso tácito
de una sátira snob sobre los pueblos
estaba escrito que también lo niego.



35-36

xxxvi


Sos flor de cardo arrancada de cuajo:
hermano, un rayo perforó tu azul
sangre, el trémulo velo del mamut
te partió el esternón como un caballo.

Sos un silencio que impactó el disparo,
luna flameante y roja de Estambul,
un pentagrama que contempla el músico,
la desgarrada página de un diario.

Voy descalzo por las santas colinas,
me es añorado el sabor de tus mates
y nos invade en cambio el de extrañarte

como el cuello cobrizo de una hidra:
no bien decapitar una memoria
tantos recuerdos en torrente afloran.


xxxv


Llamaba que te extraño, cómo andamos,
lumbres de öro en el ocaso, viejo,
¡si han pasado los años, los luceros,
tantas tardes de fresco que pateamos!

Tu voz en el teléfono es tu mano
que cruza las arenas de los tiempos,
me remonta a cuando éramos pendejos
y el pecho inmenso se abre en un abrazo.

Me acompañastes tanto, no me olvido:
te quiero, fuistes mi mejor amigo,
y el día cuando nos faltó mamá

te soy sincero me largué a llorar.
Tarado, te agradezco todavía
que mirés a los ojos a la vida.


33-34

Los perros ladran,
aviso de que llega
este silencio.



xxxiv


Hay monstruos amputados e insensibles,
y otro más insensible en tus mentiras;
pesadillas horribles que se inspiran
en realidades mucho más horribles;

ojos que si te miran son temibles
y más temibles cuando no te miran;
y hay mentiras terribles, y mentiras
que enmascaran verdades más terribles.

La tiza pasajera del presente
se difumina en un pizarrón verde,
tránsito momentáneo de un pesebre

que ya nació pero que nunca vuelve.
Un ladrido remoto de lebreles
sigue advirtiendo que el silencio viene.


xxxiii


Los Meglautes son seres luminosos,
que laten que te laten, corazones
flotantes, y levitan como drones,
fuegos de fulgor fatuo y portentoso.

Su buen humor infectocontagioso
fulge en innúmeras permutaciones:
no menos encandilan las pasiones
que el sol con que nos ciega su alborozo.

Los Meglautes son un misterio enorme:
¿qué prodigio su esencia filiforme
de ámbar y hechicería capacita?

Se formulan teorías de Jesús,
y otras que dicen que ellos son la luz
que existe adentro de las lamparitas.