31-32

xxxii


Quién sabe cómo fue que los bandidos
se asociaron. En el cuentakilómetros
se iba abriendo la ruta era el mar Rojo.
Iba dejando el moncho sustraído

atrás las estaciones de servicio
pero en esta que ves acá frenó.
Tres portazos parieron sendos monos
y el circuito cerrado fue testigo

de cómo me arrastraron de los pelos
y nos ataron todos a una silla.
Nadie telefoneó a la policía

mientras se hacían treinta y dos mil pesos.
El moncho disparó dando explosiones
y el humo se perdió en el horizonte.


xxxi


En un mundo azotado por ventiscas
en que la humanidad fue devastada
por la mano sombría de una plaga,
por la extinción que asió nuestras rodillas,

los soles se suceden todavía.
Trae el ocaso atmósferas rosadas,
y se levanta el polvo de la pampa
al trote rítmico de una tropilla.

En un planeta desolado y verde
hay civilizaciones florecientes
de aves silvestres evolucionadas

que edifican ciudades con los picos,
reinventan el concepto de algoritmo,
rinden culto a deidades emplumadas.


29-30

xxx


Lipotea quimérica, tu cara
flota en el agua desde siempre. Hermosa
es la figura impúdica y sinuosa
que revelás. Tu cántico azucara

los juicios. Y las crónicas aclaran
que al sol de tu mirada poderosa
tornan vivientes las inertes cosas:
tus cejas tal incógnita enmascaran.

Las Lipoteas nacen siempre muertas,
la madre que las reparió las mira,
la recién fallecida se despierta

y la criatura así por fin respira.
¿Por qué no vas un rato y navegás?
¡A ver también si vos te despertás!


xxix


Lluvia en la ciudad inmensa de Tokio,
muchacho mudo de semblante serio,
paraguas como una flor de cerezo,
aguacero sobre un charco redondo.

Duele tanto pero hay que separarnos:
enumerar las horas con los dedos,
volver al vidrio de empañado otoño,
soñar peces y amanecer temprano.

Gotas heladas de rocío y brisa
que la noche amparó y que soltó el alba
sobrevuelan tal páginas escritas

desplegadas en un cortejo de alas.
Innumerable manuscrito en blanco,
cae el día y las hojas en el árbol.


27-28

xxviii


Hay pequeños burgueses y oligarcas,
hay quien mendiga y quien no querés verlo,
famélicos que erosionan su sexo
con la chispa celestial de la náusea.

Hay urnas de zapatos del Pará,
ónice y candomblé, candil y negros.
Hay féretros de espíritus, y nietos
esclavizados por las mismas balas.

Ama y semilla de un reino aracnil,
sentido sexto insecto y gavilán,
todo pende de su hilo universal:

se afana día y noche en su tapiz,
el puerco panza arriba en el chiquero
y otros se pudren como perros muertos.


xxvii


Bestia el Kromanthe mítica y voraz
descripta en epopeyas y canciones;
su apetito no tiene parangones,
come abstracciones: lo íntimo, el quizás,

u otros conceptos como el de "además".
Sus dientes no conocen de razones,
y en el caso de haberlas las dispone
como de un cuis las fauces yararás.

Dicen que se comió la buena suerte,
y por eso nos sopla el viento en proa.
Ojalá que esta tarde acuda y boa

meriende la agonía de la muerte.
Me apresura el Kromanthe a terminar:
viene a comerse el verbo redactar.


25-26

xxvi


El Íctamo, pescado mitológico
que mide lo que miden los pescados,
dicen que habita el muy maleducado
en peceras, acuarios y zoológicos.

Consta su físico teratológico
de: treinta dientes de ajo machacado,
colas de cigarrillos apagados,
dos ojos de huracanes antológicos,

la boca de tormenta de verano,
y la pata de cama de un anciano.
Si llegás a cruzártelo te mata:

venga la muerte del atún en lata.
¡Ay de quien viendo al Íctamo nadar
salga a estrenar su caña de pescar!


xxv


Respiración cansina, duerme el toro,
soñará un horizonte y una pampa,
la llanura y una luna de plata,
un cielo limpio atrás, sereno y bóvido.

Tiembla en el aire su mugido roto,
su omóplato va dando campanadas,
la tarde se le enreda entre las patas,
saben de un duelo líquido sus ojos.

Los días transcurrieron como cartas
incineradas por el sol temprano.
En la monótona extensión del campo

miro pasar la siesta de las vacas:
simples cúmulos en la lejanía,
curso vívido de aguas cristalinas.


23-24

xxiv


Los hombres desnudos en la tormenta,
la lluvia cayendo sobre sus muslos:
ocasos y humedad, noches de engrudo
son desamparos en sus flacas piernas.

Inocencia totémica de cebras,
salvajismo pueril y hollín de súcubos,
el rumor torrencial en los arbustos
y la inquietud en las conciencias quietas.

Milagro rupestre, merma del agua,
camino que se pierde en la montaña.
El viento soplando sonidos huecos

entre las ramas de un almendro seco.
Refugio de pájaros y algazara,
pichón recién nacido en una rama.


xxiii


Dan cuenta del Carferis, legendario
elemental que avista el periscopio,
especialmente cuando inhalan opio,
los marinos por mares solitarios.

Confiere su presencia lo que copio:
la monoglosia, ese ignorar precario,
incompetencia o don involuntario
de no hablar otro idioma más que el propio.

Su imagen es la de un delfín mansito,
y es su aspecto, refiere el erudito,
fimusiforme, o sea de tereso.

Usá la lengua en la que estamos presos
antes de que el Carferis se despierte
o quedate callado hasta la muerte.


21-22

xxii


Alcirtán de las fábulas perdidas
que en lugar de pupilas tiene espejos.
Quien se mira en su nítido entrecejo
se convierte en su imagen invertida,

su copia especular, su fiel reflejo.
El antídoto y única medida
a fin, cuentan, de enderezar la vida
es mirarlo por medio de un espejo.

Un manco zurdo viendo al Alcirtán
se convirtió ipso facto en manco diestro
y el alumno de golpe en el maestro.

Los días que venían se nos van,
y hasta el dejar de ser lo que hemos sido
es un recuerdo más que será olvido.


xxi


Cuando el instante era algo permanente
y el pis humeante un cálido colirio,
me hundía en la ayahuasca del martirio
y se posaba el fénix en mi frente.

Hacía un frío que no había gente,
tu madre era mi madre, y el delirio
era un soñar los ríos de hidrargirio
que horadaban, tentáculos, la mente.

Y la tierra temblante, hoja de junca,
contestación que no admitía peros
de un consuelo que no llegaba nunca,

leía el chino básico, dragón.
Si no es amor lo llamo como quiero:
me niego a clausurar el corazón.


19-20

xx


La probóscide gris, los ojos fieros,
de alambre el pelo y cuádriceps de atlante,
fue la consecución de un elefante
lo que tatuó mis años más primeros.

Creciente alfanje de lunar acero,
perseguí sus colmillos deslumbrantes,
su piel y su marfil siempre cambiantes
semana tras semana, enero a enero.

Siempre elusivo, siempre transitorio,
siempre materia gris, siempre ilusorio,
corrí tras él como tras espejismos.

Brilló una llama dentro de mí mismo
cuando al desnudo contemplé el presente
y el elefante apareció en mi mente.


xix


Soledad funeral, la costa quieta,
fragmentos masticados por las larvas,
cadáver de la que besó tus barbas,
moldura escultural de pulpa y tetas.

Lino en mortaja, embarcación secreta,
orquídea frágil que el gusano escarba,
y una ola más en la incesante parva
del oleaje hematómico, violeta.

No hay tierra en la que sepultar tus restos,
tu cadáver frecuenta nuestros ojos
con la mitad del tronco descompuesto.

Te arrojo a la piedad de las espumas;
quizá el mar nos devuelva tus despojos,
laceraciones, hinchazón y bruma.


17-18

xviii


Superficie en que la luna se espeja,
tus córneas, crisálidas de mis días,
velo sutil, gota de la ambrosía,
contorno poligonal de tus cejas.

Y mi furia brutal tras de las rejas,
mi destrucción total y mi avería,
ruina de todo aquello que quería,
terremoto que pasa y que te veja.

Ahora piso la bosta recagada,
sube un aroma a pasto, y tantas vacas
se apiñan a la sombra de una estaca.

Fuiste mi firmamento y no sos nada.
Ahora la realidad es mi consuelo.
Saber que el cielo es solamente el cielo.


xvii


-Hola, Pablo. -¿Quién sos? -Soy yo: vos mismo.
Me tomé un vórtice hoy a la mañana,
vine desde el futuro a esta semana,
pero no vine para hacer turismo

sino para negar el fatalismo.
-¿A qué te referís? -¿Viste la anciana
vestida de capucha en la ventana?
-Sí, ¿y a qué viene tanto dramatismo?

-Sos boludo, es la muerte y viene a vernos.
-¿Qué hago? -Tomate un micro hasta Uspallata
y te ahorrás el pasaje hasta el infierno.

-Qué pelotudo, me olvidé la plata.
-¿Qué hacés acá? ¿No estás en la montaña?
¡Decí que dejé en casa la guadaña!


Material reciclable

cmxcvii


Morí si seca
si cura o si mata
cotonete no.


cmxcviii


El hijo de un viejo en Tarija
jugaba a ingerirle la pija
-¡Qué rojo y prolijo
tu jugo!- le dijo.
-Es flujo del tajo de tu hija.


cmxcix


Voz volumétrica en los pies cansados,
voz esqueléctrica en los terciopelos,
manotazo precoz de los ahogados,
guantazo ahorcado y ácido pomelo,
inmensidad alcohólica, bitumen,
viscosa oreja ungida de cerumen,
clara de aqueste huevo intoxicado,
yema de estotro maculado anzuelo,
pañuelo de mucosidad mojado,
viscosidad del húmedo ciruelo,
examen sin cesar de algún albumen,
fumado por aquellos que lo fumen.
¡Quise espetarte marginal misterio
como espeta a los muertos el sahumerio,
y al asesino amigo, la guitarra
lo espeta, y los fantasmas, y la parra!
Quise espetarte pero encontré al cabo
tu piel en flor y tu hábito de esclavo.


15-16

xvi


Poesía artificial sabor soneto
fabricada con verbos reciclables,
diez por ciento de adverbios impalpables
y algunos predicados con sujeto.

Puramente integrada de alfabeto,
pretensión vana del irrealizable
afán de trascender su superable
fundamental carácter de boceto.

Aportan dosis de vergüenza ajena
catorce endecasílabos. Malsuenan
sus rimas y perífrasis cochinas.

Caso de contactar con su retina,
laveselá con abundante té.
Puede contener trazas de cliché.


xv


Las lunó este mató el de serse anoche
tuvo que ver con. Che y te mantendrás
liñamarishas paratrás, patrás;
brekekéx, axaxaxas mlö, fantoche.

Seroñes y saroñes, les abroche
que habría hoy muelto barrabravabás
jaCarnaDáumesNilorRincoarmás,
blues-limeríck cantata à trochimoche.

CHON, trön, latín, latón, Kolmogorov,
los que ex-. Midori. Obruces del semáforos
¡Qué y poderoso y caballero es don

Pamieshtña seguirá bailan-cofcof
y buscandolé rimas a 'semáforos'
tirando al zopo un clon, su clon, su clon, ...


13-14

xiv


Eclipse, vaticinio de las diáfanas
luces tras un atardecer de púrpura,
ave crepuscular que trina súplicas
áridas como pampas y palabras,

hielo de estas inhóspitas sabanas
con precesión isócrona de lunas,
tapón del cielo, exactitud del búmerang,
inexorable augurio de los mayas.

Si descorrés la luna, atrás no hay nada.
Es todo una ficción elaborada:
el sol existe pero está invisible.

Quizá no existe aquello que se ignora.
Rompé el reloj y borrarás las horas:
el tiempo es una fábula intangible.


xiii


Navego el correntoso Pepirí,
también Inti navega hacia el ocaso.
Quizá este paso no preceda a un paso,
quizá me suelte la corriente ahí

y vuelva al agua de la que salí.
Remaré hasta que no me den los brazos,
hasta que el corazón hecho pedazos
renuncie a su aletear de colibrí.

Río, devuélveme a la tierra vieja,
como a un náufrago arreado por el viento,
para así recostar mi exhausto aliento

y apoyar en su páramo la oreja.
En la paz esencial que hay en los sauces
fluirá la vida y seguirá su cauce.


11-12

xii


Máscara ritual, frenesí del rito,
baile azabache ante el tambor chacal,
terror en las pupilas ancestral,
aullido ahogado que deviene grito.

Boca inmóvil abierta al infinito
y ojo en la cara inmóvil sepulcral,
putrefacción hinchada abdominal,
presagio abominable de lo escrito.

La máscara ritual infunde espanto
porque remite al rostro de los muertos.
La mueca desolada muda y llanto

mete su horror de nieblas. Me despierto,
la pesadilla de la madrugada
quieta vela la cara enmascarada.


xi


Bicharraco ficticio sobrehumano
de la familia de lo extraordinario
cuyo hábitat natal son los bestiarios
y frecuenta volúmenes arcanos.

De adulto alcanza el largo de tu mano,
y se alimenta de lo imaginario.
Sus pelos y señales legendarios
volqué en sendos compendios castellanos.

Sus humos son mis sueños en colores
y su maná tu sangre y tus humores.
Desde hace siglos las atribuciones

confabularon imaginaciones
del monstruo que pinté cuando era pibe
y en estas líneas todavía vive.