Al jardín de la lámpara

I - Los trabajos de Mauricio

Desde aquella exposición de Duchamp, Mauricio me dijo que no puede mingitorinar sin sentir que está en el museo. Peor aún, desde que su tío, músico, lo introdujo a la controvertida obra de Cage, no puede guardar un minuto de silencio sin que lo distraigan los primeros compases de 4'33''. Qué triste.

Las asperezas entre Mauricio y las vanguardias empezaron en los nefastos años de Corach y Roque Fernández, precisamente cuando yo estaba en séptimo grado, de viaje de egresados en la península Valdés.

Cualquier argentino al que se le mencione la República de Ulbindho pensará, probablemente, en las imágenes que las postales y las películas divulgan. En el paisaje montañoso, los edificios coloniales, la aparente ingenuidad de los nativos. Si es como yo, pensará también en el ghibe ghibe, lenguaje tan inexpugnable para nos, por ser tan poco indoeuropeo.

Pero pocos tendrán en cuenta que en algún rincón del país está Mauricio, que para la ley está muerto, como los sadhus, y para su familia ya te imaginás.

Se fue por negocios oscuros, pero nadie lo supo. Oficiaba de intermediario entre los compradores y los vendedores, en un páramo escondido entre las montañas que hoy podrías encontrar en Google Maps, pero en esa época no.

Cuando yo era chico, desconfiado, siempre me preguntaba esto: si A le compró algo a B y se lo tiene que pagar, ¿cómo se puede hacer para que A entregue los billetes una vez que ya recibió el objeto a cambio y para que simultáneamente B entregue el objeto recién una vez que haya recibido a cambio los billetes? Mi conclusión era que esto era imposible, y que la mejor solución era que, al mismo tiempo que el comprador ponía, con su mano derecha, los billetes en la mano izquierda del vendedor, el vendedor ubicara, con su mano derecha, el objeto en la mano izquierda del comprador, siendo la solución simétrica igualmente válida.

Mauricio era la pieza que resolvía el problema, no porque hubiera concebido una manera mejor de hacer el intercambio sino porque las partes que intervenían confiaban en él. Omitiendo los detalles, los compradores le daban la guita a Mauricio, los vendedores entregaban las mercancías y él se encargaba de pagar.

II - Nota hallada en el cuaderno de Mauricio, que tiene la tapa del hombre araña

Ejercicios que olvido cuando dejo de meditar.
  1. Inspirar. Estoy. Expirar. Estoy.
  2. Encontrar el instante justo en el que la mente se va.
  3. Caminar poniéndose como metas puntos lejanos.

Cómo me gusta el pan con manteca.

Good ol' rock. Nothing beats rock.

III - Penúltima epístola de Mauricio a su vieja

Mamá:

El otro día mi hija estaba jugando con una aspiradora, que, como era, naturalmente, de esperarse, tenía un botón que servía para aspirar. Entonces vio, oh sorpresa, que había dos botones, uno de los cuales todavía no había, ella, mi hija, usado nunca. Sospechando que el segundo botón encerraba el misterio de alguna otra función quizás tan divertida como la primera, me preguntó para qué servía. Pero yo le dije que ese otro botón sólo servía para vaciar la aspiradora (para poder desenganchar la bolsa del aparato en sí) ¡y se me puso de triste!

Entonces, al ver su desilusión, me acordé de algo que me había ocurrido en mi infancia: cuando yo era chico, papá me había enseñado algunas operaciones, tales como sumar, multiplicar y elevar. La que más me gustaba (y me sigue gustando, eh) era la potencia, que se escribe con un superíndice (sabés cómo, todo más arriba y en letra más chiquita). Una vez, husmeando entre los papiros de papá, porque en esa época estaba en la facultad de ingeniería, vi que había también subíndices (es decir, todo más abajo y en letra más chiquita). Qué intriga. Entonces, sospechando que podía tratarse de alguna operación nueva y divertida, le pregunté a papá para qué servía. Pero él me explicó que los subíndices solamente servían para distinguir entre varias cosas, de tal forma que "a sub 1" es una cosa y "a sub 2" es otra cosa. Y en esa ocasión fui yo el que se precipitó en la decepción.

Otra vez, ya más de grande, papá había comprado una escopeta. Y le decía que había que manejarla con cuidado, que tenía que respetar siempre Las Reglas para manejar un arma. Ella, mi mujer, tenía labios de pomegranate, y seguro fue que yo asocié con las granadas, de esas que les sacas el cabito con los dientes y una pizca después explotan. Las Reglas para manejar un arma, seguramente tomadas de Penn y Teller y Eric Raymond, eran algo así:

  1. Todas las armas están cargadas.
  2. Solamente apuntale a algo si le querés disparar.
  3. Sacá el dedo del gatillo a menos que estés listo.
  4. Fijate qué hay atrás del blanco.

Con papá íbamos por una de esas calles de doble apellido, porque viste que acá se llaman así: M.C., M.P., A.L., B.R..

Papá me preguntó, como suele hacer, si estaría bien disparar hacia el cielo, pa' festejar vio, y yo le dije que no, que eso es muy peligroso y se le puede pegar a alguno sin quererlo, y paso yo y está todo bien, pero pasa un patrullero y ¿sabés dónde vas a parar?

Entonces me dio la escopeta y me dijo pegale un tiro al piso. Luego, ante mis previsibles torpezas en la operación del delicado mecanismo, recalcó, con ironía -Sos una luz.

A mí me daba un miedo que no te cuento porque había un pibe andando en bici y mirá si justo yo que no toqué un gatillo en mi puta vida le pego al pibe y se me arma un quilombo padre.

Entonces, para ver si nos servía como polígono de tiro, nos colamos en una casa cuyo patio estaba separado de la calzada por apenas una cerca baja. La dueña de la casa era una vieja, y cuando la vi me imaginé que se iba a cagar toda cuando nos viera entrar con la escopeta, que iba a llamar a la cana y que íbamos a terminar en el calabozo de un castillo, aislados de la madre patria, de vos mamá, por una fosa de cocodrilos.

Pero no, la señora tenía la cara como cuando lavás los platos y los dedos se te arrugan en la pileta. Y todas las arrugas y la esperencia de vida de la vieja la protegían con un halo, propio de quien no temiera a la muerte por haberla experimentado ya.

La cosa es que en vez de llamar a la comisaría, la anciana sólo atinó a observar nuestro proceder detenidamente y se reía despacito la guacha.

El viejo me apuró con un comentario de esos que me revientan tipo -Para hoy, y entonces abrí fuego contra una pileta, que igual estaba llena de verdín porque era invierno, la bala fue a pegar en el agua, y se escuchó ese "chupluc" que justo, tras los muros, viene a oírse, de corceles y de aceros, cuando estás en el baño y hay visitas.

Entonces papá se calentó, porque él quería que yo practique en serio, y le parecía que dispararle al agua no me permitía verificar si había dado o no en el blanco.

Por suerte, en esa época, mamá, todavía no habías nacido, pues, de haberme visto manipulando armas de fuego en terra ignota (o aqua ignota, qué sé yo) te habrías preocupado bocha.

El viejo me recordaba: operá el arma siempre como si estuviese cargada, y también: no le apuntés a algo si no le vas a disparar, y también: sacá el dedo del gatillo, infeliz. Ahí fue que casi casi a papá le dio un heart attack, aunque sólo nos enteramos después, cuando le hicieron el electro.

Porque lo que pasó ese día fue que papá le disparó al barro del jardín de la vieja, que en un rincón oscuro se reía despacito la guacha, mirándonos.

Entonces fue que la tierra se abrió de par en par, de dos en dos, justo como, inoportuna, no se abre cuando uno, tras algún hecho embarazoso, pagaría por que ella se lo fagocite.

Y de adentro de la tierra salían los chicos, escapando a los gritos de las entrañas calientes del planeta; salían corriendo los perros, los batracios a los saltos, las mariposas que aleteaban; asomaban los tentáculos de los pulpos; los pinos, ya libres para crecer, surgían del agujero como gusanos de resorte; las moscas salían bailoteando y los peces como panqueques se agitaban desesperados por el agua, y nosotros éramos los obstetras y el agujero de bala la concha de tu madre.

Maurice
Nî Ghandao, setiembre del '97

IV - Mauricio quiere ser bombero

f(0) = 0
f(k) = f(k - 1) + (1 - f(k - 1)) * X

--

f(1) = 0 + (1 - 0) * X = X
f(2) = X + (1 - X) * X = 2X - X2
f(3) = 2X - X2 + (1 - (2X - X2)) * X =
     = 2X - X2 + X - 2X2 + X3 =
     = 3X - 3X2 + X3
f(4) = 4X - 6X2 + 4X3 - X4
...

--

    1/
   1/1
  1/2 1
 1/3 3 1
1/4 6 4 1
/

--

odd(k) = if k mod 2 == 1 th 1 el -1

f(k) = ∑ki = 1[ c(k, i) * (-1)i + 1 * Xi ] =
     = ∑ki = 1[ c(k, i) * (-1)i + 1 * Xi ] - (-1) =
     = 1 + odd(k) * ∑ki = 0[ c(k, i) * (-1)k - i * Xi ] =
     = 1 + odd(k) * (X - 1)k =
     = 1 - (1 - X)k

Mirá cuántos amigos tengo en Facebook
mirá cuántos amigos tengo.

No es hazaña ordenar
alfabéticamente
secuencias de un solo elemento.

V - Mauricio aprende a mover el vientre

Última esquela de Mauricio, de la cual recibieron copias sus familiares cercanos, tres amigos íntimos, seis conocidos, dos compañeros de la primaria y un enfermo terminal, alérgico a la centolla, que falleció al terminar de leerla.

12 de enero de 1998,

Hola [tachar lo que no corresponda], ¿cómo andás?

Espero que te haya ido bien en el final de cálculo renal, diferencial, integral, temporal y espacial.

Sé que estudiaste mucho, que le pegaste duro y con un caño, porque la vida es así, Pitágoras de Samos.

No desperdiciés el un kilo de carne picada común que fuiste a comprar al frigorífico pal perro.

Me gustaría que, si bien la señorita, wow, me lame, libidinosa, la lamella, te acomodes los rulos rubios, vellosos, cabelludos, con peines de hueso de protocerátops arterioescleróticos, que te hayas recuperado de la ocasión en que el unicornio azul icosacéfalo te pinchó con su vigentésimo (porque en cada cabeza tiene diez) cuerno en el orto blando, que hayas podido mascar tranquilamente el cadáver de anfisbena trilobitificata, que yugo en una sepultura de negrura tan tan innegable, calmando así tu apeto feroz, y sin que te envenenase, por otra parte, tal pútrido elemento.

Que, hechicero de nariz prominente pero a la vez carente de verrugas, te encuentres adentrándote, seguro pero lento, en el dominio de los arcanos, en el arte de conjurar antiquísimos sortilegios para invocar a los elementales que desde siempre moran las pesadillas de los hombres (y de las mujeres, si hace falta aclarar que el género y el sexo son dos cosas distintas): la madre Jau, la madre-tiempo, la madre-que-no-se-ve, el hálito extra-gélido, humaredante, imprefabulible e incomensurable del Oscuro.

Y que otherwise la estés pasando bien, como un infante pelotudazo en la tráquea inflamada del barco Olitas, que, tragándose la deprimente pálida de algún desprevenido, lo expele, en forma de fichas, por el ano, hecho unas fiestas.

Yo, _____, hijo de ______ [completar con letra de imprenta], estoy borracho tirado en el piso. Bueno, lo de tirado en el piso no es verdad; lo de borracho más o menos.

Igual me confesaron que si bien tomé mucho pero no se te nota flaco. Qué no se iba a notar, si se movía el mundo entero, si no podía escuchar un puto grave, si me eructé la vida en rose de Nuestro Señor Jesucristo.

No pensés, sin embargo, que me puse en pedo gratis. La cuestión es que nada me importa más; que si la gente toma, yo gatbbiàn, porque esa es la apología de los narcóticos.

De cualquiera mañera, todavía estoy mareado y tengo los oídos ligeramente tapoñados por un cerumen tan adhesivo como sabroso. Tapados como si yo fuera un gladiador romano -enfrentándose, en el colosseum, a las agudas zarpas de un severo león; en las cloacas, a una rata de alcantarilla- al que se le taparan precisamente sus orejas por ascender en avioneta más allá de la topósfera.

Lo que puedo decirte, a vos, hoy, es a babor, es como si fuera, uno, menos consciente de sus propias limitaciones y se atreviera a doblarse sin tanto miedo a romperse el alma. A estribor, el equilibrio se complica un toke.

Con más que decir pero sin ganas de escupirlo, se despide de Ud., tan atte. como la concha misma de la lora,

Maurits

VI - Teoría mauriciana del sombrero rojo

Publicado en la web, ca. equinoccio vernal de 2001.

Mis tres interlocutores son personas que se jactan de su racionalismo, pero se trata de un racionalismo incompleto, manchado de dogmatismo.

Las leyes de Newton son racionalistas, porque tratan de explicar el universo. Son un modelo útil, que se ha bancado la hostilidad del tiempo (to stand the test of time?), y los físicos siguen estando esencialmente de acuerdo con ellas. Pero afirmar que son verdaderas, sin darse cuenta de que son un modelo, y de que la Verdad es inasequible, es una falta imperdonable.

Mi primer interlocutor, que bien podría ser yo mismo, calza un sombrero rojo, y es una de esas personas que creen que en el idioma hay cosas que están bien y cosas que están mal. Me refiero sobre todo a la distinción entre construcciones gramaticales vs. no gramaticales (y voy a centrarme en ellas), pero también a cuestiones léxicas sobre el significado de las palabras, o de otros tipos, como las distinciones difusas entre polisemia y homonimia. Insisto en que me centro en la gramaticalidad, pero creo que lo que digo aplica para cualquiera de esos casos.

El consenso, las gramáticas, los diccionarios y la otherwise jurisprudencia, plasmada en libros y otras publicaciones, ciertamente nos permitirían, si quisiéramos ponernos el sombrero rojo, admitir que se dice "si pudiera" y no "si podría", o "sea como fuere" y no "sea como sea".

El lenguaje es una herramienta que sirve primordialmente para comunicarse. Por eso, en un sentido, mi interlocutor está un poco equivocado, porque si un enunciado cumple con su objetivo, que es comunicar algo, ¿qué importa si está "bien" o "mal"?

(No obstante, a él, que es tan obsesivo como bien podría serlo yo mismo, observaciones como esa lo exasperan terriblemente).

Por ese mismo motivo, tiene un poco de razón. Dado que usamos el lenguaje para comunicarnos, es menester que nos pongamos de acuerdo como mínimo en algunas cosas básicas. En ese sentido, un enunciado estaría "bien" si cumple con esas reglas y "mal" si no las cumple.

El problema es que mi interlocutor tiene otra convicción, y lleva el afán por determinar qué expresiones son gramaticales más allá de sus límites.

Me explicaré.

Para ver una cosa hay que comprenderla. El sillón presupone el cuerpo humano, sus articulaciones y partes; las tijeras, el acto de cortar. ¿Qué decir de una lámpara o de un vehículo? El salvaje no puede percibir la biblia del misionero; el pasajero no ve el mismo cordaje que los hombres de a bordo. Si viéramos realmente el universo, tal vez lo entenderíamos. [JLB]

El lenguaje es una abstracción. El hombre del sombrero rojo piensa que hay tal cosa como una Gramática Castellana Ulterior, escrita en un libro inmaculado, que determina exactamente cuáles son las oraciones gramaticales y cuáles las agramaticales. Mi interlocutor piensa que El Castellano Gramatical es un conjunto de strings que se desprenden de una definición matemática formal e inambigua.

Pero no nos engañemos. Lo único que a través de la experiencia y a ciencia cierta podemos conocer son los enunciados. Desde que nacemos nos vemos expuestos a cantidades industriales de enunciados. A partir de ellos, la mente de cada uno de nosotros extrapola una gramática, induce un conjunto de reglas. Pero el conjunto de reglas no es algo de lo que podemos tener una experiencia directa. Experimentamos enunciados, y el conjunto de reglas lo inducimos.

La ilusión de mi interlocutor es considerar que existe tal cosa como una Gramática Castellana Ulterior, ubicada fuera de nuestras mentes, que define formal e inambiguamente El Castellano Gramatical.

Yo no sé si esa gramática existe o no. Es una pregunta ontológica que quizás preocupe a alguno, pero a mí me tiene sin cuidado. Porque en cualquier caso, incluso suponiendo que esa gramática exista, ¿de qué manera se la puede observar?

A fines prácticos, no hay una Gramática Castellana Ulterior. Solamente hay, en cada una de nuestras mentes, un conjunto de reglas construidas inductivamente a partir de todos los enunciados que fuimos absorbiendo desde que nacimos.

A mi interlocutor del sombrero rojo, que a lo largo de su vida fue armándose una gramática en la cabeza, le gustaría poder expresar todas esas reglas matemática, formal e inambiguamente.

Ese es un objetivo completamente válido e interesante.

El riesgo es que cometa los siguientes errores:

  1. Considerar que la gramática que él infirió es la Gramática Castellana Ulterior.
  2. Cuando encuentra un agujero, ambigüedad o subespecificación que no puede resolverse claramente a partir de la jurisprudencia, considerar que hay una respuesta "objetiva" y "verdadera".

VII - Al jardín de la lámpara

En esos días de hechizo mágico,
todos se ven al revés en el espejo.
Lo que entra por la ventana
de la casa desconocida
(que me imagino como la mía)
es la ambarina luz de la noche.
En la calle, veo a alguien
y espero a estar más cerca para mirar.

Quiero ahogarme en un mar de mariposas,
recitar estos versos,
encontrar a Loribio,
me llevo el tiempo
al jardín de la lámpara.

Étude

A mi humildad, que hace mucho no la veo.

Tengo apellido, nombre, y otras cosas.
Cédula, pasaporte, documento,
la partida, también, de nacimiento,
una foto carné y la de mi esposa.

Para poder estar adonde estoy,
toda esa burocracia necesito.
Fotocopiar una hoja, el requisito
para mostrar que soy quien soy quien soy.

Esto es lo que hace que otra vez me asombre
¿qué tendrán, yo no sé, que ver conmigo
esas firmas, papeles, y carpetas?

Si en realidad las fechas y los nombres
no capturan mi esencia, entonces, digo,
no son sino una inútil etiqueta.

2-corpóreo

Prólogo a preputiae

Para empezar el post del día, franca y definitivamente fálico, pensé en el siguiente ready-made. (Fuente: mi carpeta de Wonderful Spam).

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Preputiae


-Me duele el pito. -¿Cómo que te duele?
-Me duele, má. Cerrando la canilla,
hacia la silla va en la que, llorando,
mira los dibujitos en la tele.

Argumento: el coyote en una roca
pinta un túnel (es "Acme" la pintura),
cruza el correcaminos la abertura
y lo sigue el coyote que se choca.[1]

     Sí, sí, e normal, señora. E muy común;
     lo chico siempre juegan a esa cosa.
     Yo mimo otrora usé un vetido rosa
     y me ensucié el hocico con labial.

Me parece al llorar, la angustia es tanta,
que me aplastara el pecho un terremoto,
que el techo roto me desamparara,
que no cupiese el grito en mi garganta.

Odió la mueca que, con toda el alma,
cuando lloró pero también reía,
le devolvió el espejo. Se sabía:
después del temporal, viene la calma.

-Oye, cariño, es Lauren otra vez.
Estaba viendo sus caricaturas
y muy segura ha dicho (oh Dios, no entiendo),
ha vuelto a repetirme que es un niño.

Sus ojos vidriositos ya se callan.
Tragó ese humor bilioso, tan amargo,
constrictor del cogote. Sin embargo,
Me duele el pito. Y el coyote estalla.[2]

     Y si no lo poterga, y ya su edá
     eplora lo sexual, no la reprima.
     Si hata mi prima usaba, de verdá,
     un pan lactal, señora, en vez de verga.

En el principio todo estaba claro:
yo quería coger y ella también.
No sé quién de los dos levantó a quién.
Lo que sé es que ella quiso un telo caro,

     Tiene razón, así que no te metas.
     ¿Qué te importa? De todo hacés un drama.
     Allá ëlla si agarra, se proclama
     torta, y se arranca de raíz las tetas.

y que nos desnudamos sin prefacios.
La madrugada en esa habitación
me llevó a la angustiosa conclusión
de que ser un humano es ir despacio.

Fue una noche cualquiera, en una fonda
que más que restorán era un comíbulo,
la última vez que hablaron cara a cara.
Y era un pibe y estaba embarazada.

-Y me parece que me sale sangre.
-A ver, sacate. Le examina el glande.
-¿Qué te estabas haciendo? Me parece
que sos chiquito pero ya estás grande.

Hoy la guacha se aleja en helicótero.
Protesta cada vieja. Y en la zona
con aerosoles rojos que la escrachan,
la multitüt enardecida entona:

Por obra del azar o de la yeta,
del portador de luz, o simplemente
de aquel demente que cargó una cruz,
llegás en bicicleta a resbalar,

o a pifiarle al enésimo peldaño,
o en la importuna piel de una naranja
patinar, o en el musgo de la zanja,
y te podés caer y hacerte daño.

Este mundo es ideal para suicidas:
puede tocarte un huracán o un rayo,
o un caballo, miralo a Supermán,
y cambiarte la vida en un segundo.

Bruja, que bruja fuiste y bruja sos,
qué carajo le hiciste al nene, bruja.
Bruja, que bruja sos y bruja fuiste,
y al nene, bruja, le cortaste el pene.


-- EDIT: no me convencía el último verso, de modo que lo cambié.
-- La idea es la misma, claro.